HOMILÍA EN LA VISITA PASTORAL EN SAN JUAN BAUTISTA IXTACALA

December 31, 1969


HOMILÍA EN LA VISITA PASTORAL EN SAN JUAN BAUTISTA IXTACALA

 

 “Enséñanos Señor, a ver lo que es la vida y seremos sensatos”  

De esta manera nos invitaba el salmo a responder a la palabra de Dios y nosotros cantábamos: “tú eres, Señor, nuestro refugio”. Este salmo, al recoger esta expresión, nos da precisamente el criterio para poder adentrarnos en el mensaje de ambas lecturas. 

La primera, tomada del libro del Eclesiastés, de un hombre muy crítico, que veía las cosa, que observaba, que analizaba lo que pasaba; y que por eso pone, a lo largo de este libro, no sólo en este que es el comienzo, una serie de reflexiones que inquietan a quien los lee: vanidad de vanidades, todo en la vida es vanidad, de qué le sirve a un hombre afanarse en sus trabajos con tanto empeño, qué gana al final de cuentas. Un hombre que se plantea de forma integral, de forma amplia, la vida humana; y que constata que la mayoría vive sin saber para qué vive, vive sin tener claridad hacia dónde va, sobreviviendo, buscando simplemente salir adelante. Esta es una manera en la que el Eclesiastés, el autor de este libro, trata de abrirnos a la necesidad de interrogarnos sobre la vida misma. Y esa necesidad, es tan imperiosa, tan necesaria, que de lo contrario caminaremos, en realidad, a ciegas en la vida. Si solamente constatamos las cosas que suceden,  si solamente nos fijamos en las cosas que necesitamos, si solamente vivimos por vivir, dice el libro, dice el autor, no tiene sentido, es una vanidad, una vana ilusión. Es como un acicate para nosotros, para decirnos: haber, qué pensamos, qué creemos de la vida. 

Y es tan necesaria que podemos ahora entender, en el Evangelio que acabamos de escuchar, lo que le pasa a Herodes, este famoso rey de tiempos de Jesús.  Él seguramente por su reacción le pasaba, de seguro, lo que dice el libro del Eclesiastés: sobrevivía, con todo el poder y con toda la autoridad que tenía como rey para hacer las cosas como él quisiera, no sabía a dónde ir  ¿Y qué es lo que pasa cuando vivimos así?  Que entonces, nos llama la atención un acontecimiento especial que rompe la  cotidianidad de la vida. Dice: – ¿sabes qué sucedió hoy? Anda por ahí un profeta que hace signos milagrosos, dicen que es un profeta resucitado, dicen que es Juan Bautista que resucitó–. Y Herodes se pregunta, – ¡pero si a ese yo lo mandé decapitar, no es posible!, ¿o será algún profeta que ha venido de otros tiempos, o quién será? – y Herodes, aunque hoy no lo dice el Evangelio pero lo sabemos por el resto del relato del Evangelio, tiene la oportunidad de conocer a Jesús, se lo lleva, y queda desilusionado, lo manda vestido de blanco de retorno a Pilatos porque lo considera un loco; porque Jesús no le contestó una sola palabra a sus preguntas. Eso es lo que nos sucede también a nosotros   ante acontecimiento de la vida, que pudieran ser el detonante para darle sentido a ella, pero que nuestra mirada es tan ciega que no profundizamos.

Herodes se quedó en, esa superficie de la vida de Jesús, los milagros, las curaciones, lo que no puedo hacer yo, se preguntó Herodes seguramente: yo tengo mucho dinero, tengo mucho poder, mando a todos y hacen lo que yo les digo, decapiten a Juan y lo decapitan. (Que por cierto es patrono de su parroquia, San Juan Bautista) Y Herodes se queda en la superficie, en los hechos; pero Jesús no hacia los hechos por los hechos mismos, no hacia los milagros por los milagros mismos, lo que quería era mostrar la misericordia de Dios para el hombre, manifestar el rostro amoroso de Dios nuestro padre, y hacerlo que lo conocieran los suyos, los que le seguían; para que terminara esa imagen de un Dios Justiciero que castiga terriblemente al que se porta mal, y que es exigente terriblemente para el que se porta bien. Una imagen de un Dios, que sólo está para premiar o castigar ¡Ese no es el Dios que reveló Jesucristo! Jesucristo mostró la comprensión, la misericordia, el amor. Ese es el Dios verdadero. No lo vio Herodes, aunque vio a Jesús. Y nos puede pasar lo mismo a nosotros, no ver el mensaje de Cristo; no descubrirlo y quedarnos, simplemente, en el cumplimiento rutinario de las cosas que tenemos que hacer: vanidad de vanidades si no tenemos la razón del para qué de Dios. Por eso respondíamos muy bien: “Enséñanos Señor lo que es la vida y seremos sensatos… llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda”. ¡Esta es la misión De la Iglesia! Para eso estamos llamados y para eso hemos venido aquí. Para eso los sacerdotes hemos consagrado toda nuestra vida, para servir a este pueblo, el pueblo de Dios, para mostrarle quién es Dios y cómo podemos interactuar con él; cómo podemos relacionarnos con él, cómo podemos hacer una verdadera oración. No sólo aquella que de niños hacemos, porque como niños tenemos que hablarle a Dios: papá dame para un helado, papá llévame al cine, mamá cómprame un juguete. Así le hablamos a Dios de niños: Señor concédeme la salud, Señor cuida de mi hermano, Señor… seguimos como niños; pero si nos adentramos en el conocimiento de la palabra de Dios, si conocemos el mensaje de Jesús, descubriremos un aspecto sorprendente y maravilloso que es la transformación de nuestro propio corazón, de nuestro propio interior, para disponerlo a la voluntad de lo que Dios tiene y que ha reservado desde la eternidad para cada uno de nosotros: nuestra vocación. Y podremos entonces cambiar y llegar a esta oración adulta del discípulo de Cristo: Señor qué quieres que yo haga, cuál es tu voluntad para mí. Porque esa va a ser la razón de mi vida. Eso es lo que me va a permitir ver que la cotidianidad y las rutinas están ahí, pero lo importante es hacer de ellas la razón de mi vida. El encuentro con los demás, el descubrir en mí, la presencia del espíritu, para también transmitir como Cristo, la presencia de Dios nuestro padre; y para experimentar y hacer experimentar la misericordia y el amor de Dios. 

¿Qué dicen están dispuestos a construir esta Iglesia que tanto nos necesita en esta sociedad de hoy? –sí. ¿Están dispuestos entonces a formarse en la palabra de Dios, a construir pequeñas comunidades, a darles vida, a manifestar entre nosotros mismos el amor de Dios; lo que está de bueno en nuestro interior y así ir por los distantes, por los alejados, por aquellos católicos? –me decía el padre Oscar que en el modelo de situación, aparecía que el 88% de los parroquianos, son católicos, pero que solamente el 9% viene a Misa dominical– ¡porque no conocen el amor de Dios! porque no saben que hay que alimentar nuestro espíritu en el Espíritu del Señor. Y lo están necesitando, y por eso caen en las garras de la delincuencia, de la drogadicción, del alcoholismo, de la búsqueda de felicidad; pero son puertas y caminos falsos y equivocados. Nosotros tenemos el verdadero camino, pero hay que también ayudar a que lo vivamos nosotros y hacerlo vivir a quien lo desconoce. 

Por eso les pregunto ¿quieren ser misioneros? –sí. Yo también quiero que en mi Iglesia, Tlalnepantla, seamos todos misioneros. Vamos a trabajar por ello y vamos a pedir en esta Eucaristía, que nos dé la fuerza del espíritu para hacerlo realidad entre nosotros. 

Que así sea. 

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla