V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“Así me han tocada en suerte meses de infortunio y se me han asignado noches de dolor”.

Así afirma este hombre justo, este hombre llamado Job, del cual hay todo un libro escrito en el Antiguo Testamento. Hoy escuchamos apenas un pequeño párrafo de esa experiencia tan importante que transmite Job; y que debido a su dura condición, se expone a dialogar con Dios con toda franqueza, manifestándole todos sus sentimientos. Job ha sido un hombre afortunado con diez hijos, un hombre feliz, que de repente pierde todo en cuestión de dos, tres días. Le van sucediendo terribles acontecimientos como, la muerte de todos sus hijos que estaban reunidos en un lugar, la pérdida  de todos sus bienes, y al poco tiempo después, la terrible enfermedad de la lepra. De pasar de un estado de vida muy satisfactorio, en el que él sentía ser el hombre más feliz sobre la tierra, pasó a ser el hombre que se sentía más abandonado de Dios; y en una situación y condiciones que no se atrevía él a considerarlas dignas de vida. 

Sin embargo, en esa experiencia dolorosa, de haberlo perdido todo y de encontrarse profundamente enfermo de la lepra, va expresando su experiencia ante la presencia de Dios. Estas son las palabras que hoy escuchamos en la primera lectura: “La vida del hombre en la tierra es como un servicio militar y sus días, como días de un jornalero. Como el esclavo suspira en vano por la sombra y el jornalero se queda guardando su salario, así me han tocado en suerte meses de infortunio y se me han asignado noches de dolor”. Continúa diciendo Job esta experiencia que quizá muchos, en algún momento hemos experimentado, sea por enfermedad, sea por insomnio de preocupaciones fuertes, dice Job: “Al acostarme, pienso: ¿Cuándo será de día? La noche se alarga y  me canso de dar vueltas hasta que amanece”. Las noches son eternas cuando no se puede dormir, las noches son eternas cuando está uno terriblemente sufriendo una enfermedad. Vemos entonces aquí dos cosas: cuando está la felicidad, de un destino agradable, se pasa rápido, es una felicidad que se experimenta en un breve momento como una experiencia que termina pronto. Y cuando se está pasando por una situación de dolor, se hacen eternos los momentos. 

En esta experiencia es cuando Job afirma: “Mis días corren más aprisa que una lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo. Mis ojos no volverán a ver la dicha”. Sumido en el dolor, se pierde la esperanza. Sin embargo, leyendo todo el libro de Job, vemos que al final descubre que, de ese sufrimiento inaguantable, va descubriendo poco a poco que él es mucho más que la vida. Es decir, que su cuerpo no expresa realmente todo lo que significa la persona humana, el cuerpo es solamente una parte de nuestro ser, es la expresión material de nuestro ser, y por eso cuando la felicidad toca a nuestro cuerpo, es efímera, rápida, y cuando la enfermedad y la tristeza llega a nuestro cuerpo, se hace eterna. Este cambio de experiencia, entre lo feliz y lo difícil de afrontar el dolor, nos abre los ojos para descubrir nuestro propio espíritu, porque  la felicidad verdadera va a consistir precisamente en: no lo que alaga al cuerpo, va a consistir en el contacto y la convivencia con Dios. Eso es lo que descubre Job al final de toda esta experiencia. Y hoy la vemos aquí sintetizada en esta primera lectura. 

En el apóstol Pablo, por otra parte, en la segunda lectura, vemos un hombre feliz; pero no porque le esté yendo bien en todo y tenga todo el éxito para tener todo lo que necesita, para darse una vida placentera, no. Al contrario, es un hombre que sabe vivir en la pobreza, en la escasez, que sabe recibir con alegría la abundancia, sabe estar con el débil, sabe estar con el fuerte. Este es el hombre que ha descubierto que lo más importante en la vida es conocer a Cristo, compartir la vida divina y transmitirlo a los demás, con esta capacidad de adaptarnos a las situaciones que viven los otros. En esta experiencia Pablo, ha hecho ese paso indispensable que debemos de hacer todos los discípulos de Cristo: no centrar nuestra vida en nosotros mismo, sino centrar nuestra vida en Dios y en los demás. Allí está la auténtica felicidad, porque allí está la manera de entrar en una intimidad con Dios. 

Finalmente, en el Evangelio de hoy, hay un elemento que quiero compartir con ustedes que me parece muy importante en el proceso diocesano que estamos promoviendo en Tlalnepantla. Y es: vemos a Jesucristo que cura a la suegra de su apóstol Pedro, cura a muchos otros, devuelve la salud a los enfermos, que la gente lo sigue y está detrás de él tratando de escuchar su enseñanza. Y entonces les viene la tentación de retenerlo, es decir, de que se quede para ellos, y Jesús les contesta con toda claridad cuando le dicen: “Todos te andan buscando”. Todos quieren que te quedes aquí con nosotros, que no te vayas, y él les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Es decir, a Cristo, no lo podemos retener, a Cristo no lo podemos encapsular en una serie de relaciones con nosotros y para nosotros, sino, a Cristo lo tenemos que acompañar para ir hacia los demás. Si nosotros queremos retener a Cristo, ni lo obtendremos y perderemos lo que Cristo nos ofrece. Si nosotros compartimos a Cristo, lo acompañamos para que esté con quienes no lo conocen, para anunciarlo, para darlo a conocer, entonces siempre tendremos a Cristo con nosotros. Es decir, como dice el apóstol Pablo: nuestra vocación es evangelizar, anunciar a los demás a Cristo. “¡Hay de mí si no lo hiciera!”, dice Pablo en la segunda lectura, para esto he sido llamado, y en haciéndolo, estoy siempre con Cristo, es la única manera de estar siempre, permanentemente, con Jesucristo, transmitiéndolo y comunicándolo a los demás. Así es lo que estamos promoviendo en nuestra arquidiócesis, la Misión: el dar a conocer a Cristo a los distantes y alejados. Pidámosle a Dios en esta Eucaristía, para que nos dé la fuerza, para que nos dé el entusiasmo, para que nos dé esa valentía de dar a conocer a Cristo en el mundo de hoy. Que así sea.  

 

+Carlos Aguiar Retes

 

Arzobispo de Tlalnepantla