¿Qué hemos hecho en nuestra familia y con aquella gente necesitada en esta pandemia?
Muy queridos hermanos, hermanas, amigos y amigas en Cristo Jesús, seguramente recuerdan el Evangelio de hace 8 días, el Domingo del Buen Pastor, donde Jesús se definió diciendo: «Yo soy la puerta la puerta para entrar a la salvación». Hoy nos dice Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», los invito para que entendamos el contexto de esta palabras.
Estamos en el tiempo de Pascua, en el cual celebramos la resurrección del Señor. Jesús en varias ocasiones se les presenta a sus Apóstoles, a sus amigos, sin embargo, todavía ellos están confundidos, están despistados, están en crisis, y Jesús quiere darles la confianza. Si se fijan sus palabras son de despedida: «Yo me tengo que ir a la casa del Padre, allí hay muchas habitaciones y les voy a apartar unas para que ustedes estén», y vemos la intervención de Tomás que le dice: «Señor, ¿a dónde vas? Muéstranos el camino; no sabemos», y Jesús le dice: «Tomás, yo soy el camino, la verdad y la vida». Podemos nosotros ver cómo estaban desconcertados, porque todavía después de que Tomás le hace esa pregunta Felipe le dice: «Señor, muéstranos al padre y eso nos basta», y le dice Jesús: «Felipe, ¿tanto tiempo que he estado con ustedes y todavía no me conoces?». Jesús al venir a la tierra nos muestra el rostro de su Padre, «el Padre y yo somos uno mismo- nos dice -el que me ve a mí, ve a mi Padre». Precisamente todo el tiempo que estuvo en su predicación, recorriendo los pueblos, anunciando los secretos del reino, su misión era mostrar ese rostro misericordioso del Padre, por eso hoy también nosotros debemos tener esa confianza de cuál es el destino del ser humano; nuestra vida es una peregrinación, pero nuestro destino siempre es la casa del Padre.
Hoy estamos pidiendo en esta Misa también por todas las mamás difuntas y sabemos que ellas nos han precedido en el camino a la casa del Padre. Así es que también siempre el Evangelio es una buena noticia, esa noticia que nos da el Señor: «Yo me tengo que ir, pero hay muchas habitaciones, que les preparo, pero ustedes sigan la misión, sigan el camino que yo les he dado, sigan esos secretos del reino que les he explicado y de los que he dado testimonio».
Hoy en la primera lectura escuchamos esa Iglesia naciente, cómo iba creciendo. Entre paréntesis, cuando iniciamos la Pascua les dejé la tarea de que abrieran ese libro de los Hechos de los Apóstoles, para ir viendo el nacimiento de nuestra Iglesia, esa Iglesia de la que estamos orgullosos de pertenecer, la Iglesia de Jesucristo Nuestro Señor; cierro el paréntesis. Esta Iglesia, estas primeras comunidades, iban creciendo mucho y no todo era color de rosa, también tenían sus problemas, y escuchamos cómo, al ir creciendo mucho estas comunidades, los Apóstoles ya no sabían qué hacer, los discípulos, y estaban descuidando en especial el ver por las viudas, estaban descuidando la caridad. Entonces fue cuando se reunieron y dijeron: «Vamos a nombrar algunas personas de buena fama, que hayan tenido ya el encuentro con Cristo, para que también hagan este servicio», y por eso es hermoso saber que nuestra Iglesia, desde que nació, ha sido una Iglesia ministerial, una Iglesia servidora. Durante algunos siglos se olvidó el carácter servicial de la Iglesia, pero el Concilio Vaticano II nos subrayó esta Iglesia, servidora del pueblo. Vemos nosotros cómo ya desde ese tiempo iban conjuntandose las acciones de la Iglesia, y la Iglesia tiene sobre todo esas tres tareas, que decimos que son tareas fundamentales, que donde hay Iglesia se tienen que vivir: La Palabra, la tarea de la Pastoral Profética, el anuncio del Evangelio; otra de las tareas es vivir la Liturgia, los Sacramentos, teniendo como centro la Eucaristía; y la otra tarea es la caridad, lo social, la Iglesia vive para anunciar la Palabra, para vivir la Eucaristía y para vivir la caridad. Esto lo vemos desde los Hechos de los Apóstoles, había la Palabra, la predicación, el Kerigma, y también se celebraba la fracción del pan, pero siempre estaban cuidando a aquellos que lo necesitaban, la pastoral social.
Podemos preguntarnos este domingo, en esta situación de pandemia, qué tanto hemos nosotros vivido estas tres tareas, qué tanto contacto hemos tenido con la Palabra de Dios Hemos vivido la Eucaristía desde nuestros hogares, el memorial que nos dejó el Señor, pero ¿Qué hemos hecho en nuestra familia y con aquella gente necesitada en esta pandemia? Cada uno de nosotros podemos hacer algo, por eso la fe nos debe llevar siempre a las obras, a las buenas acciones.
Hoy, queridos hermanos, el Señor nos invita a crecer en la fe y también a parecernos a esas primeras comunidades cristianas. Quiero que terminemos con una oración, esta oración la van a ir repitiendo desde sus hogares: Padre Dios, que el saber que tenemos un lugar en tu casa nos anime en este momento difícil que nos ha tocado vivir. Gracias porque quisiste que tu Hijo nos mostrara el camino a seguir para llegar a Ti. Concédenos en este tiempo de pandemia no perder el camino, que vayamos siempre con Cristo Jesús y con nuestra comunidad para llegar a Ti; que encontremos en tu Palabra la verdad que necesitamos; y que, fortalecidos en la fe, nos dejemos guiar por tu Espíritu, para ayudar a todas las personas que están necesitando nuestra mano hermana, nuestra palabra alentadora, nuestra presencia llena de fe. Que nos comprometamos viviendo día a día del amor, para que quien nos vea te vea y sigamos con Cristo en compañía de María Santísima; aumenta nuestra fe. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla