“Les traigo una buena noticia”.
Así nos dice el Evangelio, que anunció el coro de los ángeles a unos pastores el nacimiento de Jesús, una buena noticia. Cuál es esta buena noticia, a qué le llamamos buena noticia; a un anuncio o a una realidad. Hay veces que ya es una buena noticia que nos digan que va haber un proyecto que nos va a beneficiar; ya es una buena noticia, pero, en este caso con las palabras que siguen entendemos claramente que ya no se trata de un proyecto, de una palabra que anuncia algo que va a suceder, sino de una realidad. Cuando nosotros hemos sabido de antemano que hay un proyecto atendemos con esperanza su realización y cuando se realiza nos alegra, nos llena el corazón de gozo, porque se ha cumplido la palabra empeñada. Dios anunció a su pueblo como nos dice el primer texto en el profeta Isaías, setecientos años, la llegada de este momento del nacimiento de Jesús, la llegada del Mesías, pero además, la realidad de lo sucedido, desborda lo anunciado, el pueblo de Israel pensaba siempre que sería una persona elegida de en medio del pueblo, como un ser humano igual que los demás; es decir, que Dios pondría su Espíritu en un miembro del pueblo de Israel, pero nunca se imaginaron, ni pensaron que Dios mismo sería ese ser humano que, formando parte del pueblo de Israel, fuera a ser el Mesías.
Aquí pues, no solamente tenemos una buena noticia de que se cumple la palabra, de que el proyecto de hace realidad, sino que incluso la realidad supera lo esperado. De allí, que nuestra alegría sea inmensa, pero ustedes pueden decir, eso ya paso hace dos mil trece años. Porque nos seguimos alegrando de algo que si fue sorprendente, único en la historia, un parte aguas; de hecho, por eso contamos los años a partir del nacimiento de Jesucristo (dos mil trece años han pasado). Por qué sigue siendo una buena noticia el nacimiento de Jesús. Porque ese Jesús que nació en Belén, entrego su vida por nosotros muriendo en la cruz, aquí tenemos al Señor de las Misericordias, venerado aquí en Tlalnepantla y cuya fiesta celebraremos el próximo viernes, nos mostró a lo largo de su vida la razón por la que lo había enviado el Padre, para mostrar su misericordia y su amor, para salvarnos, para darnos un proyecto que nuestra persona con su condición frágil, humana, de barro, fácilmente sede al mal, a la tentación al pecado; y por ello, es necesario restaurarlo, cada vez, levantarlo, darle de nuevo la oportunidad de hacer en cada uno de nosotros el proyecto que Dios quiere. Este recorrido de la vida terrena de Jesús, sigue teniendo hoy día una repercusión en nosotros, no es simplemente un suceso de una gran noticia que paso en la historia, sino que sigue haciendo historia.
Cómo es posible que nosotros podamos percibir ese beneficio de esta buena noticia: hoy nos ha nacido un salvador. Hoy también en este día, en este tiempo, en nuestra generación, hoy nos sigue naciendo un salvador para nosotros. Cómo lo podemos descubrir. Primero, porque el mismo Espíritu que es el Espíritu Santo, que obró en María la gestación de Jesús, que se hizo carne y nació. Este Espíritu Santo llevó a Jesús durante los treinta y tres años; y ese Espíritu ha sido derramado en nosotros, se sigue derramando generación tras generación; simplemente, lo único que nos pide Dios es tener fe, creer en este Espíritu, es todo lo que nos pide, darle crédito a Dios mismo en su palabra; y entonces Dios mismo se anida en nuestro corazón, está ahí en nuestro interior. Y ese Espíritu nos ayuda a recibir la gracia necesaria para que nosotros desarrollemos el proyecto de ser humano para el que fuimos creados por Dios, pero no es la única manera. Este mismo Espíritu obra este prodigio, que nos tiene hoy en este templo, en esta catedral… la Eucaristía. Estamos aquí convocados en nombre de Jesús porque el mismo Espíritu que hizo nacer a Jesús en Belén, hace del pan y del vino una presencia misteriosa, es cierto, sutil, discreta pero real en la que Jesús se hace presente para ser nuestro alimento; y para que entremos en comunión con Él. Esta Eucaristía, esta presencia de Jesús, la ha querido hacer así, Dios providente porque era necesaria para nosotros en nuestra experiencia de vida, ver de alguna manera que Jesús esta compartiendo con nosotros, y alimentándonos. Pero, todavía no se queda allí, sino que nos dice que este proyecto de Dios que ha comenzado a realizarse hace dos mil trece años en Jesucristo, y que se prolonga en la Iglesia, no es solamente para aquellos que creen. Dios nos ama de tal manera que, nos quiere a todos los seres del mundo, a todos los hombres de la tierra, a todos y cada uno de nosotros quiere atraernos, pero lo tenemos que hacer nosotros facilitándole nuestra persona para transmitir esta alegría, esta esperanza, esta buena noticia, esta presencia de Dios, el Emmanuel con nosotros. Y esa es nuestra misión. Cuando nosotros con toda conciencia vivimos nuestra fe, escuchamos la Palabra de Dios, nos dejamos conducir por su Espíritu, descubrimos la dignidad de nuestro propio ser y la dignidad de todos los demás; y esta es la base para poder transmitir a los demás el anuncio gozoso de que Cristo, que Dios, el Hijo de Dios, vive en medio de nosotros. Respeto a la dignidad humana porque Dios nos ama, porque Dios nos ha mostrado esa misericordia constante. ¿Por qué me quiere tanto a mí? Esa es mi dignidad humana, por eso descubriré en el otro esa presencia admirable de la huella de Dios en todo ser humano. Así contagiaremos a los demás de la experiencia del amor, partiendo de que hay alguien que nos ha creado y que nos ama profundamente.
Estas son las razones por las cuales nosotros nos alegramos en la Navidad. Estos son los hechos que se han convertido en una promesa cumplida. Vivimos una realidad que nos desborda. Hermanos por eso quiero decir a todos ustedes esta noche, que nos debemos de alegrar, pero con un corazón lleno de gratitud a Dios por su amor que se ha desbordado en todos nosotros. ¡Feliz Navidad para todos y cada uno de ustedes!