“Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”.
Así terminaba el texto que nos fue proclamado en el Evangelio de esta celebración, después de haber dicho Jesús que tenemos que estar atentos para distinguir los tiempos y descubrir los signos que nos ayuden a entender el itinerario del reino de Dios.
En la primera lectura, el Apocalipsis, nos presenta el final de todo lo que ha querido describir el apóstol San Juan a lo largo del libro. Describe este itinerario del reino de Dios como una gran batalla, como la batalla del bien y del mal. Describe a la humanidad, también, –como un gran sector que el deseo de Dios es que sean todos, por eso habla de los ciento cuarenta y cuatro mil, la plenitud de la plenitud, que significa simbólicamente ese número– quiere que todos se salven, y habla de cómo entorno al Cordero degollado, que representa a Cristo muerto y resucitado, es donde encontraremos la fuente de la salvación, la participación del reino de Dios. Pero en este itinerario del reino de Dios en esta tierra, se va viviendo una lucha campal interminable, prolongada, donde a veces, parece que el mal va venciendo, pero luego es detenido; después vuelve a aparecer, vuelve a ser detenido, hasta que llega este momento final con una descripción apocalíptica, –por eso se llama así el libro– en este estilo de una catástrofe final: la caída del mal. Y termina diciéndonos esta hermosa experiencia: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra, habían desaparecido y el mal ya no existía. También vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia que va a desposarse con su prometido”. De esta manera describe lo que en aquella parábola Jesús nos ayudó a entender: por qué convive a la par, el trigo y la cizaña, por qué está al mismo tiempo el bien y el mal; pero lo llevamos dentro cada ser humano y lo llevamos dentro de cada pueblo y nación en la sociedad.
Este es el itinerario del reino de Dios, pero esta es el final: la victoria del bien, la creación de un cielo y una tierra nueva donde ya no habrá mal y solamente existirá el bien, a eso aspiramos, hacia allá vamos, esa es la razón de seguir al Cordero degollado, esa es la razón de ser discípulo de Cristo, saber que el bien vencerá al mal. Dijo Jesús en otra ocasión: “no tengan miedo, Yo, he vencido al mundo”. No tengamos miedo, el camino hacia el bien está garantizado si seguimos a Cristo, esa es la única condición, seguir a Cristo. La comunidad de los discípulos de Cristo, tiene garantizado para toda la eternidad, habitar en esta ciudad santa, la nueva Jerusalén.
En este paso, en este itinerario, en esta jornada que nos toca vivir como generación, estamos precisamente en momentos difíciles, complejos, en que aparece el mal con mucha frecuencia y de manera terrible, son momentos para crecer en la fe y desde la fe crecer en la esperanza. La mirada no puede quedarse en el momento actual, tenemos que levantar la vista, no tenemos que ser miopes, tenemos que tener mirada escatológica, mirada de lo que está garantizado al final. Es como cuando a alguien le toca atravesar un túnel, pero sabe qué hay del otro lado: la salida a la luz. Así somos nosotros los discípulos de Cristo, sabemos que de cualquier túnel tenebroso, de cualquier noche oscura, de cualquier tiniebla que pase la humanidad, siguiendo a Cristo, saldremos a la luz. Esa es nuestra esperanza y eso es lo que anunciamos y eso es lo que vivimos en cada Eucaristía. Eso es lo que celebramos, por eso la Eucaristía es gozosa, por eso es un banquete, porque es la participación con Cristo y su victoria, esa es la fortaleza de nuestra fe. La celebración eucarística no es un simple rito, la celebración eucarística es la presencia sacramental de Cristo a través de su palabra y a través del Pan de la Vida; a través de esta fraternidad de quienes lo hemos encontrado a él y en él nos encontramos hermanos. Esta es la familia de Dios y esta es nuestra fuerza.
Hermanos, no nos quedemos con este tesoro escondido, no enterremos el talento que Dios nos ha dado, como dice la parábola de los talentos. Anunciémoslo, démoslo a conocer, es la razón de vida para nosotros y por tanto será la razón de vida a quienes ignoran, desconocen o son indiferentes, o están heridos y necesitan el consuelo de la fe. Por eso la misión, por eso ese anuncio premuroso, lleno de gozo para llevar a nuestro prójimo el gozo y la alegría de compartir con Cristo la vida.
Pidámosle a él, con toda intensidad en esta celebración en que culminamos esta Visita Pastoral a este decanato dos de la Zona Pastoral I, que nos encienda nuestro corazón a toda la diócesis y nos dé la pasión para anunciar la presencia de Dios en este mundo, que nos ayude él con su gracia y con su bendición.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla