HOMILÍA EN EL CONGRESO NACIONAL MISIONERO. CHIMALTENANGO GUATEMALA

December 31, 1969


HOMILÍA EN EL CONGRESO NACIONAL MISIONERO. CHIMALTENANGO GUATEMALA

 

“Fijemos la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe”

Así nos dice la segunda lectura que ha sido proclamada como Palabra de Dios en esta Eucaristía, y que ha servido de lema de todo nuestro congreso nacional misionero. Vamos a tratar de profundizar desde esta expresión y lo que a continuación nos dice el texto en relación también con el Evangelio y la primera lectura.

Fijemos la mirada en Jesús, aquí nos lo describe el autor diciéndonos dos elementos: “autor y consumador de nuestra fe”. ¿Quién es Jesús? Jesús es al que le debemos esta fe que tenemos, Jesús nos mostró el rostro misericordioso de Dios, Jesús para eso vino al mundo; por eso es el autor de nuestra fe. Por tanto, nosotros no creemos simplemente que Dios existe, no creemos solamente que hay un ser poderoso que dio inicio a la creación, creemos en un rostro concreto y misericordioso, el Dios que reveló Jesucristo. De ahí la necesidad de que no nos dejemos llevar simplemente por el instinto natural religioso que llevamos todos en nuestro corazón. Esa es una huella de Dios, pero no nos basta para llegar al verdadero Dios, necesitamos conocer a Jesús para conocer el verdadero Dios en el que creemos ¿Cómo podemos hacer esto? Para ello la Iglesia guarda, como un tesoro fundamental en su vida, la Biblia, la palabra de Dios. Ese es el excelente instrumento que nos ha dejado, en manos de la Iglesia, para que conozcamos a Jesús, y conozcamos la historia de la Salvación,  la intervención de Dios en la humanidad para conducirla al amor, a la justicia y a la paz. Jesús es pues el autor, pero también nos dice el texto que es el consumador de nuestra fe. Significa esto que está consciente la Iglesia y el mismo Dios, de nuestra fragilidad, de que caemos y levantamos, de que hoy decimos sí y mañana ya no queremos, y de que nos desvían las tentaciones constantes de la búsqueda de sí mismo, de este egoísmo, que nos hace apetecer aquellas cosas que nos agradan, que nos atraen y que a veces  no somos conscientes, o siéndolo conscientes, y entonces se da el pecado, nos dejamos llevar por ese capricho, por ese gusto, por ese placer; las tentaciones. 

Jesús es el consumador de nuestra fe, no sólo el autor. Quiere decir que nos va llevando en el camino, en el proceso de nuestra vida, a lo largo de ella, esa es la grandeza de nuestra fe. No solamente tenemos un Maestro que nos indicó el camino, tenemos un Pastor que constantemente nos lleva por el camino. Y en llevándonos por ese camino, no nos deja a medias, ni mucho menos caídos; nos levanta siempre, nos fortalece siempre, está pendiente de nosotros. Por eso Jesús nos lleva hasta donde está ahora él, a la derecha del Padre; para que conozcamos a su Padre, para que estemos con él eternamente. Hasta allá llega el término de su misión: consumador de nuestra fe. 

En este proceso es interesante cómo el mismo Jesús en vida, nos dice hoy en el Evangelio, les abrió el entendimiento a los discípulos. “Les abrió para que entendieran, –dice el texto– lo que se había predicho de él”. Esa apertura del entendimiento y del corazón para entender algo inexplicable. ¿Cómo siendo Jesús el Hijo de Dios, es llevado a Cruz, injustamente? ¿Por qué? Esa pregunta es fundamental en la vida cristiana.

El texto, volviendo a la segunda lectura, nos dice: “él, Jesús, en vista del gozo que se le proponía aceptó la cruz”. ¿Qué significa esto? Que Jesús, no solamente veía ese momento doloroso que tenía que asumir sino, veía más allá, hacia donde lo llevaba pasar por ese momento doloroso. Tenía conciencia del amor de su Padre, sabía que no lo podía dejar solo. Y por eso, con toda libertad, aceptó la muerte, y la muerte en cruz. Y es allí donde surge nuestra fuerza, porque si siempre tenemos presente que nosotros somos  peregrinos caminantes en esta tierra y que nuestro destino es la casa del Padre, podemos a travesar por valles escondidos, podremos cruzar abismos, y sobretodo podremos asumir las circunstancias dolorosos o injustas que nos tocan vivir; pero siempre con esa fortaleza del espíritu que nos haga sentir, percibir la mano de Dios en nosotros 

¿Cómo es posible eso?, ya dijimos cómo es posible conocer a Jesús, a través de la palabra de Dios; pero también ¿cómo es posible tener esta fortaleza y tener esta constante confianza como la tuvo Jesús en Dios nuestro Padre? En el Evangelio de hoy nos dice: “ustedes, –les dice a sus discípulos, nos dice hoy a nosotros– son testigos de esto”, de lo que vivió Jesús. Y luego dice: “ahora les voy a enviar al que mi Padre les prometió, el Espíritu Santo. Él es el que los va a conducir, él es el que los va a fortalecer, él igual que a mí. El Espíritu Santo bajó y acompañó a Jesús toda su vida terrena. Es el mismo espíritu que hizo posible que Jesús asumiera la cruz. También ese mismo espíritu se nos ha regalado en nuestro bautismo y se nos ha confirmado en ese sacramento hermoso de la misión, el sacramento de la confirmación. 

Hermanos por eso debemos de tener toda nuestra confianza en Jesucristo, como él mismo la tuvo en su Padre; pero además Jesús les dejó este encargo, de transmitir el camino a seguir, a un grupo, a una comunidad, a la Iglesia, a la comunidad de los apóstoles. ¿Por qué? ¿Por qué no se lo dejó a uno solo, que fuera muy inteligente y capaz? Porque nos necesitamos los unos a los otros. ¡Han visto qué alegría y qué gozo es estar aquí reunidos los hermanos, venidos de todas partes de esta hermosa Guatemala! ¡Han visto cómo se entusiasma el corazón y cómo desborda de alegría nuestro interior! Porque no estamos solos, somos una comunidad creyente de Jesucristo, le creemos a él. Y el espíritu entonces, mueve  nuestros corazones, aquellas inquietudes que necesitamos para poder caminar a nuestro destino y no desviarnos del camino. Esta es la vida de la Iglesia, y esta Iglesia es la que siempre nos convoca a encontrarnos como hermanos, para ayudarnos solidaria y subsidiariamente los unos a los otros. Esa es la razón de encontrarnos, no es nada más hacer fiesta, hacer fiesta porque estamos caminando con Jesús, hacer fiesta porque nos conduce el espíritu de Dios, y por eso venimos a la Eucaristía. 

Ya llevamos dos elementos, primero la Biblia, la palabra de Dios para encontrarnos con Jesús; segundo el encuentro entre los hermanos, el otro es también una presencia de Dios, nos falta este tercero que estamos viviendo: la Eucaristía y los Sacramentos. Este encuentro con el Señor, nos garantiza que él está aquí, y se hace presente en este pan y en este vino que le ofrecemos y que se transforma en su presencia para alimento nuestro, para que tengamos fuerza en el camino. De esta manera la Iglesia cumple su misión; pero esta misión, lo hemos leído ya en el Evangelio, no es para quedarnos con nosotros, en nuestra interioridad, en el gozo de encontrarnos con nuestro Padre, en el gozo de sentir y percibir a Jesús como nuestro hermano, en el gozo de encontrar a los demás como hermanos, sino en el gozo de dar testimonio en este camino para que todo ser humano descubra su filiación divina y su pertenencia a la familia de Dios. Por eso es la misión hacia los distantes y alejados, por eso la nuestra misión para ir a todos los ambientes de la sociedad, por eso es la misión para ser presente esta hermosa levadura del Evangelio. Si hermanos, los invito a hacer nuestras las palabras de la primera lectura: “levántate y resplandece” Chimaltenango, porque ha llegado tu luz; levántate y resplandece Guatemala porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Mira las tinieblas cubren la tierra, –si hay muchas tinieblas, como las que han dicho sus obispos aquí hace un momento– espesa niebla envuelve a los pueblos, pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria.  Camina pueblo de Guatemala. 

Que así sea.

 

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Presidente del CELAM, Arzobispo de Tlalnepantla