IV DOMINGO DE ADVIENTO

December 31, 1969


IV DOMINGO DE ADVIENTO

 

“La revelación del misterio, mantenido en secreto durante siglos…”

Eso es lo que nos dice san Pablo en la segunda lectura, que se ha revelado en la Encarnación, que se ha manifestado en el Dios hecho hombre. Dice que esta revelación del misterio, es cumplimiento del designio eterno de Dios, es un proyecto pensado desde toda la eternidad. Este proyecto de Dios, tiene la respuesta a esas preguntas que el ser humano, desde los orígenes de la humanidad, se ha planteado: ¿Quién es Dios? ¿Cómo es Dios? ¿Para qué ha creado todo el universo? ¿Para qué me ha dado a mí la vida? ¿Hacia dónde voy? ¿De dónde vengo? Y ¿Cuál es mi destino? Estas preguntas fundamentales, el ser humano, por instinto se las responde; pensando sí,  que hay un ser trascendente, poderoso que me ha dado la vida y que ha creado todo el universo; pero la entraña de quién es Dios, cómo es Dios y cuál es la finalidad de Dios, solamente la hemos conocido, cuando se ha revelado este misterio, en Jesucristo. Eso significa la encarnación: que Dios, el Hijo de Dios, el mismo Dios, se haya  querido hacer como uno de nosotros: con todas las limitaciones propias de una creatura. Dios es el creador y meterse en las limitaciones de espacio y el tiempo, meterse en las condiciones de limitación propias de un ser humano, eso es el misterio. Allí está el núcleo fundamental de nuestra fe y su específica distinción con cualquier religión natural. La fe cristiana, nos manifiesta en ello, como dice San Juan, el infinito amor que Dios tiene  por sus creaturas, entregándonos al Hijo único, haciéndose hombre como uno de nosotros. 

Cuando el hombre no conoce y no ha asimilado la entraña de este misterio, pasa lo que le pasó a David y que nos cuenta hoy la primera lectura: quiere hacer cosas para Dios, quiere construirle un gran templo, pensando que con ello va a agradar a Dios; y Dios le manda decir por medio del profeta Natán: “¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa, para que yo habite en ella?” ¿Piensas tú, que eres una creatura, que le vas a dar una casa al creador? Este planteamiento que le hace el profeta Natán a David, nos lo hace a cada uno de nosotros, cuando por inercia de nuestro instinto natural sobre lo que es Dios, pensamos  agradar a Dios para ganárnoslo, para que esté de nuestra parte; y hacemos mandas, hacemos octavarios, novenarios, oraciones interminables. Queremos agradar a Dios, queremos darle cosas a Dios, queremos darle algo que nos haga sentir que Dios va a estar contento con nosotros. Como cuando le damos un regalo a un amigo, para qué le damos un regalo a un amigo, si no es para mantener la amistad. Para qué le damos un regalo a alguien que lo necesita, sino es para sentir que ejerzo mi caridad. 

El misterio revelado en Cristo, nos muestra cómo Dios le dice a David: no eres tú el que me va a construir una casa, soy yo el que te va a dar una dinastía de la cual va a venir el Salvador; soy yo el que te regalo cosas, las cuales no puedes hacer tú. Cómo es posible que David hiciera que de su descendencia naciera Jesús, el Salvador ¿estaba en sus manos? De ninguna manera. 

Con esto, Dios nos muestra que lo importante en la vida es descubrirlo a él, a través de lo que él nos regala. No tanto que le demos cosas a Dios, Dios lo tiene todo, lo puede todo, ¿Qué le podemos dar desde nuestra pequeñez y desde nuestra sencilla vida de creatura? Lo único que le podemos dar, lo único que le agrada a Dios, es lo que hace María: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu Palabra”. Es descubrir el proyecto que Dios tiene para mí, aceptarlo y decirle: Señor aquí estoy, yo te obedezco, yo acepto tu voluntad, correspondo a tu amor. Porque Dios ya nos ama desde antes de nuestras respuestas, eso es lo que tenemos que tener bien claro. La imagen natural de Dios, que el hombre se haces es de un dios justiciero; la verdadera imagen de Dios, es la que nos ha mostrado Cristo, es un Dios que me ama desde antes de haberme creado, porque él es amor.

Hermanos, esto es lo que hoy contemplamos en este IV Domingo del Adviento. De allí nuestra alegría. Estemos o no estemos con todos los condicionantes de la vida satisfactoriamente vividos, nuestra alegría viene del amor de Dios por cada uno de nosotros, nuestra alegría viene de que el Señor está conduciendo mi vida, de que está pendiente de mí, que quiere el bien para nosotros. Nuestra alegría es que Dios, siendo Dios, se ha hecho sencillo como uno de nosotros: humilde creatura condicionada por el espacio y el tiempo. Eso es lo que contemplamos, esa es la maravilla que se ha manifestado, ese es el sentido de la Navidad: el misterio de la encarnación, Dios hecho hombre.

Pidamos por eso en este IV Domingo de Adviento, que tengamos la claridad de qué es lo que Dios quiere de nosotros, para responderle como María. Pidámosle a Dios es nuestra oración, en estos días de navidad, por quienes vemos claramente que le han respondido a Dios y están esforzándose por seguir respondiendo en su vocación. Veamos al Papa Francisco, cómo se está dando generosamente  para bien de la humanidad, le está respondiendo y por eso Dios actúa a través de él. Tantas personas que también, en medio de sus situaciones, le responden a Dios, pidámosle por todas ellas. Por nuestros sacerdotes, por nuestros seminaristas, por nuestras religiosas, por nuestras familias que a pesar de las adversidades que viven, no se desintegran, se manifiestan en medio de sus problemas, unidas y solidarias; por tantos fieles católicos que a pesar de vivir la desintegración familiar, en lo personal quieren seguir viviendo su vocación cristiana. Pidámosle, para que todos nosotros como María, tengamos la fortaleza de decirle al Señor: “yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. 

Que así sea. 

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla