«Dios es amor»
Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, quiero saludarlos a todos con afecto de pastor, a los niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, a todas las familias que siguen esta celebración eucarística desde esta hermosa Catedral de Corpus Christi.
Hoy en este Domingo XXX de Tiempo Ordinario continúa la polémica, la confrontación. Recordarán que el pasado domingo le fueron a hacer a Jesús una pregunta capciosa: Si era lícito o no lícito, si estaba permitido o no permitido pagar el tributo al César. Y Jesús dijo: «Enséñame una moneda. ¿Que está inscrito en esa moneda? Está la imagen del César; den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», diciendo: Dios es el dueño de la vida y de la historia.
Pues este domingo nuevamente quieren confrontar a Jesús. Los fariseos van a hacerle una pregunta, y no se la hace cualquier persona, sino se la hace un doctor de la ley, la pregunta es la siguiente: ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley? Fíjense que era una pregunta muy complicada, porque en ese tiempo había 613 preceptos de la ley mosaica, ¡613!, ¿y cuál iba a decir Jesús que era el más importante?
Entonces Jesús, como siempre, da la respuesta exacta, que nos ilumina, y dice: «El primero de los mandamientos es: Amarás a Dios sobre todas las cosas; con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas», eso estaba escrito en el libro del Deuteronomio, uno de los primeros libros de la Sagrada Escritura. Y eso ya lo sabía el doctor de la ley, era el famoso “Shemá”, “Escucha, Israel”, pero la novedad de la respuesta de Jesús es la segunda parte: «El primer mandamiento es este, pero el segundo es: amarás a tu prójimo como a ti mismo», no esperaba esa respuesta de Jesús. Realmente eso es lo fundamental de los cristianos. Si nosotros le decimos a un católico: “¿Qué es lo más importante de tu religión? Házme un resumen”, el resumen ahí está: Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo.
Fíjense que, en el tiempo de Jesús, sobre todos los judíos piadosos, ese precepto que encontramos en el libro del Deuteronomio: “Shema, Israel. Escucha, Israel: amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”, lo repetían cuando se levantaban, cuando se acostaban, ponían un letrero en la puerta, se ponían alguna pulsera para recordarles ese precepto. Pero fíjense qué difícil era tener 613 preceptos, se perdía uno; muchos erán preceptos de hasta cómo lavarse las manos hasta el codo, cuántos pasos caminar, qué comer; pero Jesús pone en su lugar al doctor de la ley, y nos dice a nosotros qué es lo más importante: el amor a Dios y el amor al prójimo. Y los dos son la raíz, la raíz está en el amor de Dios, pero el amor de Dios se debe demostrar en el amor al prójimo. Ya nos dice San Juan: «El que dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso»; alguien que viene a Misa todos los días, alguien que reza mucho, pero no trata bien a las personas, habría que cuestionarse cómo está su amor con Dios; aquel que no paga los salarios justos, aquel que desprecia a los más débiles.
Jesús hoy nos dice lo siguiente: «El amor es concreto», Dios nos lo ha demostrado a través de la historia. De hecho, ojalá que ustedes, nosotros tengamos una familiaridad con la Biblia, con la Sagrada Escritura, pero ¿qué es la Biblia? Es una historia de amor de Dios con su pueblo, y Dios desde el principio nos ha demostrado que nos ama, y nos ama hasta enviarnos a su Hijo Jesucristo, hasta enviarnos al Espíritu Santo, nos lo demuestra. Entonces, el amor debe ser concreto.
Por eso también la importancia hoy de la primera lectura del libro del Éxodo, que nos habla del buen trato a los migrantes o inmigrantes, y les dice: «Ustedes también fueron extranjeros en Egipto»; cómo tratan a las viudas, cómo tratan a los huérfanos, cómo tratan a los que no tienen una cobija para taparse en la noche y dormir; ese es el amor: el amor, como se dice, son obras y no buenas razones; ese es el amor: las obras.
Hoy nosotros también tenemos que examinarnos en cómo estamos en el amor a Diós, en primer lugar, y en el amor al prójimo. El amor al prójimo también se manifiesta en la solidaridad, en la misericordia, en buscar el bien de los hermanos, consolar al que sufre, dar un consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, esas son cosas concretas.
A mí me ayuda mucho cuando nosotros vemos el crucifijo, seguramente todos ustedes tienen un crucifijo en su casa, donde vemos cómo Cristo, por amor, dio la vida por todos nosotros. Pero la dio en una cruz, y a cruz tiene dos leños: uno es vertical, y ese nos debe recordar siempre el amor a Dios; pero el otro leño es horizontal, y nos debe recordar el amor a nuestro prójimo.
Seguramente aquel doctor de la ley, que sabía mucho, mucho, se quedó callado ante la respuesta de Jesús: «El primer mandamiento es el amor a Dios y el segundo el amor al prójimo». Que el Señor, pues, nos conceda tener esos sentimientos para ver siempre en el hermano, en la hermana, el rostro de Cristo, especialmente en aquellos que sufren más. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla