“¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios?”
Con estas palabras el profeta Isaías, escuchábamos en la primera lectura, llama la atención fuertemente al rey Ajaz. Dios estaba proponiendo ayudar con una señal, con un signo, al pueblo de Israel, y el rey lo rechaza, tiene miedo; y por eso dice: “No la pediré, no tentaré al Señor”. Se escuda en no tentar a Dios para no comprometerse.
Este pasaje de la vida del pueblo de Israel, nos lo propone hoy la liturgia, en este día tan hermoso para todo nuestro pueblo, de celebrar a nuestra madre, Nuestra Señora de Guadalupe; y entonces también, los invito a reflexionar que ha sido un gran regalo para México, el que la Virgen María haya venido en estos tiempos tan difíciles –1531, hace ya casi cinco siglos–, para alentar al pueblo indígena, al pueblo que iba a ser la gran raíz de este nuevo pueblo que se convertiría en México.
La Virgen se aparece a uno de los más humildes servidores, a una persona sin relevancia, sencilla, a Juan Diego. Y se aparece en un momento, en que él, va a atravesar un momento difícil porque su tío Bernardino va a pasar por un momento crítico de salud, ya que está a punto de morir. María se presenta así, en la sencillez de la cotidianidad, de esa vida ordinaria, donde todos tenemos que afrontar adversidades, pero también se presenta en 1531, ante un pueblo que se encontraba deprimido, frustrado, como oveja sin pastor, porque según su mentalidad religiosa, sus dioses habían sido vencidos, no los habían protegido, y por ello entendían que había caído el reino Azteca.
María se presenta con todos los signos necesarios –así como la vemos estampada en el ayate de Juan Diego–– de la cultura indígena, que le habla de una madre, que comparte el poder divino, que comparte esa naturaleza divina. Los analistas que se dedican al estudio de estas estampas, de esta iconografía, nos revelan que María está estampada con las señales de una mujer embarazada, según la época, con ese cíngulo que tiene. Ella quiere mostrarse la madre que trae a su Hijo para mostrar la misericordia, el amor y el consuelo de Dios a este pueblo, que se encuentra en una grande humillación. Por eso la segunda lectura nos ayuda a entender este acontecimiento guadalupano.
“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos”. La plenitud de los tiempos. El pasaje de San Pablo apóstol, se refiere indudablemente no a 1531, sino se refiere al inicio de la época cristiana, cuando nace Jesús en Belén. Allí, entendemos que es la plenitud de los tiempos. Después de varios milenios, Dios cumple la promesa de enviar a su Mesías, de enviar a su propio Hijo como Mesías; Jesús nace de María, de una mujer se encarna. La plenitud, entendemos, es el momento en que estamos con mayor vigor y vida, el momento oportuno. La plenitud de los tiempos, se desarrolló pues, con el nacimiento de Cristo, y por eso a partir de ese nacimiento, empezamos a contar los años de la nueva era, de la era cristiana, de los que llevamos ya 2014 años. Pero la plenitud de los tiempos para nuestro México, todavía no aparecía, no existía en ese horizonte, y María repite ese gesto viniendo a nuestra tierra. Como nos dice el Evangelio de hoy: Cuando ella recibió del Espíritu Santo la gracia de concebir al Hijo de Dios, se encaminó a las montañas de Judá para visitar a su prima Isabel. Este mismo hecho es el que descubrimos en el hecho guadalupano: María viene presurosa a la montaña del Tepeyac para decirnos que es nuestra madre, que quiere construir con nosotros una nueva casa. El pueblo de México se la ha construido en un templo; pero según los estudiosos del Nican Mopohua, la casa, en los términos de la lengua náhuatl, no significa necesariamente el edificio material, sino la familia, el hogar, la relación entre nosotros. La casa, que quiere María construir con nosotros, mostrándonos la plenitud de los tiempos en su Hijo es, nuestra familia mexicana movida por los valores del Evangelio, por la fraternidad, la justicia y la paz.
Han pasado ya casi cinco siglos, y todavía, lamentablemente, nos encontramos con situaciones que nos preocupan, que nos dan ese desconcierto que nos cuestiona. Por eso es tan oportuno, como nos hemos puesto de acuerdo todos los obispos de México, –en estos días anteriores y hoy precisamente día doce–– pedir por la paz en México. Que encontremos estos caminos para los que ha venido María de Guadalupe. Caminos de justicia y de paz. Paz social que solamente puede venir del reconocimiento de la dignidad de toda persona, de todo ser humano; haga el oficio que haga, tenga el puesto que tenga, todos somos de la misma especie humana, cuya dignidad es grande, y es ser hijos de Dios, imagen y semejanza divina. De ahí nuestro respeto y también nuestra solidaridad, que siempre debemos de tener con todos los seres humanos. Eso es lo que quiere María de Guadalupe, por eso vino a México, por eso sigue desarrollando en nosotros esta piedad para descubrirla como la madre, que como le dijo a Juan Diego: “no te preocupes, ¿no estoy yo aquí, que soy tu madre?” Estoy para mostrarte mi protección y mi ayuda, por eso estamos aquí, los invito pues, a que en esta Eucaristía en especial, pidamos a Dios, que lleguemos a la plenitud de los tiempos como pueblo, como pueblo que se reconoce fraterno, como pueblo que se reconoce como familia, que se reconoce como la casa de María de Guadalupe.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla