Homiliá en el Domingo XVI de Tiempo Ordinario
Este domingo es un día muy especial es el día del Señor y quiero saludarlos a todos ustedes y a mis Obispos Auxiliares, Don Jorge y Don Efraín, a los sacerdotes seminaristas y a ustedes laicos y laicas aquí presentes; también a todas las personas que, desde sus hogares, con mucha devoción están siguiendo esta devoción eucarística.
Hoy es un día particularmente de alegría porque iniciamos la reapertura de los templos para la celebración eucarística con fieles, respetando todos los protocolos, todo lo que hemos ido aprendiendo estos días, a ser muy respetuosos de estas normas para cuidarnos y cuidar a los demás, pero también en nuestro corazón hay una gran alegría por iniciar estas celebraciones y esperanza.
Yo sé que mucha gente, que está siguiendo esta celebración, quisiera estar aquí o en sus parroquias, pero dadas las circunstancias seguiremos nosotros a través de estos medios de comunicación, tan importantes en nuestros días, llevando las celebraciones eucarísticas y otro tipo de celebraciones para alimentar nuestra fe, por eso nuestro corazón debe haber alegría.
También hay temor pero nos ponernos en las manos del Señor para salir con conciencia de que tenemos que continuar la vida, pero debemos tener mucho cuidado y responsabilidad, también debemos ayudar a las personas con las que tenemos contacto para que se vaya haciendo una cultura de la prevención; hemos sufrido perdidas algunos familiares de ustedes, también sacerdotes, gente querida que ponemos en las manos del Señor.
La pasión de Jesús es el tema favorito para él, cuando platicaba con la gente era para explicarles lo que era el Reino de Dios o el Reino de los Cielos, recordarán ustedes hace ocho días, que iniciamos la sección de las parábolas, escuchamos la parábola del Sembrador, queremos volvemos a Dios, que nosotros seamos campo bueno para que la semilla llegue, vaya creciendo y dé fruto, pues este domingo hemos escuchado tres parábolas que las recordarán ustedes: la parábola del trigo y la cizaña, la parábola del grano de mostaza y la parábola de la levadura.
Las tres parábolas nos hablan del Reino de los Cielos, cómo el Reino de Dios -o el Reino de los Cielos- no llega de una manera aparatosa, espectacular; quizá algunos paisanos de Jesús lo esperaban de esa manera, que Jesús se organizara un ejército y avasallara a todos, sobre todo porque ellos estaban oprimidos por los romanos y Jesús no sigue esta lógica, nos dice “el Reino de los Cielos es algo no espectacular pero que va creciendo poco a poco” y una de las cosas más importantes que este domingo nos enseña la Palabra de Dios es que el Señor siempre tiene paciencia, como escuchamos en la primera lectura del libro de la Sabiduría, para que nosotros nos vayamos convirtiendo y cambiando nuestra vida porque, si escuchamos en la primer parábola, nosotros somos trigo, pero también cizaña.
Cuando los discípulos de Jesús vieron que iba creciendo el trigo y también la cizaña, inmediatamente tuvieron la tentación de ir a cortar la cizaña, pero Jesús les dijo “no tranquilos, dejen que vayan creciendo juntos, ya vendrá el final de los tiempos”. ¿Quién sembró la cizaña? el demonio, el diablo; ¿quién sembró el trigo? Dios y nosotros vemos que también en nuestra propia vida va habiendo trigo y cizaña, por eso el Señor tiene paciencia para que vayamos quitando la cizaña de nuestra vida, pero también que no seamos cizaña para los demás; cuántas veces hacemos un comentario negativo, o tenemos alguna actitud como cuando se dice "no metas cizaña”, a veces nos pasa eso y el Reino de los Cielos va haciendo que poco a poco el trigo vaya creciendo; también es una parábola escatológica porque quiere decir que al final de los tiempos Jesús es el que verá la vida de cada uno de nosotros y arrancará el trigo y la cizaña.
También fíjense qué importante es que el Reino de los Cielos es algo muy pequeñito cómo el grano de mostaza que se parece a una cabecita de una aguja, es tan pequeña, pero cuando va creciendo se convierte en un gran arbusto, un árbol, donde los pájaros están ahí en las ramas. ¿Quién es el que le da crecimiento? Dios, pero nosotros también tenemos que ser ese grano de mostaza que va poniendo todo lo que está de parte de uno mismo para hacer el bien y ayudar a los demás; Dios le va a dar crecimiento.
También el Reino de los Cielos es como el fermento que se pone en la masa de harina y la va extendiendo, es algo interno. Por eso fíjense que, hoy, estas parábolas nos ayudan a nosotros a pensar en nuestra vida y a buscar ser trigo, a buscar ser grano de mostaza y también ser fermento.
Que el Señor nos anime a cada uno de nosotros para ser colaboradores en la construcción de su Reino, el Reino que se va haciendo todos los días y que lo vamos construyendo buscando el bien y siguiendo el Evangelio de Jesucristo, Nuestro Señor.
Que el Señor nos bendiga y nos haga ser constructores de su Reino, así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla