«La familia es el santuario donde Dios quiere compartir la vida con sus hijos»
Hoy domingo 27 de diciembre, después de haber celebrado la solemnidad del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, la familia modelo que Dios nos dejó para que, contemplando esta vida familiar, podamos nosotros imitar sus virtudes como miembros de una familia.
Hoy, pues, celebramos esta hermosa fiesta de la Sagrada Familia y le pedimos a nuestro Buen Padre Dios que bendiga a nuestras familias; que bendiga, sobre todo, a las familias que, durante este tiempo de pandemia, han perdido uno, dos o más seres queridos, familias que han quedado incompletas, familias que han quedado sin el papá, sin la mamá o sin ambos, en donde un hijo, un hermano o un familiar cercano ya no está físicamente, y hay una mesa con una silla vacía, o dos, hay una casa donde la recámara, la habitación, que se habitaba por el ser querido esta vacía. Tenemos también en nuestra Arquidiócesis parroquias donde los párrocos han fallecido y han sido cubiertas por un nuevo sacerdote, por un nuevo párroco, porque estos hermanos nuestros en el misterio sacerdotal ya han partido a la Casa del Padre y ya no están entre nosotros.
La familia sacerdotal, la familia humana, toda la humanidad hoy estamos viviendo esta experiencia de dolor, estamos experimentando la ausencia de nuestros seres queridos y esto nos causa una gran tristeza, nos causa un gran dolor. Pero no podemos quedarnos solo en la experiencia del dolor, de la tristeza, de la experiencia de la ausencia de un ser querido.
En este domingo, al celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret, el Señor nos invita a que valoremos, con un espíritu de alegría, el valor de la familia, la familia como el santuario de la vida, donde nace la vida, donde se desarrolla, donde llega a la plenitud de la vida y también donde termina; la familia es ese santuario, es ese lugar sagrado, donde Dios quiere compartir la vida con sus hijos, donde Dios quiere manifestar su amor trayendo a la existencia a los seres humanos.
Hoy son dos figuras a las que nos invita la Palabra de Dios a contemplar. En la primera lectura, del libro del Génesis, una pareja de ancianos, Abraham y Sara, que, en su vejez, Dios les promete una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, tan abundante como la arena del mar; a Abraham y Sara, que eran ya ancianos, Dios les regala el don de un hijo, de Isaac. Es la figura, pues, de un matrimonio anciano y la presencia de una criatura concebida por el poder de Dios.
En el Evangelio de San Lucas, también podemos contemplar la figura de el anciano Simeón y de Ana la profetisa, que también era una anciana, y que, al contemplar a un pequeño, a un niño, exaltan de alegría, se regocijan de alegría, por la presencia de ese niño, que es Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo nacido de María por obra y gracia del Espíritu Santo y a quién Dios le da como padre adoptivo al señor San José, un varón justo y santo.
Podemos, entonces, descubrir cómo en la familia, desde la concepción del ser humano hasta la ancianidad, la familia va acompañando a la persona, la familia va sosteniendo a cada miembro de la familia, los padres a los hijos y después los hijos a los padres. Y después este lazo familiar se va ampliando a otros familiares, se van ampliando a la familia humana, a todos los hombres que formamos parte de esta humanidad. La familia es este santuario donde se debe de cuidar la vida desde su gestación hasta el último momento de su existencia, porque las diferentes etapas del ser humano se van viviendo, se van desarrollando, se van fortaleciendo, en este santuario que es la familia.
Por eso, qué importante es que nosotros valoremos a nuestras familias, de donde hemos nacido, y los que han formado nuevas familias. Qué importante es que nosotros descubramos que la familia es esa Iglesia doméstica donde Dios va sembrando, en el corazón de cada uno de sus miembros, la fe, la esperanza y el amor. Qué importante es que la fe y el amor a Dios tengan su fuente en ese santuario doméstico, en esa Iglesia doméstica, que es la familia.
Abraham y Sara creyeron en las promesas que Dios les hizo; Simeón y Ana, que esperaban la liberación de Israel, ven cumplidas esas promesas de Dios en aquel pequeño niño que llevan su madre y su padre a presentar al templo, al Niño Jesús. Esa fe es la que nosotros debemos de ir alimentando y fortaleciendo en la Iglesia doméstica, que es nuestra familia, en la Iglesia doméstica en donde el Señor ha querido que naciéramos.
Nadie escogió al papá, a la mamá o a los hermanos que tiene, Dios no los regaló. Por eso, debemos de descubrir a la familia como un don de Dios, como un regalo que Dios nos ha dado. Cuando tú recibes un regalo no lo escoges, no lo pides, no lo exiges, simplemente lo agradeces. Agradezcámosle al Señor el don de la familia, agradezcámosle al Señor el don de haber nacido en el seno de una familia con valores cristianos, en el seno de una familia dónde empezamos a conocer a Dios y amarlo. Pero también la familia es una escuela y una casa de formación.
En el mensaje que el Santo Padre nos envía con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, dice con toda claridad que la familia es esa escuela donde seduca en la fe, en donde se educa en la esperanza, en donde se educa en el amor, en el amor a Dios y en el amor al prójimo. La familia es esa escuela donde vamos aprendiendo a valorarnos y a valorar a los demás, la familia es es escuela donde aprendemos a dialogar, donde aprendemos a perdonar, donde aprendemos a reír, y también donde aprendemos a llorar y a sufrir con esperanza. La familia es esa escuela que nos va educando, que nos va a formando el corazón, para que podamos descubrir que Dios es nuestro Padre y que todo ser humano es nuestro hermano; en donde aprendemos a descubrir que el niño, que la criatura, que el ser humano engendrado en el vientre materno merece respeto y tiene derecho a vivir; en donde aprendemos que la persona adulta –nosotros decimos “los ancianitos”, con cariño, con respeto, “los viejitos”, ahora se les dice “las personas de la tercera edad”, pero cuando decimos ancianitos o viejitos con amor y con respeto les estamos dando un lugar importante en la familia–, nuestros viejitos, nuestros ancianitos, cuando son cuidados, cuando son atendidos, cuando no los dejamos en el rincón de la casa como un desecho y descubrimos en ellos la fuente de la sabiduría, de la vida, es cuando aprendemos a valorar también toda la riqueza que una persona mayor nos puede dar, toda la enseñanza de vida que un adulto mayor nos puede dar.
Por eso, la familia también es esta escuela de humanismo, es esta escuela en donde la fe en Jesucristo se va fortaleciendo y se va viniendo. Es en la familia donde también se aprende a sufrir con un espíritu cristiano, es en donde aprendemos a llorar, pero también donde sentimos el consuelo y el apoyo de nuestros seres queridos cercanos a nosotros. Cuántos cientos de miles de familias están sufriendo por esta pandemia; cuántos cientos de familias están en situaciones parecidas a la de la familia del Pbro. Salvador Cárabes, a quién encomendamos en esta celebración eucarística.
Por eso, queridos hermanos, queridas familias que nos acompañan y que participan a través de estos medios digitales, aprendamos a valorar día a día a nuestra familia, aprendamos a valorar y a cuidar día a día a nuestros niños, a nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a nuestros adultos mayores; aprendamos a cuidar al ser humano en sus diferentes etapas.
En un consejo queda el Papa Francisco en su mensaje de este día dice: “No se vayan a dormir enojados en la familia”, antes de irse a descansar, si están molestos, enojados, porque en toda familia hay diferencias, reconcíliense y váyanse a descansar tranquilos. Si tenemos que reconciliarnos con algún ser querido, con algún familiar, si tenemos que reconciliarnos con papá, con mamá, con un hermano, con una hermana, dispongámonos a vivir la experiencia del perdón y de la reconciliación; si necesitamos reconciliarnos con el esposo, con la esposa, hagámoslo, para que nuestro nuestro hogar, para que nuestra familia, sea realmente una escuela de perdón y de reconciliación.
Que la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José, bendiga, acompañen y sostengan la vida de nuestras familias. Que así sea.
+ Efraín Mendoza Cruz
Obispo Auxiliar de Tlalnepantla