«Los talentos son para ponerlos al servicio del Reino de Dios»
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús, a todos los que están aquí en la Catedral los saludo, y también a los que, a través de esta plataforma digital, siguen nuestra Eucaristía; saludo a los niños, a las niñas, adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores.
Sin duda que la Palabra de Dios está llamada a iluminar nuestra vida, y por eso esta Palabra de Dios no solo debe de entrar a la mente, sino al corazón. Como les platicaba el domingo pasado, estamos ya en los últimos domingos del Tiempo Ordinario y ya dentro de dos semanas iniciaremos el tiempo de Adviento. Estos últimos domingos se hace presente esa palabrita que algunos conocen, temas escatológicos, quiere decir que nos hablan del más allá de esta vida, es decir, que el Señor nos pedirá cuentas de nuestra vida. Precisamente es el mismo tema que trata el día de hoy con el domingo pasado, pero con un énfasis diferente. Recordarán el Evangelio de las diez vírgenes que estaban esperando al esposo, y cinco de ellas eran previsoras y cinco descuidadas. Las previsoras traían su aceite y cuando llega el esposo, están listas y les abre la puerta para el banquete celestial; en cambio, a aquellas que eran descuidadas se les acabó el aceite, tuvieron que ir a comprarlo y cuándo llegaron ya estaba la puerta cerrada, tocaron y salió el esposo, salió Dios, y les dijo: «No las conozco», estar prevenidos.
Hoy se nos habla del mismo tema: el Reino de los Cielos, pero que tenemos nosotros que ser diligentes, productivos, tenemos que hacer trabajar los dones que Dios nos ha dado. Esta parábola la conocemos también como “la parábola de los talentos”. Hoy se nos habló de cómo Dios se va a tierras lejanas y a uno le da diez millones, a otro cinco, a otro uno, y dice: «Regresaré dentro de un tiempo», no se sabía cuánto tiempo iba a durar. Y sabemos la historia, ¿verdad? Cómo, cuando los llama a cuentas, al que le había dado más millones los había multiplicado, lo mismo al que le había dado dos, pero el que le había dado uno lo enterró y le dijo: «Señor, yo sé que tú eres escrito, por eso tuve miedo, aquí tienes lo que me diste», y Dios le dijo: «Tú has sido perezoso y tampoco entras al banquete de los Cielos». La parábola no es para que nosotros tengamos miedo, nos asustemos, sino saber cómo Dios a cada uno de nosotros nos ha dado talentos, todos tenemos talentos, y estamos llamados a hacerlos crecer, a fructificar. Los talentos no son para guardarlos, los talentos son para ponerlos al servicio del Reino de Dios, y aquella persona que trabaja por la justicia, por la paz, por la fraternidad, por la familia, por la comunidad, es alguien que está fructificando sus talentos.
Qué hermoso es que nosotros sepamos que no somos dueños, el dueño es Dios, nosotros somos administradores y tenemos que administrar la vida que Dios nos dio, administrar esas cualidades, esos talentos. Por eso, en este domingo es importante que nos preguntemos si esos talentos los hemos hecho crecer, porque también fíjense que hay pecados de omisión, cosas que podemos hacer por los demás. Qué grandes oportunidades hemos tenido en este tiempo de pandemia, donde hemos aprendido lecciones, y ojalá que nos hayamos hecho más sensibles para atender a las personas de la tercera edad, a los ancianos, a los enfermos, a los que sufren; para darle un buen consejo a aquel que lo necesita; para quitarnos las vendas de los ojos y ver la realidad en la que vivimos; y preguntarnos: ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros?, porque la invitación que nos hace Jesús, a fin de cuentas, es a construir su Reino, como les decía, ese Reino de fraternidad, ese Reino de interés por los hermanos, no importa el color de la piel, no importa la nacionalidad, no importa cómo sea la persona, pero somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Hoy podemos nosotros pensar un poquito cómo está nuestra autoestima, hay veces personas que dicen: «Es que yo no tengo talentos», ¡todos tenemos talentos!, todos, hay que pensar qué talentos tenemos y si los estamos poniendo al servicio de los demás. Cada día se va escribiendo una página de nuestra vida, y cada día tenemos oportunidades de encontrarnos con nuestros hermanos, lo más importante es ver el rostro de Cristo en nuestros hermanos, especialmente en los que sufren, especialmente en aquellos que no encuentran sentido a su vida. Como nos dice el Papa Francisco: «Estamos en la misma barca y tenemos que remar juntos», pero tenemos que globalizar los valores del Evangelio: el amor, la esperanza, la fe, la generosidad, el respeto y la ayuda mutua.
Que el Espíritu Santo nos ayude para poner al servicio de los demás los dones que nos va dando y que sintamos el ánimo de la Virgen de los Remedios para ir construyendo el Reino de Dios. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla