HOMILÍA EN EL XXV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


HOMILÍA EN EL XXV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

 

«Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos; los caminos de Dios no son nuestros caminos; los proyectos de Dios no son nuestros proyectos»

 

Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, los saludo siempre con cariño de pastor, y saludo también a mis amigos, familiares, personas que siguen esta Eucaristía a través de las plataformas digitales; que la Palabra de Dios también llegue a nuestro corazón.

Hoy en este Domingo XXV del Tiempo Ordinario Jesús nos habla, y nos habla de una manera muy sencilla, como lo hacía Él, en forma de parábolas, pero siempre con un mensaje profundo. Hoy encontramos una parábola que se llama El padre de la viña, y el padre precisamente es Dios, que invita a trabajar en su campo, en sus viñas, y podemos nosotros imaginarnos esa escena, cómo va invitando a distintas personas a trabajar en su viña. A los primeros los invita a las 6 de la mañana, al amanecer; a los segundos los invita a las 9 de la mañana; a los terceros a las 12 a mediodía; a los cuartos a las 3 de la tarde; y a los últimos a las 5 de la tarde. Él mismo salía a la plaza a invitar. Y precisamente a los primeros que invitó convino con ellos en lo que les iba a pagar, un denario, supongamos 200 pesos por el día, y así fue a invitando a los siguientes; el trabajo término a las 6 de la tarde. Entonces llamó el administrador para darles su dinero y ¿cuál va siendo la sorpresa? Que les da también a los últimos, a los que trabajaron una hora, les da un denario, 200 pesos, y así sucesivamente hasta que llegó con los primeros, ellos pensaron que les iba a dar más, pero les dio lo mismo, un denario, y entonces se molestaron. Entonces el dueño les dice: «No he sido injusto con ustedes, fue lo que convenimos en la mañana, ¿por qué se enojan si soy bueno?».

Aquí viene la interpretación de esta parábola: Lo más importante en ella es que tenemos nosotros un Dios que es bondadoso, que no tiene límite. Tal vez nosotros podríamos pensar de otra manera, por eso los pensamientos de Dios son distintos a nuestros pensamientos; tal vez somos más legalistas o tenemos un Dios del Antiguo Testamento, que es un Dios que castiga, un Dios que está anotando en una libreta las faltas que cometemos, y Jesús con esta parábola dice: «La bondad del Señor es infinita». Por eso, en la primera lectura del Profeta Isaías nos dice que los caminos de Dios son distintos, pero que Él siempre quiere la conversión, el cambio de las personas. ¿Quiénes fueron los primeros a quienes invitó a trabajar? Fueron los fariseos, los sacerdotes; ¿cuáles fueron los últimos? Los pecadores; pero Él quería que todos se salvarán, y ese día todos cenaron, porque recibieron un denario y Dios quiere que todos estemos bien.

Por eso, fíjense qué importante es que nosotros pensemos cómo Jesús vino para salvarnos a todos, y cómo lo criticaban a Él cuando iba a comer con los pecadores, cuando fue a comer con Mateo, cuando María Magdalena estaba lavándole los pies. Sin embargo, el Señor es bondadoso y quiere la conversión. A mí me llama la atención incluso cuando está crucificado con aquellos dos malhechores y uno le dice: «Señor acuérdate de mí cuando estés en tu Reino», y Jesús, en el último momento de su vida de esta persona, le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Por eso, Dios es misericordioso y a veces nosotros pensamos de una manera diferente; Él quiere siempre el cambio de nosotros, la conversión, pero siempre es bueno y su bondad es ilimitada.

Pues ojalá, hermanos, que nosotros vayamos teniendo esa experiencia de un Dios que nos ama, de un Dios que nos acompaña, de un Dios que a pesar de los sufrimientos, a pesar de los conflictos que podemos tener en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades, el Señor quiere nuestro bien, el Señor quiere que nos salvemos, el Señor quiere que tengamos vida, como estos trabajadores que fueron a trabajar en su viña.

Que el Señor nos conceda caminar con esperanza, que no seamos personas que critiquemos a los demás, que no seamos personas que estemos poniendo siempre en tela de juicio a otras personas, sino que tratemos de ver la vida con los ojos de Dios, un Dios bondadoso y misericordioso. Así sea.

 

+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla