Homilía en la solemnidad de Corpus Christi
Muy queridos hermanos, hermanas, amigos, amigas, en Cristo Jesús, a todos les saludo con mucho cariño en esta fiesta que estamos celebrando de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Hoy, por razones conocidas, no hay esa participación de la gente, esas grandes procesiones que se hacen en el jueves de Corpus Christi, donde va la custodia portando a Jesús sacramentado y nosotros lo adoramos, pero yo quiero invitarlos este día a que valoremos el Sacramento de la Eucaristía. Al celebrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, celebramos este Sacramento que nos dejó Jesucristo como «comida y bebida de salvación».
Seguramente que en estos días en que las celebraciones han sido sin fieles, y que gracias a los medios de comunicación las celebraciones han llegado a sus hogares, ciertamente se ha fortalecido la Iglesia en casa, la Iglesia doméstica, pero todos extrañamos el poder participar en el templo de la Santa Misa, de la Eucaristía o, como también se le llamaba en los primeros siglos, la fracción del pan. Eso también ayuda a que nosotros valoremos la Santa Misa, la Eucaristía, ustedes como fieles, pero también nosotros como sacerdote. Muchas veces los sacerdotes en las parroquias, sobre todo los domingos los tiempos ordinarios tienen que celebrar varias misas, y muchas veces existe el peligro de que también se convierta en un rito solamente o en una celebración automática, y creo que estos días valoramos lo que es la celebración de la Eucaristía.
También vemos el papel del sacerdote, muchas veces la gente puede pensar que el sacerdote solamente celebra la Eucaristía. Ordinariamente cuando un obispo entrega una parroquia a un sacerdote le recuerda el triple ministerio que tiene, que es enseñar, santificar y regir. El papel del sacerdote es llevar la Buena Noticia, la Palabra de Dios a los demás, pero también tiene qué ir acompañando a la comunidad a través del servicio y ayudarlos, animarlos a que vivan la caridad. La Eucaristía siempre es el culmen, por eso fíjense qué hermoso es que nosotros hoy valoremos este gran regalo, ese don que nos dejó el Señor, Él se quedó con nosotros, dejándonos su Cuerpo y su Sangre.
Hoy las tres lecturas que acabamos de escuchar iluminan este acontecimiento. Vemos gracias en la primera lectura cómo Dios acompañe a su Pueblo con el pan, con el Maná que cae del cielo, y el Maná es una prefiguración de la Eucaristía. En el Evangelio Jesús nos da ese discurso eucarístico: «Yo soy el pan de vida», siempre que nosotros participamos en la Eucaristía salimos alimentados con este pan, para ser estos discípulos misioneros de Jesucristo. Ustedes en estos domingos, en estos días, hacen la comunión espiritual; esperemos que ya se vaya acercando poco a poco el día en que puedan participar presencialmente en nuestra Eucaristía. Jesús es el pan de vida, Él nos dejó la Eucaristía como memorial de su pasión, muerte y resurrección; Él se quedó con nosotros. Ya habló Pablo en la segunda lectura a los Corintios nos dice cómo esa Eucaristía que celebraban los primeros cristianos iba haciéndoles conciencia de familia, de comodidad, de un cuerpo, y la Eucaristía es eso, nos ayuda a ir creando esa fraternidad.
Hoy este jueves de Corpus, que nosotros también desde lo profundo de nuestro corazón le demos gracias a Dios, porque se quedó con nosotros. Vemos cómo la Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana. Cuando nosotros celebramos la Eucaristía al final hay una despedida, o hay varias maneras de despedir la celebración, una de ellas es: «Podemos irnos en paz a vivir lo que aquí hemos celebrado»; siempre la Eucaristía es envío. Es cierto que cuando nosotros vivimos una celebración escuchamos la Palabra del Señor, lo recibimos en la comunión, llegamos de una manera a la Eucaristía y salimos de otra, salimos renovados, porque hemos tenido un encuentro con el Señor, hemos tenido un encuentro con su Palabra y con su Eucaristía.
Que esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor nos ayude a fortalecer nuestra fe y siempre valoremos y tengamos en gran estima la celebración de la Eucaristía, porque ahí el Señor se nos da como alimento para la salvación. Que el Señor nos bendiga y nos acompañe a cada uno de nosotros en este día. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla