HOMILÍA EN VISITA PASTORAL EN NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO, ZONA I, DECANATO 3

December 31, 1969


HOMILÍA EN VISITA PASTORAL EN NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO, ZONA I, DECANATO 3

 

“Yo Juan vi un ángel que bajaba del cielo, su poder era inmenso y con resplandor iluminó la tierra”.

 

Estamos culminando el año litúrgico, el próximo domingo iniciaremos un nuevo ciclo con el adviento, y al término de un año, en estas dos semanas, la Iglesia nos propone textos que nos hablan del final, textos escatológicos es el término para describirlos. En algunos momentos estos textos también cobran carácter apocalíptico, es decir, simbólico que a través de signos y símbolos, nos describen los hechos.

Tenemos, pues hoy, esta lectura del Apocalipsis de San Juan, que nos ha hablado del final, en donde para alegría nuestra, a pesar de las cosas que se describen, para alegría nuestra, la victoria es del bien, se vencerá al mal, esto está garantizado en el testimonio personal de Jesucristo.

Díganme ustedes que ya han de haber escuchado más de una vez relatos de la Pasión de Jesucristo ¿Era justo que lo crucificaran en cruz? –no ¿Se hizo un proceso jurídico adecuado para buscar si era culpable o no? –no. Jesucristo fue injustamente sentenciado a muerte como blasfemo, como un mentiroso que decía que era el hijo de Dios; y no le creyeron diciendo es un blasfemo. Esa injusticia le llevó a la muerte, pero Dios su Padre, lo resucitó de entre los muertos. Esa es una victoria sobre la muerte –volverlo a la vida—y sobre la injusticia. Para que quedara claro que Jesús no era culpable; y que padeció para mostrarnos a nosotros que cuando nos toca recibir una injuria, una calumnia, una injusticia, que no merecemos, no se quedará impune a los ojos de Dios, que el mal siempre será vencido.

Esta primicia de Jesucristo, –es la que hoy aquí en el texto se ve proyectada de una manera escatológica, apocalíptica; la caída es el símbolo, la gran babilonia que había sido el imperio de todo en aquella época en que fue el imperio más poderoso de la tierra­­­––, sirve como símbolo y se describe su caída fatal para que haya luz en la tierra, para que haya claridad, que resplandezca el bien sobre el mal.

En la primera lectura, también encontramos  una inmensa multitud que también cantaba en el cielo: “Aleluya, la salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios”. Él es nuestro garante, él es el que cuida de nosotros y estará siempre atento a nosotros; pero tiene sus tiempos, estamos en este entre tiempo de la primera venida de Jesús y el segundo momento de la segunda venida de Jesús, que por ello decimos siempre en la Eucaristía: “Ven Señor Jesús”, ven Maranatha. Esta lectura pues, nos habla de esta Vitoria final sobre el mal. El evangelio por su parte, también nos describe, de otra manera, esa misma realidad. Y nos dicen ambas lecturas una cosa muy hermosa, porque los que tenemos fe, los que seguimos a Jesucristo, primero nos dice el Apocalipsis: “Estamos invitados al banquete de bodas del Cordero”. Por eso decíamos en el salmo: “Dichosos los invitados al banquete del Señor”. Esto que estamos haciendo aquí, la Eucaristía, es el banquete del Señor, que nos anticipa la participación plena en el cielo, en el final de nuestra vida y en el final de todos los tiempos. Así como nos anticipó en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, lo que va a suceder al final, así también, quienes venimos a Misa, garantizamos nuestra participación en el banquete eterno. Ven por qué es importante venir a Misa, no porque sea obligación de venir los domingos, no eso lo tenemos que superar, no tenemos que venir por obligación sino por convicción de querer participar eternamente en el reino de Dios. “Dichosos los invitados al banquete de las bodas del Cordero”. Pero todavía más, el evangelio nos da otro elemento muy estimulante, alentador, motivador para nuestro seguimiento de Cristo dice: “Cuando estas cosas sucedan, –cuando estas catástrofes finales se den, o las intermedias en el camino hacia el final––, pongan atención y levanten la cabeza, se acerca la hora de su liberación”. Para nosotros los creyentes en Cristo, el final del mundo y el final de nuestra vida, es el momento de la gran liberación, es el paso en el que dejamos todo lo que nos ata, nos esclaviza, nos aterroriza y entramos en la dimensión del amor de Dios para toda la eternidad. De esta manera el cristiano avizora su futuro y de esta manera encuentra los motivos para fortalecer su espíritu ante las adversidades y problemas que nos toca vivir, así crece nuestro espíritu, porque estamos garantizados de nuestro fin, sabemos a dónde vamos, tenemos en Cristo la prenda de nuestro futuro, eso es lo que vivimos cada Eucaristía y por eso le agradecemos al Señor, pero como les decía antes de la Misa: esto que vivimos quienes nos alimentamos del pan eucarístico, lo queremos para todos, especialmente para nuestros católicos alejados que por ignorancia tantas veces, que por indiferencia otras, o simplemente porque han sentido alguna herida, han visto alguna mala cara o algún trato que nos les pareció, se han alejado de la Iglesia. Pidámosle pues a Jesús el Señor de la vida y de la historia que nos ayude a recuperar a todos nuestros hermanos católicos en la vida de la fe, en la participación de la Iglesia. Que así sea.

 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla