VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA DE LA SAGRADA FAMILIA

December 31, 1969


VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA DE LA SAGRADA FAMILIA

 

“Conociendo Jesús lo que estaban pensando…”

Así nos dice esta escena del Evangelio, en que Jesús cura a este paralítico, para dar una manifestación de quién era él y cuál era su misión en el mundo. “Conociendo Jesús lo que estaban pensado” ¿Quiénes? Nos dice el texto que eran algunos escribas que estaban allí sentados junto a él, O sea, que habían ido a escuchar lo que decía Jesús; y Jesús intuyendo lo que estaban pensando al decirle a este paralítico que sus pecados les eran perdonados, entonces les hace esta pregunta: “¿Qué es más fácil decirle al paralítico, tus pecados te son perdonados, o decirle levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa? ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” Eso es lo que estaban pensando: quién es este hombre para perdonar sus pecados. A eso es a lo que responde la acción de Jesucristo de curar al paralítico.

Dejando un momento esta consideración, quiero que ustedes me respondan, cada quien en silencio, pero me respondan ¿Qué hubiera pasado si en esta escena, en la que vemos a Jesús enseñando, no hubiera habido estos cuatro varones que le llevaron a Jesús enfrente, abriendo un agujero en el techo de la casa, para ponerlo enfrente de Jesús a este enfermo paralítico que no podía caminar? Si no hubiera habido estos cuatro ¿Qué hubiera pasado? ¿Hubiera llegado el paralítico por sí mismo a presentarse ante Jesús? –No ¡Jamás!  No podía caminar, estaba en una camilla. Lo mismo sucede hoy entre nosotros. Nuestra sociedad está paralizada, está paralítica, está enferma, está gravemente enferma; pero para que Jesús actúe, necesita cuatro varones que le presenten esta sociedad. Necesita de nosotros, que le presentemos a Jesús a quienes están paralizados, ¿se dan cuenta? Quieren  ustedes entonces ser como estos cuatro, que tomaron la camilla, buscaron cómo llegar ante Jesús –porque estaban como aquí en la puerta que no dejan pasar más a uno– ¿cómo le hace un paralítico para entrar? Necesita que alguien lo lleve. Necesitamos presentar a nuestra sociedad, a nuestras familias, a nuestros católicos distantes ante Jesús, para que les devuelva la vida, la verdadera vida, la vida divina, “el amor”. ¿Quieren ustedes ser estos cuatro que lleven a Jesús a quienes están paralizados? ¿Tienen fe? –sí. 

Bien, ahora vamos a continuar con esta reflexión ¿Qué es lo que hace Jesús? Le perdona los pecados; hay que sanar el corazón. ¿Qué es lo que más le angustia a una persona cuando ha cometido un mal? Su conciencia le está diciendo en su interior: hiciste mal, hiciste mal, hiciste mal. Y para acallar esa conciencia, no hay más que dos caminos: pedir perdón o seguir cometiendo los mismos errores, porque a base de estar cometiendo los mismos pecados, se endurece nuestro corazón y se pierde la frescura de la conciencia, se acostumbra a hacer el mal; y por eso queda paralítico el ser humano, porque su corazón se ha vuelto insensible a lo que le pasa a los demás. Nosotros no podemos más que solamente presentarle a Jesús a quienes nos abran las puertas; pero ¿quién va a perdonar los pecados? Sólo Jesús, sólo él en nombre de Dios nuestro Padre. Eso es lo que vamos a hacer. Nosotros sólo cooperamos con la  acción de Dios, pero es indispensable nuestra cooperación. Si nosotros nos quedamos solitos en nuestra casa encerraditos diciendo –yo estoy muy bien, allá los demás, que sigan haciendo el mal, que me importa, yo estoy bien en mi casa, mientras a mí no me pase nada–, entonces, no se van a poder sanar los corazones ¡Dios quiere que también nosotros colaboremos con él, por eso la misión! La misión no es una acción más, la misión no es, a ver quién la quiere ¿Saben ustedes quién fue el primer misionero? ¿Jesús vino por su propia cuenta? ¿Quién lo mandó? El Padre le dijo mira cómo andan nuestros hijos perdidos, ve con ellos, hazte como ellos, preséntate como ellos, toma sus condiciones y limitaciones, se semejante a ellos, en todo, menos en el pecado, porque entonces no tendría sentido su venida. Él es el primer misionero. Un buen discípulo de Cristo, tiene que ser como su maestro, como Cristo. Eso es lo que vamos a hacer, la misión es esencial a nuestra fe, nuestra fe es una semillita que se nos ha sembrado desde nuestro bautismo, es un don de Dios; pero es una semilla que tiene que crecer, que tiene que crecer como un árbol dice Jesús, aunque sea, como un arbolito de mostaza, pero que sepa que puede anidar a otros, que puede cobijar a otros, que puede ayudar a otros; así se necesita nuestra fe, por más pequeña que sea. Eso es ser misionero. 

La misión y la fe crecen juntas. Mientras  guardamos nuestras convicciones religiosas en el interior de nuestro corazón y no las compartimos con nadie, nuestra fe se seca, se hace pequeñita, no tiene dinamismo, no tiene vida; cuando nosotros compartimos nuestra fe crece. –Yo recuerdo que de niño cuatro, cinco o seis años, mi mamá me decía: ¿ya le rezaste a tu angelito de la guarda?, vamos a rezar, y nos ponía a mí y a mis hermanos. Angelito de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día…–. Así comienza a crecer la fe, cuando compartimos lo que creemos, cuando no nos quedamos con eso, ahí enterradito, sólo para mí, sino es para compartir con los demás. Con esta fe, creciendo nuestra fe, crecemos como familia de Dios, en el estilo de vida que quiere Dios para nosotros. Y ese es el sentido, también, de la primera lectura, –un poco extraña porque el lenguaje bíblico a veces no nos es muy familiar– “que entremos en el descanso”; pero cuál es ese descanso ¿Cuándo descansan ustedes? ¿Cuándo se sienten que están descansando? ¿Cuándo están agobiados, angustiados, preocupados por muchas cosas? cuando están en la paz, en ese silencio fecundo de decir: he hecho lo que tenía que hacer, he cumplido con lo que me propuse, he logrado lo que había pensado que era buenos hacer. Y entra la paz, ese es el descansó en el que entramos, y nos dice que en las historia del pueblo de Israel, el pueblo de Israel no entró en el descanso porque no lo recibieron con fe, ahí está la clave ven. Si nosotros manifestamos  fe a los demás, nuestra fe crece, y si tenemos fe, viviremos en la paz del Señor, en el descanso que nos da paz estar con quien nos ama ¡no es lo más hermoso! 

Los que ya son  mayores, que ya están casados por ejemplo, recuerden qué momentos más hermosos eran cuando se encontraban como novios, se sentían en la luna. Cuando el niño está en brazos de su madre, normalmente no llora, –si no es que tiene algún daño físico o enfermedad– está feliz, está en el descanso, está en brazos de quien lo ama. Nosotros estamos en brazos de quien nos ama, Dios nos ama; pero para descubrir esa sensación del amor de Dios, esa percepción del amor de Dios, necesitamos tener fe, y que crezca y que la compartamos. 

Que el Señor pues nos ayude a todos a ser misioneros, misioneros que tengamos compasión de nuestros hermanos distantes y alejados. Que sintamos algo por ellos, y que le digamos al Señor: Señor Tú nos quieres a todos, Tú sabes que quieres a todos tus hijos. Te los vamos a traer como estos cuatro varones le presentaron a tu Hijos a este paralítico, para que nuestra sociedad vaya caminando en el descanso y en la paz.  Que así sea.  

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla