II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Aún no conocía Samuel al Señor”

Este domingo las tres lecturas, que nos han sido proclamadas como palabra de Dios, nos dan varios elementos de la experiencia de Dios, de la experiencia de la fe, de cómo debe desarrollarse, acompañarse y crecer, esa experiencia de Dios. 

En la primera lectura vemos a este joven Samuel que, su madre lo había llevado para servir en el santuario y, ayudaba al sacerdote Eli. Es Eli el que le ayuda a descubrir que Dios lo llama, y también le ayuda a responder a esta primera inquietud de servir a Dios, diciendo: “Habla Señor, tu siervo te escucha”. “La disponibilidad”, estar abiertos a lo que Dios nos pide; esto es un primer elemento de la experiencia de Dios. Si queremos tener una experiencia de relación e intimidad con Dios nuestro Padre, con Cristo el Señor, con el Espíritu Santo, lo primero que tenemos que educar en nosotros, es la disponibilidad: poner nuestra libertad, nuestro entendimiento al servicio de lo que Dios quiere. Por eso es que el salmo nos hacía responder: “aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”. 

El segundo elemento que descubrimos, es en el Evangelio. Primero confirmando que, tanto como le ayudó a Samuel el sacerdote Eli para descubrir a Dios, así también, vemos a los discípulos que son ayudados por Juan Bautista para descubrir que Jesús es el Mesías. Esa es una indicación muy importante, tanto Eli, como Juan Bautista, son personas como nosotros; nosotros mismos somos también mediadores que auxiliamos y ayudamos a otros para que descubran a Dios. Es así como entramos en la relación con Dios e iniciamos esa experiencia de la fe, nos ayudan los demás. Nosotros, que ya llevamos un camino recorrido en nuestra propia experiencia, debemos auxiliar a otros, indicar cómo tienen que crecer y vivir en la fe. Estos dos discípulos, además, nos dice el Evangelio que, siguieron a Jesús, no solamente se quedaron con el conocimiento de que ese personaje era el Mesías, sino que dejaron crecer su inquietud y fueron detrás de Él. Jesús se da cuenta de que alguien lo viene siguiendo, les da la cara y les dice: “¿que buscan?” Ellos dicen: “¿Maestro dónde vives?, vengan y lo verán”… y los discípulos van con Jesús, comparten con Jesús, quieren estar con Él, y pasan esa tarde, que será recordada por ellos para toda su vida, porque cambió su destino. Este es el otro elemento de la experiencia de fe: no podemos quedarnos en un conocimiento teórico de Dios, sino, tenemos que entrar en un conocimiento experiencial con Dios. Y para ello nos ayuda la segunda lectura, la de San Pablo, cuando nos indica que el cuerpo es morada del Espíritu Santo, que el cuerpo por tanto, no debe de ser simplemente un instrumento de la fornicación. 

En tiempo de San Pablo, como lo está sucediendo también en nuestros tiempos, el libertinaje sexual, hace que se pierda la finalidad por la cual Dios nos hizo sexuados. La sexualidad es para intimar con otra persona en la fidelidad, el varón y la mujer. Pero no para abrir la sexualidad con cualquier otra persona, eso es fornicar. La sexualidad es, un elemento de entrar en intimidad con otra persona, para crecer en la fe, porque tanto uno como el otro, son morada del Espíritu Santo. Por ello, el matrimonio, no es simplemente el poner en común una casa, el poner en común una vida, sino entrar en una comunión del Espíritu –qué piensas, qué llevas dentro, qué inquietudes llevas en tu corazón–. De esa forma los esposos se ayudan a crecer en la fe. 

Muchas veces, en el matrimonio, la esposa ha crecido en la fe y el esposo no conoce a Jesús, o viceversa, es la oportunidad de ser como Eli, de ser como Juan Bautista, de indicarle al otro, cómo crecer en la fe que ya tiene este que es mi esposo o es mi esposa. 

Hermanos, con estos elementos, podemos ver que todos nos necesitamos los unos a los otros y, por ello, necesitamos poner en común nuestra propia experiencia de fe. Eso es lo que hacemos por ejemplo aquí, al venir a la Eucaristía. Si ustedes se dan cuenta, no nos conocemos todos de nombre, pero la fe, nos hace que estemos en este mismo recinto, que escuchemos la misma palabra de Dios, y que esta palabra de Dios mueva en nuestro interior  alguna inquietud, es una forma de compartir la fe, de crecer como asamblea, como Ecclesía, es decir, Iglesia; pero además, en la Eucaristía nos encontramos con el mismo Cristo, claro, ya no como un ser humano, sino a través del signo de su presencia sacramental. El Pan y el Vino que presentamos, por el Espíritu Santo, se transforma en presencia sacramental de Jesucristo. Ese mismo Espíritu lo llevamos dentro, y también la finalidad es transformarnos, –como transforma el pan y vino en presencia de Cristo– transformarnos a cada uno de nosotros en presencia de Cristo, para ir a los que no lo conocen. 

Hay muchos hoy en nuestra sociedad, que son como el pequeño Samuel, que todavía no conocía al Señor, pero si se los damos a conocer, crecerá, encontrará el sentido de su vida, será disponible y generoso para anunciar a Cristo en el mundo de hoy. Eso es lo que necesitamos como Iglesia. Pidámosle al Señor que también nosotros seamos un Eli para los demás, seamos un Juan Bautista para los demás; pidámosle por los matrimonios, para que crezcan en el espíritu, en la comunión, en la integridad de sus personas, que así sean buenos padres y puedan transmitir también la fe a sus hijos. Que estas oraciones, se unan a las que toda la Iglesia está haciendo en este momento por la unidad de los cristianos. Si creemos en Cristo, debemos de vivir en la comunión y en la unidad.

Que así sea.