“Un sacerdote como Jesucristo era el que nos convenía”.
Así nos dice el texto de la carta a los Hebreos que acabamos de escuchar: “Un sacerdote como Jesús, era el que nos convenía”. Nos da algunos elementos para entender por qué afirma que no había mejor manera de tener un sacerdote como Jesucristo. Lo primero que tenemos que recordar es qué es el sacerdocio. Sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres. Los hombres somos criaturas, y Dios es Dios. La relación entre el que nos ha creado y nosotros que somos su creación. El sacerdocio es para poner ambas partes en una relación de intimidad, de comunión, de amistad. Ahora bien, ustedes piensen, cuando hay un hombre, una mujer, una familia y otra familia que no se han podido comunicar entre sí, llega alguien que no tiene ninguna posición tomada y, –que es una persona que intermedia entre las dos partes– resuelve el conflicto entre ambas partes; pero si esa persona desconoce totalmente la situación una familia y de la otra, ¿podrá resolver? O si es solamente conocedor de una familia, pero no de la otra, ¿podrá ayudar a ambas? Se necesita que el mediador conozca ambas partes
¿Por qué dice el autor de la carta a los Hebreos que nos convenía un sacerdote como Jesucristo? Porque él, es Hijo de Dios, o sea, es la parte de Dios; pero al haberse hecho hombre –tomar nuestra condición humana– vino y sufrió la vida humana, con todas sus limitaciones, con todas sus injusticias, con todo lo que sufre cualquier ser humano que viene a este mundo. Conoció también la parte humana, ahora él ha entrado de nuevo a la derecha de Dios Padre, está otra vez en relación con su Padre ¿Nosotros necesitamos o no necesitamos a Dios? –sí. Y ¿Quién es nuestro mediador? –Jesús. Jesucristo que conoce nuestras condiciones, nuestras debilidades, nuestras necesidades; pero al mismo tiempo está sentado a la derecha del Padre, es decir, está en constante relación con el Padre, “Mejor sacerdote no podíamos tener”. Es más, este sacerdote, en una sola acción, ofreciendo su vida humana hasta la muerte en cruz, logró entrar en esa relación de mediación en el cielo con Dios nuestro Padre. Dice el texto de la carta a los Hebreos que antiguamente el pueblo de Israel, tenía sacerdote; pero que tenían que estar ofreciendo todos los días, mañana y tarde, sacrificios para ver si agradaban a Dios, y para ver si obtenían su misericordia. Hoy ya no es necesario, nos dice la carta a los Hebreos, porque nuestro sacerdote ya nos ha mostrado su amor hacia nosotros y ya está en una condición inmejorable para favorecernos y ayudarnos. Por eso afirma: “Este es el sacerdote que nos convenía...” Ahora viene una pregunta ¿y entonces nosotros, qué sacerdote somos? Somos un sacerdocio en Cristo. Cristo mismo nos participa, por el Bautismo, su sacerdocio, su mediación. Es decir, a través de él, podemos entrar en una real comunicación con Dios nuestro Padre, porque nos regala su propio espíritu: el Espíritu Santo ¿Cómo nos garantiza el mismo Cristo que estamos en condiciones de ejercer nuestro sacerdocio? Para eso instituyó el sacerdocio ministerial, que es el que ejercitamos los padres y el obispo. Todos los sacerdotes ministeriales, en función del sacerdocio que todos podemos hacer ¿Qué hacemos aquí en este momento en la celebración Eucarística? Actualizamos el único sacrificio de nuestro sacerdote, Jesucristo. No somos, yo no soy personalmente el que los pongo en relación con Dios; no es el padre Emilio o ninguno de los otros padres. Nosotros solamente actualizamos a quien nos pone en relación con el Padre, a Cristo. Nos lo pone en el altar, ese pan y vino que ofrecemos se transforma en la presencia del único Sumo Sacerdote: Jesucristo el Señor. Esto es lo que trata de explicarnos la primera lectura.
Cuando nosotros ejercemos nuestro bautismo, nuestro ser hijos, como lo hizo Jesús que era el único Hijo de Dios, ofrecer nuestra vida, ofrecer nuestra existencia para dar a conocer a Cristo y al Padre: “quien me ve a mí, –dice Cristo– ve al Padre”. Si nosotros ejercemos nuestro sacerdocio para mostrar a Cristo, entonces, nuestro sacrificio es aceptado por Dios. Nos convertimos en personas en intima amistad con Cristo, y por eso comulgamos, recibimos a Cristo Eucaristía. ¿Van entendiendo entonces cómo va la cosa? Ahora bien, yo les decía antes de comenzar la Misa: ¿Cuántos católicos hay que no conocen a Cristo, que no saben lo que significa su bautismo, que desconocen que son sacerdotes, personas que pueden entrar en íntima relación con Dios, en comunión con el Espíritu de Dios? Si nosotros hoy, aquí, le decimos a Cristo: “somos ese cuerpo que tú necesitas para llegar a los católicos que no te conocen”, será nuestro sacrificio agradable y aceptado por Dios. ¿Ven por qué les pedí que tuviéramos esta intención? Porque así, nos vamos a hacer capaces de ofrecer a Cristo a los demás, unidos en Cristo. No hay otra forma, es la única manera, unidos en Cristo nos vamos a convertir en testigos de Cristo y vamos a mostrar su misericordia, su amor, su compasión y también su consuelo, su ayuda.
¿Se fijaron en el Evangelio? Dice que Jesús era una persona que atraía multitudes. Nosotros podemos atraer esos dos millones de católicos de nuestra arquidiócesis, pero si llevamos a Jesús; si en lugar de anunciarnos a nosotros mismos presentamos a Cristo. Las multitudes vendrán, otra vez se repetirá esta escena del Evangelio, y otra vez Jesús sanará, curará, fortalecerá, a través de nuestro testimonio. Esa es la misión de la Iglesia. Somos Iglesia.
Que el Señor nos conceda poder ser sus testigos y poder ser una Iglesia misionera que anuncie a Cristo a todos los distantes, extraviados y alejados. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla