“La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
Aquí, en esta expresión tan sencilla, pero tan profunda, se nos comunican dos aspectos que luego dan origen a dos títulos que se le aplican a Jesucristo. A Jesús los conocemos como al niño Jesús, como a Jesús de Nazaret, como Jesús el Cristo, como Jesús Mesías, como Jesús el Kyrios, es decir, el Señor, como Jesús el Hijo de Dios; pero también, a partir de esta introducción que hace el evangelista Juan a su Evangelio, se le conoce a Jesús como el Logos, palabra griega que significa: la palabra. Y también, el Verbo Encarnado, tomado del latín: verbo, palabra; significa encarnado, es decir, que se ha hecho hombre.
Vamos, pues, hoy a reflexionar sobre estos dos términos que utiliza el evangelista Juan para hablarnos de quién es Jesús, cuál es su finalidad y qué nos ofrece, por qué ha venido al mundo, el Logos, la Palabra.
Precisamente Jesús vino al mundo para ser el comunicador de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así nos lo dice al final de este texto que hemos escuchado del Evangelio: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado”. El verdadero Dios, sólo lo podemos conocer a través de Jesucristo. Él es el Logos, es decir, Él es la Palabra, es el comunicador, el que nos transmite quién es Dios ¿Cómo realiza Jesús esta misión de ser la Palabra? La realiza precisamente, haciéndose uno de nosotros, un ser humano, limitado en el tiempo y en el espacio, por ello entendemos el segundo título: Verbo encarnado, es decir, la Palabra se cumple, se hace realidad, el Verbo se encarna, se hace hombre. Y fíjense qué importante es este anuncio de parte de Jesús al hacerse hombre y nacer en Belén, ya que cumple la promesa de Dios, como nos lo dice la segunda lectura tomada de la carta a los Hebreos: “En distintas ocasiones y de de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, que son los últimos, nos ha hablado por medio de su Hijo”. Jesús, pues, es el Verbo encarnado. ¿Qué es lo que más nos desilusiona, nos frustra, nos hacer caer en la desesperanza? Las promesas que no se cumplen, la palabra que se queda en sólo palabra, que no se hace realidad.
Desde que somos niños, cuando nuestros padres, nos prometen algo –hijo te voy a llevar al cine, vamos a ver esa película–, y los papás cumplen esa promesa, el niño es feliz. –Vamos a ir a comprar un helado–, y cumplen esa promesa, los niños son felices. Así crecemos. Cuando vamos teniendo el cumplimiento de lo que hablamos, cuando la palabra se vuelve realidad, es fuente de alegría y de felicidad. Y si esto es para cosas tan sencillas y cotidianas de nuestra vida, para las cosas fundamentales, se vuelve todavía más importante, porque nuestra fe nos dice que Dios nuestro Padre, nos ha dado esta vida terrestre con una finalidad: prepararnos como peregrinos y llegar a la casa del Padre para estar toda la eternidad compartiendo la vida divina. Si Dios nos va mostrando a lo largo de nuestra vida que su palabra se cumple, que Jesucristo es la promesa cumplida del Padre, cuál no será nuestra esperanza.
Por eso es tan importante crecer en la sensibilidad de cómo Dios se manifiesta en medio de nosotros, para poder cada vez, con el avance de los años, tener una mayor certeza de que lo que nos espera es algo que es real; no es una idea, no es un proyecto, no, ¡es una realidad! y eso es lo que nos dará la plena confianza en seguir las enseñanzas de Jesucristo. Es así como entonces entendemos por qué nace Jesús en Belén: para manifestar la verdad. La verdad, no es otra cosa que, precisamente el cumplimiento de la palabra que se hace realidad, por eso Jesús es la verdad. Y Jesús es la vida, nos dice hoy San Juan: “Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Porque no hay otra vida que la vida divina.
Nosotros, aun en nuestra naturaleza humana, tenemos vida porque nos la ha transmitido Dios, Él es la fuente de la vida. Nuevamente Jesús lo manifiesta plenamente porque lo crucificaron, muere, pero resucita, vuelve a la vida porque la vida no depende de nosotros lo hombres. Aunque asesinemos, aunque matemos, aunque frustremos a los demás, aparentemente los hacemos morir, y es un delito grave, un crimen sí, pero más allá de esa muerte está la vida, la vida es Dios y la vida se manifiesta en nosotros, eso es lo que ha venido a decirnos Jesús. Por eso es el comunicador del verdadero Dios, del Dios de la vida. Jesús es, pues, Camino, Verdad y Vida.
Nosotros en este aprendizaje debemos de tener siempre en cuenta, también, seguir a Jesucristo cumpliendo las promesas, que nuestra palabra, nos dice Jesús en el Evangelio, sea siempre un sí cuando digamos sí , y que así lo hagamos; que cuando digamos no, que así actuemos, conforme a lo que decimos. Allí está una grande enseñanza de Jesús para ser comunicador como Él del verdadero Dios. Nosotros estamos llamados como discípulos de Jesucristo, también, a comunicar al verdadero Dios en nuestro mundo, para eso somos discípulos de Cristo transmitiendo la verdad, transmitiendo la vida y con ella iluminado, dando luz. El verbo encarnado nos transmite esta misión: de también nosotros encarnar a Dios mismo. No es solamente a María a quien le pidió encarnarse en su seno, también a nosotros nos lo pide; Dios nos pide, encarnarse en nuestro interior. Es algo que nos sorprende sí, inaudito, increíble, pero esa es nuestra vocación, y encarnamos a Dios cuando, como Cristo, somos palabra que se cumple. Por eso la coherencia de vida es el más fuerte testimonio de un discípulo de Cristo. De allí la importancia de los mártires, de aquellos que saben incluso afrontar la muerte para mantener su palabra, para mantener su compromiso con Cristo. Hoy necesitamos estos testigos. Dios nos necesita a nosotros. En este mundo donde nadie le cree a nadie, todos desconfían de todos, piensan que está detrás siempre el interés personal por encima de lo que realmente es nuestro bien. Los cristianos, los discípulos de Jesús, necesitamos dar este testimonio de la verdad, de la palabra que se cumple, eso significa la Navidad. Que también nosotros encarnemos a Cristo como lo hizo María y lo mostremos al mundo de hoy.
Que así sea.