VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA REINA DE LAS AMÉRICAS

December 31, 1969


VISITA PASTORAL EN LA PARROQUIA REINA DE LAS AMÉRICAS

 

“Esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos”. 

Así dice el apóstol Pablo, el apóstol por excelencia misionero, que evangelizó todas las comunidades, esparcidas en un lado y otro, del mar Mediterráneo.  El apóstol San Pablo, llevaba esa experiencia de Cristo, estaba enamorado de Cristo, creyó, realmente creyó y por eso habló, como nos dice también en el mismo texto de hoy, de esta primera lectura. 

Esta fuerza –dice san Pablo– proviene de Dios. Pablo se siente igual que cualquiera de nosotros. Así se sentía también con los demás, y por eso llamaba a otros para compartir con él la misión. Cuando rompemos con ese miedo que nos ata y nos esclaviza, pensando solamente en nuestra fragilidad y nuestras limitaciones, le damos oportunidad a Dios, que también nos dé esa fortaleza que proviene de él. Es esta la misma experiencia del apóstol Pablo y, como el apóstol Pablo, tantos otros que a lo largo de la historia de la Iglesia,  han seguido ese testimonio, han hecho suya esa experiencia. 

Así tenemos hoy a san Felipe de Jesús, primer mexicano santificado, canonizado. San Felipe, joven, nadie daba por él –ni siquiera la sirvienta de su casa– un peso por su santidad. Era un joven como todos los demás, que tenía esas inquietudes de conocer, de relacionarse; pero un día, encontró a Jesús, se entregó, ingresó a la orden Franciscana, lo eligieron para ir a misionar a Filipinas, y en el viaje, en Japón, fueron capturados y al constatar su testimonio cristiano, les dieron muerte, por ser cristianos. Dio su vida.

Dice san Pablo que ese tesoro, de la fuerza de Dios, lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea esa fuerza que proviene de Dios. Nosotros somos esas vasijas de barro, somos frágiles. Decimos hoy sí, y al rato estamos pensando que mejor no; es una voluntad débil, por eso necesita la fuerza de Dios, y esa nos la ofrece gratuitamente el Señor. ¿Cuántas  cosas andamos queriendo hacer nuestras con dinero, costosas, y luego no nos dan ninguna gran satisfacción? La gracia de Dios es gratuita, nos la ofrece el Señor; pero además de ser gratuita, es esplendida, nos transforma porque nos hace fuertes. Nos fortalece interiormente y nos da la capacidad de servir a los demás, de romper con ese miedo. Esa es la experiencia que hizo san Felipe de Jesús, que hizo san Pablo, que han hecho tantos y tantos santos, y a la que estamos invitados también nosotros.  Dios la quiere para todos, nos la ofrece a todos.

“Creo, por eso hablo”. Yo, a los once años, entré al seminario. Era un niño, como varios de aquí que tiene once años, yo creo. A esa edad, dije quiero ser sacerdote. Y claro no fue fácil, doce años de transitar por la vida de seminario, de aprender, de disciplina, de orden, de oración, de conocer a Cristo y siempre pude decirle sí al Señor, porque creí. Creo, y ahora, como sacerdote primero, y como obispo en este ministerio.  Por eso creo que también ustedes van a creer, y creen. Y creer es posible y la gracia de Dios nos fortalece. Contemplando la vasija de barro que somos todos, no tenemos cosas distintas en nuestro corazón, todos estamos hechos del mismo barro, todo depende de nuestra respuesta, ¡todo depende de nuestra respuesta! – ¿Por qué yo no soy un alcohólico o un drogadicto? Por mi respuesta. Entonces Dios me ha fortalecido por mi respuesta. Si nosotros le respondemos a Cristo, seremos como Cristo, porque Cristo estará dentro de nosotros. 

“Creo, por eso hablo”, dice san Pablo. Y yo también se los digo. Y yo creo que también aquí los padres que están aquí concelebrando, también, por eso respondieron a Dios y aquí estamos. Algunos más entraditos en años, como monseñor Francisco y yo, otros más jóvenes como los que ven aquí que les sirven en su parroquia, el padre Reinaldo, ¡verdad! Ustedes también creen, por eso están aquí. Hay que tomarle la palabra a Dios, y seremos como dice el Evangelio, seremos reconocidos por él cuando lleguemos al reino, no se avergonzará de nosotros. Dirá, éste creyó en mí, venga para acá; venga al reino de mi Padre, participe de todo lo que está preparado para la eternidad. A veces aquí andamos buscando minutos de felicidad, y Dios lo que nos ofrece es ¡eternidad de felicidad! Eternidad de felicidad, pero  nos tenemos que disponer, preparar, solamente diciendo sí al Señor. 

Hoy los invito, pues, a que hagamos nuestras las palabras que Jesús les dice a los discípulos: “Si alguno quiere acompañarme, – ustedes quieren acompañar a Jesús– si alguno quiere acompañarme, –yo creo que todos– que no se busque así mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar su vida para sí mismo, la perderá…”, porque somos vasijas de barro. Entonces, nosotros, si queremos poseer nuestra vida, solamente a la luz de nuestros caprichos y de nuestras inquietudes, se van a hacer frágiles se van a romper, es lo que dice Jesús. La vida la pierdes, y tan hermosa que es la vida. En cambio dice Jesús, el que la pierda, es decir, el que ponga su vida acompañándome, ese la encontrará, ese va a tener vida. Allí está el secreto de esta vida. No perdamos el camino.

Pidámosle al Señor esta noche que nos haga una Iglesia misionera, que podamos dar testimonio de esta gracia de Dios que nos fortalece, que nos hace hombres de espíritu, personas que llevamos en vasijas de barro, nunca lo debemos de olvida, que llevamos la presencia de Dios. Que así sea.   

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla