“Esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”
Así es el anuncio del nacimiento de Jesucristo, la señal, no tiene nada de particular. ¿Cómo sabemos que hay un nuevo niño o un nuevo hijo en casa? Porque encontramos a un bebé que llora, que está recostado, que está cuidado, que está cubierto en pañales. “Encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Quizá este último elemento es el característico, entonces, de la diferencia entre la generalidad de los nacimientos y la de Jesús; no tuvo dónde reclinar su cabeza, encontraron sus padres solamente un pesebre.
Cuando celebramos la Navidad, indudablemente recordamos este acontecimiento de hace 2014 años. Pero es bueno saber, y tomar conciencia, que ese acontecimiento, no quedó en la historia como un mero recuerdo, como una gesta, como un acontecimiento a recordar; sino que ese acontecimiento tiene hoy, y seguirá teniéndolo, una consecuencia fundamental para toda la humanidad y para todas las generaciones ¿Cuál es esa consecuencia? El Creador, se hizo creatura, el Dios poderoso se encerró en la condición humana, lo grande se hizo pequeño, para ser de lo pequeño grande. Este es el misterio de la Encarnación, es decir, no se trata simplemente del nacimiento de un niño, es el nacimiento de Dios mismo hecho hombre, del Dios que nos ha creado y que ha creado todo el universo. Él, siendo lo más grande, se ha hecho lo más pequeño, ha tomado la condición humana con todas sus consecuencias de limitación en el espacio y en el tiempo. Pero la finalidad de hacerse hombre, la finalidad del Misterio de la Encarnación, es para que nosotros, cada uno, que somos pequeños, que tenemos estos condicionamientos de nuestro cuerpo y de nuestro tiempo para peregrinar en esta tierra, para que esto pequeño que somos, esto frágil que somos, sea grande, para que participemos de la condición divina.
Nuestra naturaleza humana se engrandece, nuestro pequeño ser, se hace como el ser de Dios. Por eso la Navidad es algo extraordinario, por eso celebramos con alegría y al mismo tiempo con esperanza este acontecimiento histórico que sigue teniendo sus consecuencias en el hoy para nosotros, por eso venimos aquí, porque nosotros en Jesucristo tenemos la esperanza de participar de la condición divina. Es más, ese acontecimiento del nacimiento de Jesús, se sigue realizando en la medida en que cada uno aceptamos también, llevar escondida la divinidad.
Nuestra persona refleja el ser humano común y corriente, frágil, condicionado; ese ser humano que se enoja, que se corrompe, que hasta se pervierte, que tiene esa debilidad de caer en las tentaciones que le atraen. En ese ser humano, en esos condicionamientos de la naturaleza humana, podemos (a eso estamos llamados, esa es la consecuencia de la Navidad), hacer presente a Dios en el mundo. Y ustedes dirán – ¿Cómo? ¿Cuándo? Que ni cuenta me doy que soy un transmisor de la presencia de Dios ¿Qué hace Jesús? Jesús anuncia, en el recorrido de su existencia terrestre, en su vida anuncia, que es posible la transformación del corazón del hombre. Es posible, que aunque haya caído aun en lo más bajo, es recuperable, es posible su restauración, es posible su rehabilitación. Rehacer el corazón del hombre ¿Para qué?, cuando nosotros perdemos el horizonte de nuestra vida, es cuando caemos en el pecado, es cuando caemos en la tentación. Es cuando nosotros, hemos perdido la razón de nuestro ser y Dios nos permite con el Espíritu Santo, volver a recrear nuestra intimidad, nuestra conciencia, nuestro ser, para darnos ese horizonte para el que hemos sido creados, y ese horizonte es el aprendizaje del amor.
El nacimiento de Jesús, es la manifestación más grande del amor de Dios por la humanidad. Deja su condición de creador y de omnipotencia para introducirse al ser de la creatura, por amor a nosotros, para restaurarnos a nosotros, para hacer posible que en cada uno de nosotros se transmita la presencia de Dios en cada generación ¿Cómo? Cuando aprendemos a amar ¿Cómo? Cuando aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos, para ser capaces de perdonar a los demás. Ahí se apaga todo momento de violencia, cuando nosotros nos perdonamos y perdonamos a los demás. Por eso vemos que el misterio de la Encarnación, conduce al misterio de la Redención. El niño que nace en Belén, muere en Jerusalén en una cruz, para terminar de anunciar hasta dónde llega el amor de Dios. Eso es lo que significa la Navidad, el generoso, impensable, inconcebible amor de Dios por nosotros. Si aprendemos a perdonar, estaremos dando el primer paso para la reconciliación y para el amor. Solamente somos capaces de amar, cuando en Cristo, recibiendo su Espíritu, descubrimos la presencia de Dios en nuestro prójimo, a eso estamos llamados.
Hoy renovemos nuestra fe, por eso hemos venido aquí, por eso celebramos Navidad, porque creemos en esta Encarnación que se actualiza hoy para nosotros, no es el recuerdo nostálgico de hace 2014 años, es el recuerdo esperanzador que nos llena de vida para hacer de nuestra persona una expresión del amor de Dios cuando amamos a los demás. Pidámosle a Dios esta fuerza, que generemos en nuestra comunidad esta conciencia y como consecuencia, alcanzaremos la paz, la concordia, la armonía, la fraternidad. Que en esta Eucaristía renovemos todos en Cristo, nuestra esperanza. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla