“Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”
Así comienza la primera lectura, del apóstol San Pablo, que hemos escuchado hoy, y que Introduce uno de los escritos más antiguos del Nuevo Testamento, que se elaboró en los primeros diez años después de la ascensión de Jesús a los cielos; es decir, expresa las convicciones de fe de la primera comunidad de cristianos, de los primeros discípulos de Cristo. Este himno cristológico ¿qué es lo que nos transmite? Dice así: “Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó así mismo tomando la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres”.
Lo que expresa esta primera parte del himno, lo podemos entender mejor con un ejemplo: hagan de cuenta ustedes que tienen aquí presente a uno de los hombres más ricos del mundo, y que deja su condición y sus riquezas, las deja de lado, las regala y se pone en el nivel de los más pobres, vive en el nivel de los más pobres. Esto ya nos da una pauta para entender lo que aquí dice San Pablo: Jesús que era hijo de Dios, –que era Dios mismo– no consideró que debía aferrarse a sus prerrogativas, a su condición divina, a su vida divina, la vida de Dios; sino que se anonadó, dejó todo, se vació de sí mismo, de su condición divina, para tomar el nivel del pobre ser humano, para hacerse uno semejante a nosotros.
Si ya, nos llamaría la atención que un hombre muy rico hiciera eso, estamos hablando de un hombre que aunque sea muy rico, sigue siendo hombre y se pone en la condición de pobres; sin embargo, aquí estamos hablando de Dios mismo, creador de todas las cosas, el que lo tiene absolutamente todo; esto es mucho más allá de lo que hubieran imaginado, cualquiera de los devotos del pueblo de Israel, que así sería el Mesías. Por eso es que a Jesús, las autoridades de su tiempo, no le creyeron. –Este va a ser el hijo de Dios, este es un hombre como nosotros–. Y por eso sigue diciendo el texto: “Así, hecho uno de ellos, se humilló así mismo, y por obediencia –porque él se hizo hombre porque lo envió Dios Padre–, aceptó incluso la muerte”. Y una muerte injusta, la más injusta de su tiempo, la de ser crucificado. Quiere decir que este hecho, fue el que más impactó a los primeros cristianos: que siendo verdaderamente el hijo de Dios, haya sido despreciado, declarado blasfemo y crucificado. Ellos lo vieron resucitado de nuevo, con la condición divina. Porque en la Resurrección, Jesús recuperó su condición que había dejado de lado para poder hacerse un hombre como nosotros. Este es el impacto más fuerte que queda reflejado en la primera comunidad cristiana. Y por eso, el anuncio de esta realidad, es lo que llamamos el Kerigma del Evangelio. Ustedes los que se están preparando para la misión, les han dicho que participaran de un retiro kerigmático, ustedes que se van a preparar para la misión, van a realizar reflexiones de carácter kerigmático durante la próxima Cuaresma. Este es el núcleo del kerigma: el amor de Dios, (a su creatura predilecta, el ser humano) es tan fuerte, que hace este impensable gesto de generosidad y de amor. Dejar su condición divina para hacerse uno de los demás hombres y poder enseñarle al hombre el camino de salvación; poder decirle cómo tenemos que vivir, poder orientarlo en esa confusión que se genera tantas veces como lo estamos viviendo en este tiempo en que tanta, tanta gente no sabe a qué vino, no sabe qué hacer en esta vida. Cristo es el camino y por eso podemos entender el Evangelio de hoy. El Evangelio de hoy nos dice que el reino de los cielos, es decir, a donde estamos llamados, es como un banquete que ha preparado el padre y al que nos está invitando, y nosotros, que no valoramos la invitación, podemos, como dice el texto del Evangelio, poner mil y una escusas para no aceptar la invitación, porque no la valoramos; y eso es lo que está pasando con tantos hermanos nuestros que están distantes y alejados de su fe. Hay que de nuevo anunciarles la importancia del encuentro con Cristo, lo que va a cambiar su vida, la luz que van a recibir, la fuerza que van a tener, para enfrentar cualquier circunstancia que les toque vivir. No debemos desaprovechar la invitación del Señor.
Hoy pues, como les decía desde antes de la Eucaristía, pidámosle a Cristo que nos haga también a nosotros misioneros como él fue misionero, que sepamos transmitir la fuerza de la fe, la importancia del encuentro con Cristo y de ser discípulos suyos, formar parte de la comunidad de discípulos que es la Iglesia.
Que así sea.