«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón»
¿Y qué cosas era lo que María meditaba, cuáles eran esas emociones, esos sentimientos, esos pensamientos, pero sobre todo cuáles eran esas vivencias que María santísima meditaba en su corazón? Si hacemos un recorrido muy breve sobre la persona de María podemos recordar su Inmaculada Concepción, que celebramos precisamente el 8 de diciembre, cómo María fue concebida sin la culpa del pecado original, toda pura, toda limpia, porque así la escogió Dios, porque así la preparo Dios para que fuera la Madre de su Hijo. Seguramente María santísima desde muy pequeñita iba meditando la Palabra de Dios, iba descubriendo la Palabra de Dios, pero sobre todo la iba viviendo. Y si recordamos la Anunciación, cuando el arcángel Gabriel le anuncia que va a ser la Madre del Hijo de Dios, María todavía se sorprende más, se admira de lo que Dios está haciendo en Ella, de lo que Dios va a realizar a través de Ella. Pero seguramente María no tenía en su corazón ni en su mente el protagonismo de su persona, María sabía que Dios la había preparado y la seguía preparando para que cumpliera una misión.
Cuando María santísima va a visitar a su prima Santa Isabel, con esa actitud de disponibilidad y de servicio, Isabel le dice: «¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?», otra manifestación de la presencia, de la predilección de Dios para esta jovencita de Nazaret, para esta casi una adolescente que vivía en un pueblo, en una aldea alejada de la ciudad santa de Jerusalén, y que vive de una manera sencilla, de una manera austera, porque Dios así la estaba preparando.
Cuando le llega el momento a María de dar a luz y recibe a su Hijo, a su recién nacido, que lo abraza, lo cobija en su regazo, los evangelistas nos presentan esta hermosa escena del Nacimiento de Jesús: María y José que están recostando a Jesús en el pesebre, que lo están cuidando. Y aquí es donde quiero profundizar esta reflexión, esta homilía, en el cuidado de María para su Hijo Jesús. María se cuidó para cuidar a su Hijo Jesús, María se preparó para que pudiera tener toda la capacidad para cuidar a su Hijo Jesús. ¿Y en dónde descubrimos ese cuidado de María por su pequeño Niño? Lo cuida cuando Herodes quiere matarlo, y tiene que huir, tiene que partir a Egipto acompañada y cuidada por su esposo el señor San José; tuvo que cuidar de su niño porque lo querían matar, tuvo que cuidar la vida de su pequeño indefenso.
Este es el papel que María realiza en esta obra salvadora planeada por Dios: Cuidar a su Hijo Jesús. Por eso la Iglesia, desde los primeros años, desde los primeros siglos, reconoce a María como la Madre de Dios, como la Theotokos. En los primeros siglos hubo grandes discusiones sobre esta realidad de María, si era realmente o no la madre del Hijo de Dios, la Madre de Dios. Se empezaron a difundir modos de pensar, se empezaron a difundir ciertos comentarios a mediados del siglo IV, en el año 435, sobre la negación de María como Madre de Dios, una corriente que promovía un hombre llamado Néstor, y se le conoce a esta corriente como la corriente de nestorio, y muchos negaban que María era la Madre de Dios. El Papa convoca a un concilio y, reunidos los obispos en torno al Santo Padre en la ciudad de Éfeso, piden al Espíritu Santo su luz. Se realiza un concilio, se pide a la Iglesia que oren para que de este concilio se pueda escuchar la voz de Dios y se pueda dar a conocer lo que Dios quiere. El Papa Francisco recuerda en su mensaje que en las calles de Éfeso la gente salía con gozo, con alegría, para proclamar el dogma de la Theotokos: María, Madre de Dios y Madre nuestra. Y el resultado de este concilio de Éfeso fue precisamente la proclamación de este dogma: María es Madre de Jesucristo, porque Jesucristo es verdadero Dios y verdaderos hombre. Estaba en juego la persona de Jesús, su naturaleza humana y su naturaleza divina, y el Espíritu Santo, que ha conducido a la Iglesia y la seguirá conduciendo hasta el final de los tiempos, ilumina a los padres conciliares, ilumina al Santo Padre y definen este hermoso dogma que hoy estamos celebrando.
Y cómo no celebrar a María, Madre de Dios, la que cuidó de su Hijo, la que cuidó de su desarrollo en su seno virginal, la que cuidó de Él cuando nació, la que lo protegió de la violencia y del odio de Herodes; cuando regresa a Nazaret y ve a su Hijo que va creciendo en edad, en virtud y en santidad, lo cuida, lo protege, porque María descubre en ese Hijo a Dios. Por eso, todas estas cosas son las que María va meditando en su corazón, todas estas realidades que poco a poco María fue reconociendo y fue viviendo son las que, nos dice el evangelista Lucas, las que va meditando en su corazón. Pero seguramente también María meditaba en la Iglesia, seguramente también María, desde estos inicios de nuestra salvación, meditaba y pensaba ya en la Iglesia, en nosotros que somos el cuerpo místico de su Hijo Jesucristo. Por eso María nos cuida, por eso María es nuestra Madre también, si es Madre de Dios hecho hombre en Jesucristo también es nuestra Madre, porque nosotros somos el cuerpo de Cristo, porque la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, somos hijos de Dios, como lo dice San Pablo de una manera muy clara en este texto de la carta a los gálatas: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley. Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama “¡Abbá!”, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios». Por eso nosotros también invocamos a María como Madre, porque somos hijos de María, somos hijos en su Hijo Jesucristo.
Cuántos de nosotros, los que estamos aquí participando de esta celebración y los que nos acompañan a través de la transmisión, cuántos no experimentamos el cuidado de nuestra mamá desde pequeños, cuando nos alimentó, cuando nos llevó a la escuela, cuando nos preparaba los alimentos, cuando nos enseñaba a rezar y a dirigirnos a Dios desde pequeños. Nuestras madres, a ejemplo de María, también nos cuidan, nos siguen cuidando, incluso las que ya están descansando en la gloria de Dios, desde ahí seguramente nos siguen cuidando y siguen intercedido por nosotros. Porque el amor de una madre es incondicional, el amor de una madre es totalmente puro, limpio, en el corazón de una madre no puede haber resentimientos, odios o venganzas para sus hijos, del corazón de una madre solo puede brotar la ternura, el amor y el cuidado para sus hijos, aunque ya seamos grandes, aunque ya seamos adultos, nuestras madres nos cuidan y siempre, siempre nos protegen.
Nuestra Madre santísima, que cuido a su Hijo, que cuidó a Dios hecho hombre, hecho carne en su Hijo Jesucristo, también hoy nos cuida, y por eso nos alegramos, por eso nos llenamos de un gran gozo, porque tenemos una extraordinaria Madre, que es Santa María, y que la mamá que el Señor nos regaló, y que lo llevó en su seno, la santísima Virgen, bendiga a todas las mamás para que cuiden la vida, para que cuiden a sus niños, a sus criaturitas, para que les enseñen a amar a Dios como María enseñó a su Hijo Jesús, y que María, unida a San José, formaron esta hermosa Familia de Nazaret, que los papás también unidos a la esposa cuiden de sus hijos y hagan de ellos personas buenas. Que así sea.
+ Efraín Mendoza Cruz
Obispo Auxiliar de Tlalnepantla
y Obispo Electo de Cuautitlán