XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

December 31, 1969


XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 

“Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”

De esta manera nos invita el apóstol San Pablo para ser unos buenos discípulos, buenos seguidores de Cristo. Nos dice, al inicio de esta segunda lectura, que “…si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu y si ustedes me profesan un afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo todos una misma manera de pensar, una mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma”. El apóstol ha entendido perfectamente –esa es la conversión de Pablo– que a Dios, no llegamos realmente a encontrarlo por el solo cumplimiento de leyes, de decretos, de mandatos; a Dios lo encontramos, experimentando el amor. Y para poder experimentar el amor, nos dice entonces Pablo, que tenemos que superar el espíritu de rivalidad, de presunción y tenemos que educarnos en la humildad; a tal punto de poder considerar al otro superior que yo, a tal punto de no buscar mi propio interés sino el de mi prójimo. De esta manera podemos encaminarnos en esta imitación, en este modelo de Jesucristo, y podemos también nosotros construir en la comunión, nuestra experiencia de amor, acercarnos al Dios verdadero. 

San Pablo todavía sigue adelante, explicándonos que ese camino lo hizo el mismo Cristo. “Cristo Jesús, siendo Dios –nos dice adelante en esta misma lectura que hemos escuchado– no se aferró a las prerrogativas de su condición divina, –siendo el Hijo de Dios, no se aferró a esa condición de hijo– sino que, por el contrario, se anonadó así mismo…”  y se hizo como uno de nosotros. Esa es la actitud fundamental que debemos imitar de Jesucristo. Tengamos la condición que tengamos, seamos ricos o pobres, seamos más inteligentes o no, seamos más capaces o no; nosotros, debemos de dejar de lado nuestras condiciones o prerrogativas particulares y ver al otro como mi hermano. Para esto, en una ocasión nos explicaba el Papa, hoy santo, Juan Pablo II, en su carta Novo Millennio ineunte, que debemos descubrir al otro, como un regalo de Dios parta mí; de allí, que debemos de superar cualquier tentación de competencia, de querer ser superior a los otros en algo y, más bien, tener esta consideración de saber que los demás me dan algo a mí que yo no tengo. Así fundamentamos una espiritualidad de la comunión que nos permite ejercitarnos en el auténtico amor. Esta es la manera en que podemos entender el Evangelio de Hoy. Nos dice Jesús que un padre tenía dos hijos, y que él, el papá, les pidió que fueran a ayudarlo en el trabajo. El primero le dijo que sí que iría, pero no fue; en cambio el segundo le dijo: no quiero ir, pero se arrepintió y fue. Jesús le pregunta a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo diciéndoles: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” ¿El que dijo que sí pero no fue, o el que dijo que no, pero si fue? Y evidentemente la respuesta la dan correcta, dicen: “El segundo”. El que se arrepintió y fue. Aquí encontramos, en este ejemplo que nos da Jesucristo, el porqué siempre tenemos que tener esperanza, paciencia, y caridad para aquel que quebranta las normas, las leyes, o el que tiene una actitud pecaminosa. Tenemos que tener esperanza de que se arrepienta, para que cumpla la voluntad del Padre. 

También aquí podemos entender la primera lectura que nos fue proclamada del profeta Ezequiel: Dios siempre está esperando esa conversión de toda persona que ha equivocado el camino, porque Dios es el Dios de la vida; Dios no quiere la muerte del pecador, no quiere la muerte de ninguno de sus hijos. La muerte es la separación de Dios, la muerte que conduce a donde conduce el pecado es, a la separación de la vida divina, de Dios mismo. Por eso Dios siempre está esperando como buen Padre, la conversión de sus hijos, ese es un segundo aspecto. Y un tercer aspecto que debemos de tener en cuenta es, para nosotros mismos. Aunque  habitualmente nos preocupemos de cumplir los mandamientos, de llevar a cabo todas nuestras responsabilidades, siempre habrá alguna experiencia en la que en algo no hayamos podido haber hecho lo que teníamos que hacer. Démonos siempre la oportunidad de convertirnos, de arrepentirnos; y no de quedarnos anclados allí en ese pequeño error o en esa falta que cometí. Porque lo importante no es haber cometido la falta o el pecado, sino salir de él, y porque eso es lo que Dios quiere. Y por eso Jesús les dice a las autoridades de su tiempo que, publicanos y prostitutas, es decir, pecadores graves, pecadores de esos que decimos que han hecho bastante mal, que han actuado bastante mal –en la época de Jesús los publicanos eran los que   se corrompían y hacían de la ley lo que querían, cobraban los impuestos que querían, utilizaban los recursos públicos en su favor–, esos eran los publicanos. Y las prostitutas ya lo sabemos, –que hacen del uso de sexual un comercio pasando por una relación que debiera de ser de intimidad y de amor, a una relación que se vende, que se comercia y se hace objeto–. Sin embargo estas dos categorías de pecadores, dice Jesús, “…se les han adelantado en el camino del Reino de Dios”. ¿Por qué si son pecadores tan fuertes, tan graves? Dice Jesús, porque ellos le creyeron a Juan y se convirtieron, se arrepintieron. La persona que cae, la persona que comete un grave pecado, fíjense bien lo que digo: tiene la oportunidad, con mayor facilidad, de descubrir el amor de Dios. Por eso dice San Pablo en una ocasión: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. En ese sentido, aunque el pecado lo tenemos siempre que evitar, si llegamos a caer, tenemos que levantarnos inmediatamente y mirar a Dios, porque entonces seremos como este segundo hijo que dijo: no quiero pero se arrepintió y fue. Darnos siempre la oportunidad de restablecernos de restaura la relación con Dios, de regresar a la casa del Padre, al amor de Dios nuestro Padre. Eso es lo que nos dice hoy la palabra de Dios y San Pablo, retomando esta segunda lectura, nos dice: “Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. Generosidad para estar con el que lo necesita, y tengan también, la necesaria humildad para acercarse a todo el que lo necesita. 

Que el Señor nos dé a todos la gracia.  Particularmente quiero a la luz de esta reflexión, decirles que, el próximo domingo cinco de octubre, iniciará el Sínodo con este tema tan importante de la familia. La familia como núcleo, como relación de una pequeña y básica comunidad humana, ha caído en pecado, ha caído en situaciones irregulares, se ha destrozado a veces, interiormente; o a veces incluso conservándose en la unidad familiar, se ha violentado internamente, hay violencia dentro de ella. Todas estas situaciones, lo que dije de en la homilía, se aplica muchas veces en el contexto de las relaciones familiares. Vamos, porque así nos ha pedido el Papa, –a un servidor, me ha llamado para participar del Sínodo– vamos a ir a Roma, con esa actitud de pastores, de ayudar en este tema de la familia, para ayudar a encontrar cominos de cómo rescatar y restablecer, para que todo tipo de situación familiar sea rehabilitado; para que estén en la situación que estén, tengan esperanza, tengan confianza y vuelvan a las auténticas relaciones de amor para las que fueron hechos. Es un tema muy difícil, un tema complejo, y por eso el Papa nos pide su oración. Nos pide la oración de todos los cristianos en el mundo. En este día, en estos días especialmente nos lo ha pedido; pero ampliemos nuestro horizonte de oración a todo este tiempo en que estaremos en el Sínodo durante estas próximas semanas. Que el Señor  nos ayude así a descubrir los caminos de la familia en el mundo de hoy.  Que así sea.

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla