«El Señor es mi luz y mi salvación», contestábamos hoy a la Palabra de Dios con el salmo responsorial.
Muy queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Cada domingo los saludo con alegría, a ustedes que están aquí y también a todos los que a través de las plataformas digitales se unen a nuestra celebración; a todos les deseo, incluyéndome a mí, que el Señor sea nuestra luz y nuestra salvación.
Hoy estamos en el III Domingo del Tiempo Ordinario y ciertamente la palabra luz es muy importante, Dios es la luz, es nuestra luz, nuestra salvación. El profeta Isaías nos dice en la primera lectura cómo «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz», refiriéndose a Jesucristo nuestro Señor.
Hoy en el Evangelio también vemos cómo Jesús deja su tierra, su pueblo de Nazaret y se va a otra población llamada Cafarnaúm, la tierra de Zabulón y Neftalí, tierra de paganos. Y en el Evangelio se retoman las propias palabras del profeta Isaías: «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.» Ojalá que Cristo sea para nosotros la luz, el que nos va indicando el camino por dónde debemos caminar.
Precisamente Jesús, que es la luz, empieza su predicación con esa palabra que ya había dicho Juan el Bautista: «Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos». No olvidemos que Él apenas va empezando su predicación a penas y empieza siempre con los marginados, con los paganos, y les dice: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ya está cerca», es decir, para construir el Reino de Dios necesitamos conversión, y esta es de acuerdo al proyecto de Dios. Por eso Jesús andaba de un lado a otro anunciando la buena noticia de salvación, sanaba enfermos, pero predicada, y nosotros sabemos que la conversión es un cambio, la metanoia, un cambio de actitudes, un cambio de vida, pero el parámetro es la Palabra de Dios, el Evangelio. ¿De acuerdo a qué tenemos que cambiar? A lo que nos dice la Palabra de Dios.
El día 25 de enero, dentro de unos días, se celebra un día muy especial, que se llama: La conversión de San Pablo, esa persona que tuvo un cambio muy grande, que encontró a Jesús, que encontró a Dios y su vida dio un vuelco, de tal manera que se dedicó en cuerpo y alma a evangelizar.
Que el Señor, que nos pide esa conversión, sea nuestra luz y nuestra salvación. Tenemos que ver en qué tenemos que cambiar, a la luz del Evangelio, a la luz de la Palabra de Dios, por eso también se necesitan esos momentos de silencio, de oración, para contemplar nuestra vida delante de Dios.
Después de que Jesús andaba predicando la conversión, le llegó al corazón a dos parejitas de hermanos que eran pescadores, a Simón y Andrés y a Santiago y Juan. Ellos eran pescadores y entonces Jesús los miró a los ojos, les llegó al corazón y les dijo: «Síganme y los haré pescadores de hombres», y ellos escucharon la Palabra y lo siguieron. Que también nosotros seamos capaces de escuchar la voz del Señor, que nos llama para colaborar en la construcción de un mundo mejor.
Es cierto que vivimos en un mundo muy polarizado, en un mundo muy dividido, y la segunda lectura de este día nos habla de este tema, porque Dios lo que quiere es la unidad. Recuerden ustedes que antes de que Jesús partiera a la casa del Padre, a la derecha del Padre, se puso a hacer oración y dijo: «Padre, que todos sean uno como Tú y Yo somos uno, para que los demás crean que Tú me has enviado».
El tema de la unidad es muy importante, la unidad dentro y fuera de la Iglesia. En Corinto, un puerto muy importante, de mucha población en ese tiempo, San Pablo veía que había mucha división y les dijo: «Luchen por la unidad, unos dicen que son de Pablo, otros dicen que son de Apolo, otros dice que son de Pedro, y otros dicen que son de Cristo», pero todos somos de Cristo, no debemos tomar partido, somos cristianos, somos de Cristo, Él debe ser el centro de nuestra vida.
A través de la historia de la Iglesia ha habido experiencias muy dolorosas de división. En el siglo XI, en el año 1054, fue la división de los cristianos de oriente y occidente, y de ahí surgieron los ortodoxos; y en el siglo XVI hubo dos grandes divisiones en Alemania y en Inglaterra, y ahí surgieron los protestantes. Son divisiones muy dolorosas en la Iglesia.
También ha habido experiencias muy hermosas, que se llaman de ecumenismo. Por ejemplo, cuando el Papa se reúne con distintos líderes de otras religiones para hacer oración por la paz, por la unidad, y yo creo que es muy importante vivir este ecumenismo. Yo he tenido la experiencia de participar en el Consejo Interreligioso aquí en el estado de México y tuvimos un congreso donde vimos el tema de la libertad religiosa, y la convivencia, la fraternidad que se tiene es muy agradable.
Dios quiere que haya unidad, empezando por nuestra familia, por nuestra comunidad, por los grupos de la parroquia, por la Iglesia en la que vivimos, que siempre, como decía San Francisco, donde haya odio llevemos amor y donde haya división llevemos unidad, unión. Eso es bien importante, por eso esta semana se pide en la Iglesia por la unidad de los cristianos.
Decía San Juan XXIII que siempre hay que ver lo que nos une, no lo que nos divide y a los cristianos con los protestantes, con los ortodoxos, hay muchas cosas que nos unen: creemos en Dios Padre, creemos en Dios Hijo, creemos en Dios Espíritu Santo, la mayoría de los libros de la Biblia son libros comunes, tenemos el Credo, es decir, hay muchas cosas que nos unen.
Así es que hoy le decimos al Señor que queremos que sea nuestra luz y nuestra salvación, y que queremos también ser constructores de unidad en donde sea que nos encontremos. Así sea.
+ José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla