«Estamos llamados a estar, por la Palabra, en el corazón del Padre»
Hemos escuchado este texto tomado del prólogo del Evangelio de Juan, y el texto centra nuestra atención en la Palabra de Dios, nos invita a reflexionar, sobre todo, en la periodicidad del tiempo y pone nuestra atención en la Palabra, porque, como dice hoy el Evangelio, en el pasado, desde el origen, desde el principio, la Palabra de Dios está en el corazón del Padre; en el presente, la Palabra de Dios quiere estar en nuestro corazón; y en el futuro, nosotros estamos llamados a estar, por la Palabra, en el corazón del Padre. Este es el dinamismo de la Palabra, esta es la razón del tiempo y esta es la oferta de salvación que el Señor hace a todos los hombres.
En esta noche en que damos gracias a Dios porque concluimos este periodo de tiempo que medimos como el año 2020, estamos invitados a descubrir, en primer lugar, a Jesucristo. Estamos celebrando también, todavía, las fiestas de la Navidad, la fiesta gozosa del Nacimiento de Jesucristo nuestro Señor, Aquel que conoce el corazón del Padre, porque el origen de la palabra es la interioridad de la persona. La palabra nos revela el corazón, la palabra nos revela los sentimientos, la palabra nos revela los pensamientos, los anhelos de una persona. Esta es la razón de la Encarnación: que Jesucristo nuestro Señor nos da a conocer el corazón, la mente, los deseos, las ilusiones, de nuestro Padre celestial.
Todo el tiempo previo al Nacimiento de Jesús es un tiempo de espera, es un tiempo de ilusión, es un tiempo de anhelo, en el que muchas generaciones desearon escuchar la Palabra del Señor para conocerlo. Por Jesucristo, sabemos que la Palabra, que lo que esconde el corazón del Padre y nos revela través de su Palabra es su amor, es su misericordia, es su compasión, es su bendición, es su vida, que se revela para nosotros. Con el Nacimiento de Jesucristo, esa Palabra resuena entre nosotros, y nos queda la responsabilidad de acogerla o de rechazarla. Esta es la gran disyuntiva del corazón del hombre de cara a Jesucristo nuestro Señor. Y esta es la oportunidad que nos da Dios cuando nos concede tiempo para vivir, porque ese tiempo que el Señor nos da para vivir es un tiempo para escuchar, es un tiempo para descubrir, para interiorizar, para comprender, para asumir y para acoger el misterio de su amor. Pero también en el tiempo se esconde el riesgo de rechazar, de resistir, de renunciar, de desoir la Palabra de salvación, que es Jesucristo nuestro Señor.
Por eso, la historia tiene dos derroteros, como escuchamos hoy en el Evangelio: para quién acoge la Palabra, para quién deja que se siembra en su corazón, se abre un camino de salvación, de bendición, de esperanza, de vida eterna; y, para quien la rechaza se abre un camino diferente, que el Evangelio de hoy expresa a través de los símbolos de la luz y de la oscuridad.
Nosotros, queridos hermanos, que hemos recibido la gracia de la fe, y que nos reunimos en esta noche para dar gracias a Dios, le damos gracias, ante todo, porque ha dispuesto nuestro corazón para acogerlo como Palabra de vida, como Palabra de amor, como Palabra de salvación; nos hemos reunido para agradecerle porque, a lo largo de este año, en medio de las pruebas, de las adversidades, de los sufrimientos, de las necesidades y de las penurias, hemos podido acoger esta Palabra de amor, de compasión y de misericordia, que se nos revela en Jesucristo nuestro Señor; nos hemos reunido para dar gracias, no solo por el tiempo, sino porque la salvación de Dios obra en nosotros y en el corazón de todos aquellos a los que Dios ama, en el corazón de nuestros hermanos de fe, en el corazón de todos los que formamos parte de la Iglesia de Jesucristo nuestro Señor.
Pero también estamos invitados a suplicar, porque, acoger la Palabra, en el corazón de los hermanos y en nuestro propio corazón, ni es sencillo, ni es definitivo; así como la luz encuentra resistencia en la oscuridad. Por eso miramos el futuro, el futuro inmediato en el año que está por iniciar, y le suplicamos al Señor que nos permita un corazón limpio, un corazón dispuesto, un corazón capaz de acoger su presencia en medio de nosotros; le suplicamos a Dios que nos conceda la gracia de la conversión, para recibirlo con un corazón cada vez más dispuesto, y miramos al futuro incierto y esperamos lejano del día en que nos tengamos que presentar delante de Él, cuando la Palabra, que hemos recibido como semilla de salvación en Jesucristo nuestro Señor, dé su fruto en plenitud.
Esta es la dinámica del tiempo, esta es la dinámica de nuestra fe, esta es la dinámica de nuestra conversión, es la dinámica de la comunión con Dios y con nuestros hermanos, hasta que alcancemos la plena manifestación de Dios en medio de nosotros: La Palabra en el corazón del Padre, que se nos ha revelado en Cristo, que acogemos con buen corazón y que dará su fruto cuando lleguemos a la presencia de nuestro Padre celestial.
Queridos hermanos, démosle gracias al Señor, porque nosotros hemos tenido la oportunidad de recibirle, de acogerle y de creer en Él; porque nosotros hemos tenido la gracia de recibir el don del Espíritu Santo. Que el Señor lleve a plenitud la obra de la salvación que realiza en medio de nosotros, en medio de nuestra comunidad parroquial, de nuestra Iglesia diocesana; supliquémosle, ante todo, por nuestro Señor Arzobispo, que tiene la gran responsabilidad de conducirnos por el camino de Dios y de la salvación; supliquémosle por el ministerio de mis hermanos Sacerdotes, para que, como buenos pastores, acompañan, consuelen, animen y defiendan la fe del Pueblo Santo de Dios; supliquemos por nuestras familias, para que, en medio de las pruebas de la vida, sepan vivir la alegría de la presencia de Dios en medio de nosotros y fortalezcan los lazos de la comunión; supliquemos, en el inicio de este año, por todos los hombres, para que la luz del Señor brille en nuestros corazones.
Que así sea.
+ Jorge Cuapio Bautista
Obispo Auxiliar de Tlalnepantla