“¿Quién es digno de abrir el libro y de romper sus sellos?”
La visión que hoy nos presenta el libro del Apocalipsis, es una visión llena de símbolos que a veces no tenemos la capacidad de interpretarlos, porque son símbolos que, nos han quedado de hace veintiún siglos y no los hemos sabido transmitir con claridad. Sin embargo, podemos descubrir que esta visión, representada por este libro que: “está escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos”, significa la historia de la humanidad hasta la llegada de Cristo; significa que, esta humanidad no tenía acceso a este libro de la vida, no tenía conocimiento del proyecto de Dios para nosotros.
Dice que es un libro que está escrito por dentro y por fuera. El libro representa justamente a Jesucristo: la vida y obra, la misión de Jesús en el mundo. “¿Quién es digno de abrir ese libro y de romper esos sellos?” Sólo el mismo Cordero degollado que representa Cristo. Este cordero, está degollado para significar que tuvo que pasar por la muerte –nadie puede vivir sin la cabeza, si nos cortan la cabeza, nos morimos–. Sin embargo, este cordero está degollado para significar que, Cristo atravesó la muerte y se mantuvo en la vida, resucitó.
Esta es la posibilidad de encontrar, entonces, quién lea este libro. Jesucristo es el mismo libro, y lo ha leído viviéndolo, lo ha abierto con su propia vida. Entonces, dice: “Ese Cordero tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios”. Cuernos y ojos. Para qué sirven los cuernos: para oír mejor. Para qué sirven los ojos: para ver. Con los siete espíritus que –siete es la plenitud, es el número de la plenitud en la Biblia–, tiene el Cordero. Cristo, tiene la plenitud del espíritu. Dice: “Se acercó, tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Y al tomarlo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos, se postraron ante el Cordero”. Los cuatro seres vivientes, que ya habían sido descritos anteriormente en el libro, representan cada uno de los evangelios, que dan la vida, los cuatro seres vivientes. Y los veinticuatro ancianos que representan: veinticuatro porque, cuatro es el número de los cuatro puntos cardinales: norte, sur, oriente y poniente. Es decir, el número cuatro engloba todo, abarca todo; cuatro por tres, que es el número perfecto, que es el de la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo; ¿cuatro por tres? –doce. Es decir, multiplicada la Trinidad, por la globalidad, es el número doce, como fueron los doce apóstoles, como fueron las doce tribus de Israel. Doce más doce, son veinticuatro. Porque a los doce apóstoles se les suma la multitud de todos los que van siguiendo a Jesucristo. Doce apóstoles, doce representa el resto de todo el pueblo de Israel. Esto es lo que representan los veinticuatro ancianos. Los ancianos son los que han llegado a la madurez de la fe, al conocimiento de este libro que es Cristo, de este Señor de la vida. Esta es la visión. Y por eso termina la visión del texto de hoy diciendo: “Tú eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos”. Abrir los sellos significa mostrar lo que se lleva dentro. Cristo mostró lo que llevaba dentro, la vida de Dios. “Porque fuiste sacrificado en la Cruz y con tu sangre compraste para Dios, hombres de todas las razas y lenguas”. –Doce más doce, veinticuatro–, “compraste de todos los pueblos y naciones y con ellos has constituido un reino de sacerdotes que servirán al nuestro Dios y reinarán sobre la tierra”.
Esta visión nos expresa la presencia del reino de Dios en la tierra, nos presenta la misión llevada a término por Cristo, nos presenta el proyecto que Dios tiene para nosotros, ese proyecto que Jesús vivió y mostro con su vida. Pero ¿qué sucede, qué sucedió en Jerusalén cuando el Cordero abrió el libro y mostró el por qué y para qué de la vida? Nos dice el evangelio de hoy: “si comprendieras Jerusalén, lo que puede conducirte a la paz”. Y dice el texto que Jesús lo dijo llorando. Porque, a pesar de que había descubierto el misterio de la vida y el misterio por el cual fuimos creados, Jerusalén no lo aprovechó, y por eso dice Jesús lo que luego le sucedió a Jerusalén treinta y siete años después de su muerte: “te rodearán de trincheras, te atacarán por todas partes y te arrasarán; matarán a tus habitantes y no dejarán piedra sobre piedra porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba”. La destrucción de Jerusalén en el año setenta, y del templo de Jerusalén que realizó el imperio romano a la cabeza de Tito, quien conquistó Jerusalén y le prendió fuego, la arrasó y la destruyó, es un signo de no haber leído el libro abierto de la vida de Jesús. “Si comprendieras lo que te puede llevar a la paz”. Esto una y otra vez en la historia de la humanidad, se repite tantas veces cuantas veces los pueblos y naciones, no aprovechan la oportunidad del conocimiento de Cristo, y nos puede volver a pasar.
La paz sólo se consigue, sólo se logra, siguiendo las enseñanzas y el testimonio de vida de Jesucristo el Señor de la vida y de la historia. Por eso es tan urgente la misión, llevar a Cristo, encender los corazones del hombre y de la mujer, encenderlos apasionadamente, para que lean este libro de la vida, para que se acerquen a este Cordero degollado, para que conozcan la fortaleza y la plenitud del espíritu, del Espíritu Santo, que es el único que puede generar de nuestra fragilidad y desde nuestra limitación humana la grandeza de vivir con Dios y para Dios.
Hermanos, pidámosle en esta Eucaristía; aquí cuando fraccionamos el pan consagrado, siempre el sacerdote nos dice: este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El pecado de la violencia, de la agresión, de la falta de respeto a la dignidad de la persona, de todo ser vivo, el tratar de explotarlos, de aprovecharlos, de utilizarlos, de utilizar como cosa a quien es una persona viva, imagen y semejanza de Dios, una persona un ser humano, que es lo más hermoso que Dios ha creado. Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo, el que nos da la paz.
Se fijan que siempre el sacerdote antes de pronunciar estas palabras, le desea a la comunidad la paz del Señor esté con ustedes. En la Eucaristía vivimos esta anticipación de la redención de Cristo en nosotros, nos pone en camino de esa redención. Ven por qué queremos la misión, la riqueza que tenemos, de esa manera con mucha esperanza, queremos decirle a Cristo: nosotros sí vamos a aprovechar la oportunidad que Dios nos da de responderle.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla