Homilía en el XXIV Domingo de Tiempo Ordinario
«El perdón es una gracia que Dios le concede al hombre»
¿Cuántas veces tengo que perdonar al que me ofende? Es la pregunta central que hoy el Evangelio de San Mateo nos presenta para profundizar, para reflexionar y también para aprender a vivir como el Señor quiere.
Podríamos decir que la enseñanza central del Evangelio de hoy es el perdón. El perdón, en primer lugar, tenemos que verlo como un don de Dios, como una gracia de Dios, no solamente tenemos que ver el perdón como una disculpa, como un momento en el que dos personas que están en controversia aclaran las cosas, se disculpan y como si nada hubiera pasado.
El perdón, desde la enseñanza de Jesús, es un don de Dios, es una gracia que Dios le concede al hombre, pero esta gracia debe de tener la disposición del corazón humano. Si el hombre que ha sido ofendido no está dispuesto en su corazón a perdonar, la gracia y el perdón de Dios pueden quedar infecundos. Por eso, qué importante es que estemos abiertos a la gracia, que estemos abiertos a este don que Dios nos regala constantemente.
Jesús no solamente habló del perdón, no solamente, como en esta hermosa parábola, nos habla de la necesidad de perdonar, sino que su propia vida, su propia experiencia, su propio testimonio nos revela esta gran experiencia de Dios en el perdón. Podemos escuchar, podemos leer muchos pasajes del Evangelio donde descubrimos que Jesús perdona, y yo podría decir que uno de los textos que nos presentan esta actitud de perdón de Dios, de perdón de Jesús, es precisamente en la cruz, desde la cruz Jesús le dice a su Padre: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Qué hermosa enseñanza nos da Jesús desde la cruz: el perdón. Y vaya que es una experiencia de dolor la que estaba viviendo Jesús desde la cruz, vaya que era una experiencia en donde el mismo Jesús estaba experimentando el miedo a la muerte, la experiencia terrible del dolor en la cruz, sin embargo, pudo decirle a su Padre: «Padre, perdónalos».
Por eso, en esta hermosa parábola que nos presenta el Evangelio de San Mateo, se nos presenta el amor misericordioso de Dios, que no tiene límites. Un hombre que debía mucho dinero a su amo, que debía mucho dinero con quien trabajaba, le debía muchos millones, y cuando pide perdón y pide clemencia obtiene una respuesta de misericordia y de perdón, le perdonó el señor toda la deuda, lo soltó y le dijo: «No me debes nada, quedas libre de toda deuda». Así es la misericordia y así es el perdón de Dios, no tienen límites, por eso Jesús dice: «Hay que perdonar 70 veces 7», es decir, siempre; así es como actúa Dios con quien se arrepiente; así es como actúa el Señor con la persona que, reconociendo sus pecados y estando dispuesto a cambiar, a renovarse, a convertirse, obtiene el perdón de Dios. Pero este mismo hombre que fue perdonado no fue capaz de perdonar una deuda de un amigo suyo que le debía poco dinero, casi lo estrangula, lo metió a la cárcel hasta que le pagara lo que le debía; cómo este hombre que experimentó y que vivió el perdón y la misericordia de su amo no fue capaz de perdonar a su amigo; cómo este hombre que debía tantos millones no fue capaz de perdonar una deuda de quién le debía muy poquito dinero.
Mis amados hermanos, en muchas ocasiones así actuamos, no somos capaces de perdonar, pero sí exigimos que nos perdonen; no somos capaces de tener misericordia con los demás, pero sí pedimos que sean misericordiosos con nosotros. Este hombre que había experimentado el perdón debió haber también perdonado y, sin embargo, no fue capaz de hacerlo, y así es como en muchas ocasiones llegamos a actuar, exigimos derechos, exigimos que se nos reconozca, exigimos que se nos perdone, pero nosotros muchas veces no somos capaces de pedir perdón, no somos capaces de reconocer la dignidad y el derecho de los demás.
Aquel amo se enteró de lo que había sucedido con aquel siervo que perdonó. Y termina el texto con una gran exigencia: «Si ustedes no perdonan de corazón a su hermano, ¿cómo van a pedirle a Dios que los perdone? En el padre nuestro rezamos precisamente y pedimos este perdón a Dios: «Perdona nuestras ofensas», pero también viene la otra parte: «Como nosotros perdonamos a los que nos ofenden».
Mis amados hermanos, qué importante es que nosotros aprendamos de Jesús, a pedirle perdón a Dios, que aprendamos a pedirle perdón a quienes hemos ofendido, pero también que seamos capaces de perdonar a los que nos han causado alguna tristeza o algún daño.
Que este domingo sea un domingo en el que podamos experimentar el perdón. Cada uno de nosotros tenemos en nuestra mente y en nuestro corazón a la persona, o a las personas que tal vez nos han lastimado, que tal vez nos han dañado, que tal vez han causado en nuestro corazón grandes heridas, ¡hoy el Señor nos invita a perdonar! Tal vez necesites perdonar a tu papá, tal vez necesites perdonar a tu mamá, tal vez necesites perdonar a tu hijo o a tu hija, tal vez necesitas perdonar a tu hermano o a tu hermana.
Que este domingo sea un domingo de perdón y reconciliación. Pídele al Señor el regalo del perdón, para que cuando reces el Padre nuestro, lo hagas no solamente como una oración que aprendiste, que repites sin sentido, sino que al decir «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», ahí estén las personas a las que necesitas perdonar, pero también a las personas que seguramente has ofendido y que necesitas pedirles perdón.
Pidámosle al Señor este don, esta gracia para perdonar como Jesús nos ha perdonado, como Dios nos ha perdonado, sin límites, sin condiciones, sino un perdón totalmente libre e incondicional. Que el Señor nos perdone y que perdonemos a los que nos han ofendido.
+ Efraín Mendoza Cruz
Obispo Auxiliar de Tlalnepantla