“Esta si es hueso de mis huesos y carne de mi carne”
Con estas palabras Adán expresa la alegría de encontrar a alguien con quien puede compartir la vida. Dios ya había creado distintas especies vivientes, tanto vegetales como animales, los había puesto al orden y servicio del hombre, de Adán. Esta creación de Dios, era precisamente para él, por eso la doctrina de la Iglesia dice que la creación está hecha para servir al hombre, y que así el hombre pueda descubrir en ese grandioso don, el regalo que Dios nos ha hecho: las huellas de su creador. Pero el hombre no encontraba, y no lo encuentra. Si ustedes tienen la experiencia por ser hombre de campo, no es lo mismo compartir el esposo con la esposa, los padres con los hijos, que compartir con los animalitos, con las gallinas, con los corderitos, con los perritos, no es lo mismo. El diálogo, la capacidad de comprensión, la posibilidad de compartir, no sólo lo que pensamos, sino lo que sentimos y también la mutua ayuda que nos podemos dar los unos a los otros. Esta es la razón en general de la necesidad que tenemos unos de otros. La razón que nos ha creado Dios, de relacionarnos, de entrar en relación con los demás seres; no es para que vivamos apartados los unos de los otros, cada quien haciendo su vida, sino para ponerla en común.
Y por eso, también, creó al varón y a la mujer. Con distintas cualidades y con distintas capacidades que se complementan, que en ese ponerlas en común es una gran riqueza, y así también se descubre la presencia de Dios en esa complementariedad. Esta es la razón de la sexualidad en nosotros. No es simplemente una cuestión secundaria o circunstancial para que pueda haber la generación de las siguientes creaturas, eso pasa en los animales, no. En las personas la sexualidad tiene una finalidad muy especial que es: compartir la intimidad para que esta fuerza interior, no solamente sea generadora de hijos, sino que sea el sostén de la persona para ser generosa, para saber amar, para poder entregar en su servicio, según su vocación, a los demás, para favorecer a la comunidad. La sexualidad, pues, no es mala; la sexualidad es obra de Dios, es creación de Dios. Y el relato anterior de la creación, nos afirmaba una y otra vez: “Y vio Dios que todo lo que había creado era bueno”. Somos hechos para el bien, no para el mal, y la sexualidad también está hecha para el bien, no para el mal. Eso es algo muy importante de asumirlo, para poder generar la equidad y la dignidad entre todos nosotros.
Hoy, en esta sociedad, se dice mucho cómo tenemos que superar una tendencia de querer que el varón someta a la mujer y, entonces, se habla de la liberación femenina. La posición de la Iglesia Católica es la equidad y la necesidad de la complementariedad entre ambos; pero ambos son igualmente dignos. Cristo no vino a enseñar la ley del más fuerte, sino vino a enseñar la ley del amor, la ley del servicio. Cristo pone, pues, en la misma condición al varón y a la mujer. Nos necesitamos los unos a los otros.
Cuando tenemos esta claridad entonces seremos respetuosos los unos de los otros, no pretenderemos someter al otro. Los problemas al interior de cada matrimonio, se generan cuando uno de los dos tiene esa pretensión de sometimiento, de querer ser por encima del esposo o de la esposa. En cambio cuando el diálogo, en puesto en común, ponen sus preocupaciones, sus necesidades sus inquietudes y ambos al dialogar toman decisiones, ese matrimonio irá siempre bien. Hoy, pues, ante esta palabra de Dios, quisiera decirles que la Iglesia Católica quiere, busca, buenos matrimonios y que se constituyan familias verdaderamente cristianas. Si los niños aprenden de sus padre el respeto que se tiene entre sí papá y mamá, de que nunca vean una agresión física el uno para el otro, esos niños en automático, sin que se los digan, van a ser niños que sabrán amar, que serán generosos, bondadosos.
Un detalle que nos transmite el Evangelio de hoy respecto a la mujer, es interesante. Jesucristo, en su tiempo, le tocó vivir un contexto social en el cual la mujer no contaba, es más, no tenía que aparecer por ahí. Y en las sinagogas, tenían que estar separadas, y ni siquiera tenían obligación de ir a la sinagoga, sólo los varones. Y en el evangelio podemos, en distintas ocasiones, descubrir cómo hay mujeres que se acercan a Jesús. Quiere decir que Jesús rompió con ese paradigma, él no dijo: soy un líder, un mesías y por tanto sólo vengo para instruir a los varones, para que ellos sean los líderes, como lo pensaba el pueblo Judío. Si no permite y se relaciona con la mujer. Por un lado esto nos muestra el Evangelio de hoy; pero además hay otro detalle interesante. La mujer tiene un instinto profundamente maternal: que da su vida y hace todo lo que puede por favorecer a sus hijos. Para ella, para la madre, su vida son sus hijos, cosa que no tiene el varón. El varón quiere a sus hijos, está dispuesto a darlo todo por ellos. La mujer complementa al varón en este instinto poderosamente maternal que tiene.
Y aquí vemos a esta mujer en el Evangelio de hoy, que no obstante el no ser judía, era pagana de un pueblo que ya no contaba el pueblo de Israel, se acerca a Jesús, tiene el atrevimiento de acercarse a Jesús. ¿Por qué lo hace? Por su instinto maternal que quiere el bien de su hija. Está viendo que está siendo atormentada por un espíritu inmundo. Ha oído hablar de Jesucristo y lo busca, y lo encuentra. Y además es curioso este diálogo que hemos escuchado, un diálogo que pareciera que Jesús no quiere ayudarla. Lo que nos transmite este diálogo en realidad, es la clarificación de la vocación de Jesucristo para el pueblo Judío, que se va a abrir a todos los demás pueblos, al Universo entero, a todos los rincones de la tierra. Ese Mesías que estaba destinado para el pueblo Judío, en esta escena, empieza también a servir al pueblo pagano, a los no judíos. Y en el diálogo podemos ver la astucia, todo lo que pone en juego la mujer: sencillez, humildad, sagacidad, para lograr el bien de su hija; y a Jesús lo convence: “Que se haga como tú quieres…” Y cuando vuelve la madre a ver a su hija, su hija ha sanado.
Esta es la constancia que tiene y muestra siempre la mujer. Es la paciencia y la capacidad de vivir situaciones difíciles, de resistir y de buscar la forma de salir adelante. Hoy, pues, tenemos que valorarnos los unos a los otros. El varón su vigor, su fuerza, su determinación, su capacidad de protección a los demás; la mujer su instinto maternal, su instinto de amor, su instinto de velar, de estar pendiente, de buscar por todos los medios resolver los problemas. En esa complementariedad nos ha credo Dios, démosle gracias y busquemos la forma de vivirlo en nuestras familias y de compartirlo como comunidad cristiana para volver a consolidar nuestras familias que están en crisis, nuestras familias que no han descubierto la riqueza, el valor que tiene esta complementariedad entre el varón y la mujer. Que todos los varones puedan decir de su esposa cuando están ya en matrimonio: “Esta si es hueso de mis huesos, carne de mi carne…”, esta es mi compañera, que Dios me ha dado y con la que voy a compartir toda mi vida, especialmente mi fe. Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla