“Cuando venga el hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria”.
De esta manera anuncia Jesús que vendrá una segunda vez al mundo, pero que será una manera distinta a la primera vez. La primera venida de Jesucristo, anunciada por el profeta Ezequiel en la primera lectura, –anunciada quinientos años antes de que Jesús llegara– dice: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Cuidaré de ellas, las alimentaré, las haré reposar, buscaré a la perdida, a la descarriada, curaré a la herida, robusteceré a la débil y a la que esté gorda y fuerte, también la cuidaré”. Las actitudes que señala el profeta Ezequiel para anunciar la primera venida de Jesucristo, son actitudes que muestran lo que efectivamente hizo Jesús cuando nació en Belén y cuando predicó la llegada del reino de Dios. La primera venida de Jesús, significó un camino en el que mostró la cercanía de Dios, su ternura y su amor, en el cual, nos dio el modelo de vida; por eso, esta primera venida de Jesucristo, incluyó la muerte misma de manera injusta y fue crucificado, fue sepultado; pero resucitó. Esta es la primera venida de Cristo, hace 2014 años.
Pero Jesús vendrá de nuevo. Ahora en esta segunda venida, no vendrá de la misma manera que la primera. La primera se hizo hombre como nosotros, caminó como nosotros, para darnos ejemplo de cómo teníamos que actuar, cómo teníamos que caminar. En la segunda venida, vendrá y se sentará en su trono rodeado de todos sus ángeles. Porque vendrá para juzgar, vendrá para invitar a, todos aquellos que siguieron su ejemplo, a que pasen al reino definitivo de la vida. “Vengan benditos de mi Padre; porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve encarcelado y me visitaste. ¿Cuándo Señor hicimos esto? Cada vez que lo hiciste con uno de los más insignificantes, con los que no podían hacerlo por sí mismos, lo hiciste conmigo. Entra a formar parte del reino de los cielos”. Jesús vendrá, esta segunda vez, para hacer este discernimiento, para decirnos estas palabras, y esto es lo que él quiere decirnos. Pero como Dios nos deja en libertad, será terrible para todos aquellos que no siguieron el ejemplo de Jesús; para todos aquellos que no llegaron a amar a su prójimo, que no llegaron a respetare al ser humano, que lo agredieron, que violentamente le quitaron la vida, que lo secuestraron, que lo asesinaron. Es entonces, cuando el Señor Jesús, sentado en su trono de gloria, les dirá: “vayan al castigo eterno. “Apártense de mí malditos, vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. Será terrible, pero así será.
Este tiempo, en que estamos entre la primera y la segunda venida de Jesús, es entonces, el tiempo oportuno de que, cualquiera que haya hecho el mal, rectifique el camino, es el tiempo oportuno y es ese el tiempo de la vida de la Iglesia. Muchas veces en los hogares, en las familias, se educa y se prepara para el amor, esa es la finalidad del matrimonio y el la finalidad del hogar; otras lamentablemente, en lugar de educar para el amor, se educa para la violencia. Hay violencia al interior de la familia, no hay respeto a cada persona. Y es entonces cuando entra la misión de la Iglesia. La Iglesia tiene que ser esta madre que se acerque, que muestre que el camino es el amor, que el camino es el respeto a todo ser humano, que ese es el camino de la vida. Entre la primera venida de Jesús y la segunda venida de Jesús, la Iglesia tiene la misión de asistir al hombre en cada generación, en cada tiempo, para que esclarezca el auténtico camino del amor y de la vida.
Hermanos, por eso estamos alegres, contentos, de llegar a este ciclo final del año litúrgico; recordando que nuestra misión es que Cristo reine en medio de nosotros, que reine el Señor de la vida y de la historia; pero que reine atreves de nosotros, es decir, somos nosotros la expresión de Jesucristo en el mundo de hoy; somos nosotros lo que tenemos que anunciar que este es el camino diseñado por Dios para todos nosotros. Los invito, pues, a hacerse esta pregunta: ¿de qué manera estoy yo expresando que Cristo reina entre nosotros? Y si se sienten débiles y frágiles, limitados y pecadores, no duden, para eso Jesús se ha quedado en los sacramentos, en la oración, para eso Jesús está aquí con nosotros, y se hace pan, pan de vida, alimento eucarístico. No pensemos que es imposible que seamos expresión del amor de Dios para los otros. Esa es la meta, es lo que espera Dios de nosotros y está para ayudarnos, para que a pesar de nuestra debilidad humana, nosotros podamos hacerlo presente en el mundo de hoy. Esta es la grandeza de la vocación del bautismo, de la vocación de ser hijos de Dios, de la vocación de pertenecer a la Iglesia de Jesucristo y por eso estamos aquí domingo a domingo, por eso venimos a la Eucaristía, por eso cantamos, por eso nos alegramos para volver a la vida de todos los días, con un gran entusiasmo y una gran esperanza. Pidámosle al Señor es esta Eucaristía: que Cristo reine en el mundo de hoy y que Cristo reine y se exprese a través de nuestras expresiones amor, hacia los otros.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla