“Este mundo que vemos, es pasajero”
Así termina la lectura que acabamos de escuchar, tomada de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios. Nos advierte primero que la vida es corta, es breve. Y nos da un consejo diciéndonos: “Conviene, entonces, que los casados vivan como si no los estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no sea legraran; los que compran, como si no compraran; y lo que gozan del mundo, como si no disfrutaran de él”. Una primera reacción de nuestra parte pudiera ser: si la vida es breve, corta, pasa pronto, aprovechemos e intensifiquemos las posibilidades que tenemos para aprovechar de este mundo
¿Por qué nos da ese consejo San Pablo? Porque precisamente por ser pasajero el mundo, no nos puede dar la respuesta de plenitud; no nos puede alcanzar la felicidad para la que hemos sido creados. Por nuestra condición humana, guiados por el espíritu de cada uno de nosotros, estamos llamados a algo mucho mayor, a algo que sólo la infinitud, la eternidad, el que sean cosas para siempre, nos dará la alegría permanente, la felicidad y la paz. Si nosotros, en lugar de seguir el ejemplo o el consejo de San Pablo, intensificáramos y tomáramos que en esta vida breve hay que aprovecharla al máximo, disfrutarla al máximo, entonces, al termino de ella, como lamentablemente está sucediendo a temprana edad –algunos al sentir la frustración de no encontrar la verdadera felicidad, se suicidan, se quitan la vida o caen en profunda depresión, porque en estas cosas que hacemos en esta vida terrena, no encontraremos jamás la plena felicidad– no desarrollaremos nuestro espíritu si en ellas tratamos de encontrar esa respuesta a nuestra vocación de plenitud humana.
Por eso la liturgia de hoy, al ponernos esta lectura, también, nos da el camino. En la lectura que hemos escuchado hoy del evangelio de San Marcos nos dice: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca”. Nosotros hemos sido creados por Dios, para encontrarnos con Dios y para vivir eternamente con Dios. “Se ha cumplido el tiempo…” –dice Jesús– llegó el tiempo en que la promesa llega a su realización. “Se ha cumplido el tiempo, ya está cerca el Reino de Dios”. Porque Jesucristo, precisamente siendo el Hijo de Dios, siendo Dios mismo, se hace hombre para mostrarnos el camino de cómo ser un hombre, que viviendo esta vida terrena, se prepara para la plenitud, se prepara para la eternidad, para ese regreso gozoso a la casa del Padre. Jesús es el portador del Reino, es la expresión del Reino, es decir, es la expresión de la presencia de Dios en medio de nosotros.
Jesucristo, sin embargo, sabe que su vida también será breve –como dice San Pablo– y por ello, nos dice el Evangelio, después de haber hecho el anuncio de que se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca, y de llamarnos a creer en esta Buena Nueva, se puso a caminar por la orilla del lago de Galilea y llamó a Simón y Andrés, y después a Santiago y a Juan; formó su primera comunidad de discípulos. Estos discípulos son los que van a continuar el testimonio de una vida de cómo llevar a cabo las actividades en el mundo, en este mundo breve, descubriendo en ellas la presencia de Dios, “esa es nuestra vocación”. Todas nuestras actividades humanas, particularmente aquellas que proceden del Bien, aquellas que son inquietudes sanas, positivas de desarrollo personal, nos ayudan a descubrir la presencia de Dios entre nosotros.
Así cantábamos en el salmo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos…” “Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Según ese amor y esa ternura, acuérdate de nosotros”. Exactamente en el desarrollo de nuestras acciones en esta vida, lo más importante es descubrir ese amor y esa ternura de Dios; y una vez descubierta, transmitirla a los que nos rodean. Esa fue la primera función de los primeros discípulos de Jesucristo y esa sigue siendo, después de XXI siglos y hasta el final del mundo, la misión de la Iglesia. Nosotros estamos llamados a creer en esta Buena Nueva: de que Dios está en medio de nosotros, que Cristo ha hecho la expresión máxima de esa plenitud de esa presencia de Dios; pero que quiere que esa presencia de Dios se manifieste a través de nuestra existencia terrena, de nuestra relación de unos y otros; de la generación de aquellas cosas que nos permitan descubrir el amor y la ternura de Dios, a eso estamos llamados. Este mundo es pasajero, pero en este mundo, nuestra finalidad es descubrir hacia dónde vamos buscando la plenitud para la que fuimos creados. Eso significa el llamado a la conversión que hace Jesús: conviértanse, arrepiéntanse, y descubran este camino. Crean en esta buena nueva. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla