«Jesucristo es nuestra luz y nuestra salvación»
Estamos llamados, queridos hermanos y hermanas, a ser luz para los demás:
A todos los saludo en este domingo, día del Señor, a ustedes que están aquí en nuestra Catedral y también a los que siguen esta celebración eucarística.
La palabra luz hoy es una palabra clave en la Palabra de Dios que hemos escuchado, en la primera lectura, del profeta Isaías, en el salmo responsorial, en la aclamación antes del Evangelio y también en el Evangelio, cuando nos dice Jesús: «Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo».
Hoy quisiera que cada uno de nosotros pensáramos si somos luz para los demás. ¿Cómo podemos ser luz? –pero no una luz propia, sino esa luz tomada del Maestro, una luz que viene de Dios y de la cual nosotros somos instrumentos– Como dice el profeta Isaías, «vamos a ser luz cuando demos de comer al hambrientos, cuando vistamos al que está desnudo, cuando ofrezcamos también nuestra casa para aquel que no tiene lugar», de esa manera somos luz, como discípulos del Señor.
Y el Evangelio nos dice que, además de ser luz, estamos llamados a ser sal. La sal sirve para darle sabor a la comida; si la sal no sirve se tira; sirve también para conservar los alimentos o para el abono en la tierra. Siempre la sal tiene una función, pero sobre todo es para darle sabor, y darle sabor a la vida de los demás, porque cuando nuestras actitudes son positivas le damos buen sabor a la vida de los demás, y cuando nuestras actitudes son negativas no le da uno buen sabor, sino es algo que amarga, que no sirve.
Hoy estamos llamados a ser la luz del mundo y sal de la tierra. Este elemento de la luz, que es el que predomina en la liturgia de la Palabra, me hacía pensar a mí sobre todo la experiencia que tiene uno como Obispo, ya que somos los ministros ordinarios de la Confirmación, y que también tienen los sacerdotes, sobre todo bautizan, porque en estos sacramentos siempre está presente el elemento de la luz, del cirio o vela. Cuando me toca confirmar a adolescentes, jóvenes o adultos un momento importante es cuando se prende la luz. Esta luz se prende del cirio Pascual, porque la luz significa Cristo resucitado, luz del mundo. Se prende de ahí y se va transmitiendo a los demás como algo ilustrativo, catequético, para decir cómo nosotros también debemos llevar el Evangelio, la luz a los demás. De la misma manera, cuando el padrino o la madrina se acerca al que va a confirmar y le dice el nombre del ahijado o de la ahijada, le dice: “le presento a ‘Juan’ para que sea testigo del amor de Dios”, y, con la fuerza del Espíritu Santo, es el llamado a ser testigos, a ser luz para los demás.
Tuvimos también la experiencia aquí el día de la Candelaria, el día de la Presentación del Señor, donde trajeron velas, porque significa que queremos nosotros seguir al Mesías, seguir al Salvador. La Catedral toda iluminada se ve distinta, hay luz y la luz da vida, la luz nos enseña el camino y por eso nosotros estamos llamados a ser luz para los demás.
El día de ayer tuvimos un acontecimiento muy significativo, la Peregrinación diocesana la Basílica de Guadalupe, donde participaron aproximadamente unas 8 mil o 10 mil de nuestra Arquidiócesis que fuimos al santuario de Guadalupe para pedirle a la Virgen, a la morenita del Tepeyac, para ser nosotros luz en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en las parroquias, en nuestros grupos que tenemos, en el Movimiento Familiar Cristiano, en cualquiera de las pastorales en las que estemos participando.
«El Señor es mi luz y mi salvación», animémonos a ser luz para los demás, no ser tinieblas, no ser sombra, y esa luz tomarla de nuestro Dios. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla