III DOMINGO DE ADVIENTO

December 31, 1969


III DOMINGO DE ADVIENTO

 

“Juan, no era la luz, sino testigo de la luz”

Este tercer domingo de adviento, el Evangelio nos vuelve a presentar, como el domingo pasado, a la figura de Juan Bautista como personaje central en el Evangelio. Juan el Bautista, es interrogado por enviados de las autoridades judías, para conocer quién era él, qué pretendía, cuál era su misión. Esta escena del Evangelio que acabamos de escuchar, nos manifiesta que Juan claramente rechazó identificarse como el Mesías, como Elías, como el profeta esperado y solamente dijo, ante la insistencia de los enviados: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor”. Por una parte, es interesante observar que, a los enviados no les importaba el contenido de la respuesta. Ellos habían sido enviados solamente para reportar, para informar a sus autoridades, no tenían ningún interés en conocer la figura de Juan; y por eso quedan desconcertados porque no quiere decir quién es, quizá de allí, ya se llevaron alguna interrogante en sus personas, o quizá simplemente reportaron que Juan no quiso identificarse y que lanzó esta expresión que seguramente ellos no entendieron: “Yo soy la voz que grita en el desierto”.

Juan el Bautista –nos dice el evangelista al introducir esta escena– no era la luz, sino testigo de la luz; esa era su verdadera identidad, esa fue su misión. Él claramente sabía que no era la luz, pero sí testigo de la luz; y la respuesta que da Juan Bautista, es en esa línea: testigo de la luz. Por eso podemos descubrir en las tres lecturas del día de hoy, aspectos fundamentales para poder ser también nosotros, testigos de la luz, porque para eso hemos sido llamados. 

Al ser bautizados, al adentrarnos en el conocimiento de Cristo y su persona, de su mensaje salvífico, del anuncio del reino de Dios, es no para que nos quedemos con esa enseñanza escondida en nuestro interior, sino para que lo manifestemos, para que lo hagamos vida, así nos dice San Pablo en la segunda lectura: “Vivan siempre alegres, den gracias en toda ocasión”. Y luego añade: “No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía”. 

Dos elementos fundamentales: no impedir la acción del Espíritu Santo, no despreciar el don de profecía. De ahí dependerá que seamos alegres, que podamos vivir siempre en la esperanza. Tenemos pues aquí  ya, un elemento  coincidente con la respuesta de Juan que dijo: “Yo soy la voz del que clama”. Yo soy la voz, el testigo tiene que anunciar y tiene que ser profeta, tiene que manifestar lo que Dios quiere, ¿qué es lo que quiere Dios de nosotros? El don de profecía. Equivocadamente a veces pensamos en el don de profecía como algo para adivinar el futuro. El don de profecía es fundamentalmente hablar en nombre de Dios para manifestar lo que Dios ha proyectado en nosotros. Primer elemento entonces para ser testigos de la luz: ser profetas, ser palabra, ser proclamadores, ser testigos de la luz. Pero para eso necesitamos conocer la luz. Cristo es la luz del mundo, Cristo es el camino, la verdad y la vida. Acercarnos al conocimiento de Cristo a través de la oración, a través de la lectura de la Palabra de Dios y de su meditación, a través –como lo estamos haciendo en este momento–– de venir a la Eucaristía y recibir los sacramentos. Es un encuentro espiritual, sacramental que nos permite ir adentrándonos en el misterio de la persona de Cristo para poder ser sus testigos. 

No impidan la acción del Espíritu Santo, nos decía San Pablo. La acción de Espíritu Santo se desarrolla en nosotros, precisamente, cuando abrimos nuestro corazón a la búsqueda de Jesús el Señor, a la búsqueda de su palabra, de su presencia, a la búsqueda de él en los sacramentos de la Iglesia.

Pero queda también un tercer elemento para poder ser testigos de la luz. Claramente nos lo indica la primera lectura del profeta Isaías cuando dice: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor”. La relación, el encuentro y sobretodo el servicio a quienes se encuentran  en situaciones de dolor, de falta de libertad, a los que están seducidos por esclavitudes y quedan cautivos, a los que tienen destrozado el corazón, a ellos hay que acercarnos para decirles la buena nueva: Cristo te redime, te restaura, te libera, te salva. Somos así testigos de la luz, la luz que clarifica nuestras tinieblas y las tinieblas en que, en nuestra sociedad, se encuentran tantas personas. Esa es la misión de Juan Bautista que hoy, nos toca a nosotros realizar. Nosotros somos cada uno un Juan Bautista para el mundo de hoy. Nosotros como comunidad cristiana, seguidores de Cristo, estamos llamados, no para ser nosotros la luz, sabemos de nuestra frágil condición humana, de nuestra condición pecadora, de nuestras constantes caídas; pero no nos anunciamos a nosotros mismos, anunciamos a quien es el Señor de la vida y de la historia, al que libera y salva, al que ilumina, al que clarifica, al que restaura. Eso es lo que anunciamos, por eso estamos alegres, por eso vivimos alegres los cristianos, por eso nos dice San Pablo que debemos mantenernos siempre dando gracias, esa es la vida del Hijo de Dios, y esa es la vida de los hijos de Dios que integramos la Iglesia.

Ven Señor Jesús y ayúdanos, a proclamar al mundo de hoy tu presencia, a ser testigos de la luz. Que así sea.  

 

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla