“Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre”.
Así aprendimos desde niños a conocer la persona de Jesús. Así, lo proclamamos en el credo cada domingo y hoy en este cuarto Domingo del Adviento, San Pablo, en la segunda lectura nos lo vuelva a recordar, pero, nos lo recuerda dándonos dos elementos para entender esta unidad de dos naturalezas tan distantes: la naturaleza divina y la naturaleza humana. Dios y Hombre. Dios que todo lo puede, que todo lo ha creado, Dios que todo lo conoce; el hombre, ser frágil, que le cuesta trabajo el aprendizaje, el conocimiento, la relación positiva con los demás. ¿Cómo unir las dos naturalezas en una sola persona? San Pablo nos dice que, Jesucristo, Nuestro Señor, nació en cuanto su condición de hombre, del linaje de David. Como cualquiera de nosotros, pero, también dice San Pablo, en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos. Quiere decir que Jesús, el niño nacido en Belén del seno de María, nació, creció, maduró, como uno de nosotros. A veces, se nos vendrá a la mente pensar: era Dios, por eso hacia milagros, por eso pudo aguantar humillaciones, la ignominia mayor (la flagelación, la burla, la crucifixión). Pero era hombre, igual que nosotros. Su condición divina no la perdió, sino que se encarnó en un ser humano y quedo oculta. Dice San Pablo, que esta condición apareció en la resurrección, cuando vence a la muerte. Todo su tiempo terrestre, su vida terrena, padeció las mismas condiciones que cada uno de nosotros. Es difícil de entender, pero lo podemos apreciar a través de un ejemplo. Si ustedes tienen en sus manos una semilla, cualquiera que sea; de frijol, de maíz, de trigo… en esa semillita hay vida pero pasa desapercibida; y tenemos que sembrarla para poder ver que efectivamente hay vida ahí; y que esa vida reproduce una planta y da fruto. Así, oculto como en esa semilla, así paso oculta la divinidad de Jesucristo a lo largo de sus treinta y tres años de vida, pero aparece en su potencia después de morir en la cruz en la resurrección; manifiesta esa condición divina.
Ahora bien, qué importancia tiene esto para nosotros. Por el bautismo, todos y cada uno de nosotros los bautizados, no solamente tenemos la naturaleza humana, se nos ha concedido como hijos adoptivos la naturaleza divina. Si hemos aprendido ¿verdad?, que todos somos hijos de Dios, o ustedes ¿no se consideran hijos de Dios? Somos hijos de Dios, ¿por qué? Porque se nos ha participado la naturaleza divina. Caigamos en la cuenta, somos hijos de Dios, no solamente de mi mamá y papá. Jesús fue hijo de María, ¡sí!, pero también Hijo de Dios. Y por qué no descubrimos esa naturaleza divina en nosotros. Porque está como esa semillita. Es real, tiene la vitalidad propia de la naturaleza divina. Está en nuestro interior, pero, tiene que desarrollarse, igual que le paso a Jesús, a lo largo de su vida siendo verdadero hombre pudo hacer milagros. Los pudo hacer porque fue creciendo en Él esa presencia y conciencia de algo extraordinario, que es la naturaleza divina; y eso es lo que pasa cuando nosotros nos ponemos en el camino de Cristo; cuando nos ponemos en comunión con Él; nuestro espíritu, desarrolla la naturaleza divina que Dios nos ha regalado; depende de nuestro caminar, por eso Dios se manifiesta a través de nosotros mismos, de la misma forma que se manifestó con Jesucristo, de esa misma forma, se manifiesta con cada uno de nosotros, a través del ser humano. Por eso, decimos que Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros. También el pueblo de Dios es la presencia de Dios en medio de la humanidad, pero si nosotros respondemos a esta gracia que se nos ha dado de la naturaleza divina. Por eso, necesitamos de la oración para tomar conciencia, la escucha de la Palabra… qué pasa cuando alguien nos seduce con su palabra, e incluso nos induce al mal (vas a estar bien, ven conmigo, toma otra copa y otra…), nos induce con su palabra. Pues también la Palabra de Dios nos puede seducir si la atendemos, si la escuchamos. Cuando vemos lo que sucede, y discernimos qué querrá Dios de nosotros, como vemos hoy en la persona de San José, que no acababa de entender cómo era posible que María estuviese embarazada y qué tendría que hacer si no era el padre biológico de ese niño. Según la ley judía tenía que haberla declarado públicamente que era embarazada pero no por él y tenía que haber sido apedreada, hasta la muerte. Pero, José la amaba; y entonces dice la abandono en secreto y yo me echo la culpa, estaba buscando una salida, porque la amaba. Una salida conforme a la voluntad de Dios, entonces Dios le revela que el hijo que María lleva es obra del Espíritu Santo. Y lo cree José, le da crédito porque está buscando lo que debe de hacer y eso le parece bien, adoptar a ese niño como su hijo; y así, salva toda la encarnación, el proyecto de Dios. Así, cada uno de nosotros, si estamos en comunicación con Dios, buscando el bien, porque amamos a los demás, nuestra naturaleza divina va a surgir en nuestro interior; y nos haremos puentes de la presencia de Dios en el mundo; y para que nuestra fragilidad no nos venza y para que crezca nuestra fortaleza interior, Dios nos ha dejado la Eucaristía. Pero, fíjense como también en la Eucaristía, la presencia de Cristo es discreta, sutil, sencilla, bajo la presencia de pan, de vino; porque quiere que a través de la misma humanidad, del mismo ser humano, manifestar de forma no visible pero real, la presencia de Dios en medio del mundo. Este es el misterio de la Encarnación y esto es lo que celebramos en la navidad, por eso estamos alegres, porque no solamente, nació Jesús hace dos mil trece años, sino porque está presente en medio de nosotros, y porque nosotros portamos a Dios al mundo. Somos los mediadores de la presencia de Dios en el mundo, para eso somos discípulos de Cristo, por eso nos llenamos de esperanza porque podemos ser portadores de todo el bien que Dios hace a nuestros hermanos, empezando con los más necesitados.
Hermanos, preparémonos pues, a la gran celebración de la Noche Buena, y de la Navidad, recordando nuestra vocación de hacer presente en medio del mundo a Dios, el Emmanuel, el Dios con nosotros. Que así sea.