«Qué hermoso es que nosotros valoremos la Eucaristía, porque la Eucaristía es, como les pasó a los discípulos de Emaús, un encuentro con un Dios vivo, con un Dios resucitado»
Queridos hermanos, hermanas, amigos, amigas, en Cristo Jesús resucitado, seguramente recordarán hace 8 días cuando Jesús se apareció en dos ocasiones a sus discípulos: la primera vez no estaba Tomás, Tomás el incrédulo, y la segunda vez que llegó Jesús hizo que él tocará con sus dedos las llagas y el costado para ver que realmente había resucitado, y Tomás cayó de rodillas diciendo: «Señor mío y Dios mío».
Hoy encontramos en el Evangelio de este domingo la presencia de dos discípulos, conocidos como los discípulos de Emaús, que también pasan del desencanto a la alegría por la resurrección del Señor. Es un pasaje muy conocido, pero siempre nos arroja luces nuevas, y hoy en especial quiero que veamos esta narración a través de tres claves que nos ayudan a descubrir ese paso del desencanto a la alegría, y que también es una invitación para cada uno de nosotros, porque a veces estamos desanimados, estamos tristes, estamos en crisis y el Señor Jesús resucitado cambia nuestros horizontes.
Primeramente vemos cómo estos discípulos van caminando de Jerusalén a Emaús, son 11 kilómetros, ellos van a paso lento, con la mirada baja, tristes, desanimados, y en el camino se les une Jesús. Entonces Jesús les pregunta qué es lo que le sucede. Ellos le dicen: «¿Eres el único que no sabe lo que ha pasado?», y empiezan a quejarse: «Nosotros esperamos». Y vienen la primer clave, que es la Sagrada Escritura, cómo Jesús les va dando una cátedra, les va dando un repaso de la Sagrada Escritura desde Moisés hasta los profetas, donde la referencia es lo que le iba a pasar a Jesús, que iba a morir en la cruz e iba a entrar a la gloria. Ellos van a escuchando con mucha atención, pero todavía no llega al corazón la palabra de Jesús. Es importante ver esa referencia de todo el Antiguo Testamento, que siempre nos habla en referencia a la venida de Jesús y cómo fue obediente hasta dar la vida por nosotros, pero el Padre lo resucitó al tercer día.
Seguían caminando, llegan a su casa y, como la plática era muy interesante, era una plática que ellos querían continuar, seguir escuchando, Jesús accede a entrar a su casa. Viene esa clave eucarística: Jesús se sienta y hace lo que realizó en la Última Cena, dio gracias e hizo la fracción del pan, y en ese momento reconocieron al Salvador, reconocieron a Jesús. Jesús desaparece, ellos se quedan felices y comentan: «Con razón nuestro corazón ardía», porque sus corazones se habían llenado de gozo indescriptible, de amor. Ya era de noche, pero inmediatamente ellos regresaron corriendo a dar la noticia a los discípulos, ya no iban a paso lento como de Jerusalén a Emaús.
Eran once discípulos los que estaban reunidos y a los que les dieron la noticia. Esta es la tercera clave que nos ayuda a reflexionar este Evangelio el día de hoy: cómo el mensaje es llevado a la comunidad y de la comunidad se va extendiendo la noticia de ese Cristo que da la vida por nosotros y que el Padre lo resucita.
Queridos hermanos, seguramente que estos días están en casa y que han seguido las celebraciones eucarísticas vamos valorando más ese regalo que nos dejó Jesús como alimento para nuestra vida. Realmente es el mismo esquema de este pasaje a la celebración que realizamos de la Eucaristía. Tal vez algunos católicos todavía no entienden esa riqueza maravillosa de la Misa, de la Eucaristía, y tal vez algunos estos días lo estén descubriendo desde sus hogares.
La Eucaristía también tiene fundamentalmente dos partes: una es la Liturgia de la Palabra y la otra la Liturgia Eucarística. Primeramente escuchamos la Palabra de Dios. Así como Jesús les fue platicando toda la Sagrada Escritura, todo el Antiguo Testamento, así nosotros escuchamos la Palabra de Dios. Pero la segunda parte es la Liturgia Eucarística, donde tiene como culmen recibir a Jesús en la Eucaristía. Tenemos la Liturgia de la Palabra y Liturgia Eucarística, pero después el sacerdote dice: «Vayamos en paz a vivir lo que aquí hemos celebrado», es decir, se nos envía a dar testimonio en la comunidad de la fe, de nuestra fe. Qué hermoso es que nosotros valoremos la Eucaristía, porque la Eucaristía es, como les pasó a los discípulos de Emaús, un encuentro con un Dios vivo, con un Dios resucitado.
Les comparto que esta semana tuve varias reuniones virtuales con los sacerdotes de la arquidiócesis, donde muchos expresaban que sentían mucha tristeza de ver los templos vacíos por la situación que estamos viviendo. Yo les decía que seguramente es misma experiencia del Papa Francisco, de nosotros los obispos, de los sacerdotes, al ver los templos vacíos y tener también tristeza de no poder recibir a Jesús eucaristía, solamente la comunión espiritual. Pero también ha sido una gran oportunidad para que las celebraciones lleguen a muchos lugares y seguramente después de que pasen estos tiempos difíciles, este tiempo de pandemia, regresarán ustedes a los templos alabar a Dios, a encontrarse con Él de una manera más consciente, porque hemos valorado más lo que es el encuentro con Jesús en la Eucaristía.
Para Dios no hay nada imposible, Él se quedó en la fracción del pan, Él nos dejó su Palabra y nos dejó su cuerpo como alimento, como comida de salvación, para Él no hay nada imposible. Por eso los invito a que sigamos unidos, a que sigamos en oración. Que sintamos que en estos días Jesús nos acompaña, que también nos acompaña Nuestra Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe, la Virgen de Los Remedios, y que aprovechemos este tiempo para fortalecer el espíritu y que después también podamos salir como los discípulos de Emaús, corriendo a anunciar que Cristo vive en medio de nosotros. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla