“Todos hemos quedado santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”
Así culminaba esta lectura de la carta a los Hebreos que nos fue proclamada como palabra de Dios. Cristo ya ha alcanzado para nosotros la santidad; Cristo nos la ha ofrecido en el Bautismo, la hemos recibido, por eso, a partir del Bautismo somos hijos predilectos de Dios, miembros de una familia: la Iglesia. El Bautismo nos da, pues, esta condición, y como decíamos antes de la Misa: dada nuestra frágil condición humana –que caemos en pecado– necesitamos constantemente, establemente, estar en comunión con Cristo, para que esa santidad que nos ha regalado, que nos ha conseguido, se mantenga, no la perdamos. Si acaso la perdemos, también nos ha dejado el sacramento de la Reconciliación, para recuperar la comunión con Él, con Cristo y a través de Cristo, con Dios Padre y con el Espíritu Santo.
Esta afirmación –podemos ahora ver que– la hace el autor de la carta a los Hebreos, habiendo dicho antes que Cristo se puso a las órdenes de su Padre, y le dijo: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. El hacer la voluntad de Dios Padre, es lo que le dio a Jesús la capacidad de comunicarnos la santidad. El hacer la voluntad de Dios Padre, cada uno de nosotros, es lo que nos hace también estar siempre creciendo en la comunión con Dios y en la santidad de vida. De ahí la importancia que, como discípulos de Cristo, aprendamos de nuestro Maestro: ¿Qué es lo que Dios quiere en mi vida? ¿Qué me pide a mí? Y también preguntarnos: ¿Qué nos pide?, como comunidad y como familia.
Para poder realizar este esclarecimiento, de qué es lo que Dios quiere de nosotros en lo personal y en lo comunitario, el Evangelio de hoy nos da una clave cuando nos dice que le buscaban su Madre y sus hermanos; y él señala que los que le están escuchando son mi madre y mis hermanos porque cumplen la voluntad de Dios. Nos da la clave cuando nos señala que hay que escucharlo a Él, que es la Palabra. Jesús es la palabra del Padre, es el comunicador del Padre, es el mensajero del Padre, es el Misionero de parte de Dios nuestro Padre. Escuchándolo a Él, a través de la palabra escrita en la Biblia, en los Evangelios, a través de la oración, de la meditación, de los Sacramentos y a través de la práctica del amor y de la caridad con los demás, entonces descubrimos qué quiere Dios de nosotros y qué quiere Dios que hagamos como comunidad.
Cuando la comunidad se relaciona con las otras comunidades –las parroquiales entre sí– a la cabeza de un obispo, una diócesis, entonces ese discernimiento es responsabilidad del obispo; esa es la gran responsabilidad de un obispo, por eso mucho les agradezco sus oraciones por mí, para cumplir esta responsabilidad de qué tenemos que hacer nosotros como Iglesia de Tlalnepantla, qué es lo que Dios quiere que hagamos; y yo, a mi vez como obispo, en comunión con los demás obispos y, en comunión con nuestra cabeza que es el Papa Francisco, escuchándolo a él que nos dice: quiero una Iglesia alegre, participativa, una Iglesia que dé testimonio de lo importante que es saber vivir, de lo importante que es que seamos rostro de Dios misericordioso para los demás, quiero una Iglesia Misionera que vaya por los distantes y alejados. Nos lo comunicó en su exhortación apostólica Evagelii Gaudium, y entonces yo dije: vamos por buen camino, como comunidad eclesial de Tlalnepantla, vamos por buen camino transformando nuestra comunidad en una comunidad participativa, que dé testimonio de su alegría, que atienda a los niños –como están aquí presentes, atendidos, por qué están aquí, porque tienen a sus catequistas–. Las catequistas son el rostro misericordioso de Dios para los niños, les enseñan el camino. ¿Por qué están aquí? Porque hay los grupos en los sectores parroquiales que han empezado a hacer la lectio divina, a prender a escuchar juntos la palabra de Dios ¿Por qué están aquí? Porque en medio de ustedes está la vida consagrada, ahí está la hermana Leonor y sus compañeras religiosas. ¿Por qué están aquí? Porque tienen a su párroco, que representa a su obispo; y queremos ir por los distantes y alejados, y por eso hemos lanzado la misión, como respuesta a lo que Dios quiere de nosotros.
Pensemos en una mamá que se le va un hijo de su casa ¿se queda contenta de que se haya ido, satisfecha dice: pues ya ni modo? ¿Qué hace una madre porque vuelva un hijo a su casa? Todo lo que está a su alcance. ¿Qué hace la madre Iglesia porque vuelvan sus hijos a casa? Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance: ir por ellos, hablar con ellos, visitarlos, decirles la importancia de vivir en comunión con Cristo, recibir esa comunión para tener la santidad de vida regalada por Cristo a cada uno de nosotros; aprender a hacer el bien y evitar el mal, ser hombres de paz y no de agresión y de violencia. Si yo le pregunto a los niños, seguro que me van a responder ¿Les gusta pelearse entre ustedes? –No. ¿No les gusta más amistar y hacer equipo para jugar juntos? –Sí. Así tenemos que ser, hombre de paz, personas positivas, no violentas, no agresivas, personas que lleven a Cristo en su corazón.
Eso es lo que estamos haciendo como Iglesia y, por eso renace nuestra esperanza, por eso estamos alegres, porque Cristo nos ha santificado y porque, como Cristo, nosotros estamos dispuestos a hacer la voluntad del Padre para nosotros, por eso le pedimos a Jesús: Jesús, ¿tú quieres que respondamos a nuestro Padre Dios como tú respondiste?, ayúdanos entonces a realizar nuestra misión en la Iglesia de Tlalnepantla. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla