Desde una nube luminosa se escuchó la voz del Padre, que decía: «Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo»
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Les saludo a cada uno de ustedes con cariño, también a las personas que siguen esta Eucaristía dentro del territorio de nuestra Arquidiócesis, desde otros lugares de la República Mexicana y también en el extranjero; a todos les deseo que esta Cuaresma sea una Cuaresma llena de gracia, llena de conversión, y que nos lleve hasta la Pascua del Señor.
Seguimos caminando, ya estamos hoy en este Domingo II de Cuaresma. Una palabra muy interesante es “caminar”, así como caminó Abraham. Escuchamos en la lectura del Génesis cómo el Señor le pide que deje su patria, su casa, y que irá a la tierra que Él le mostrará. Abraham toma el camino con todas las incertidumbres, pero confiando en Dios, y la meta es la tierra prometida. De la misma manera, la Cuaresma es un camino donde nosotros estamos invitados a caminar, pero la meta es llegar a la Pascua del Señor, a la Resurrección. Y ciertamente la Pascua pasa por la cruz.
Hace ocho días, recordarán en el Evangelio las tentaciones que el diablo le puso a Jesús. Hoy tal vez nos puede descontrolar un poquito el pasaje del Evangelio, que es un pasaje muy gozoso, donde la idea central de hoy es la Transfiguración del Señor. Pero siempre Jesús hace las cosas con un motivo y es el mejor pedagogo que hay, Él nos va enseñando. Y este pasaje de la Transfiguración, tanto en Mateo, Marcos y Lucas, en los sinópticos, está exactamente después del primer anuncio de su pasión. Recuerden ustedes que ese día estaban ahí, acompañaban a Jesús, Pedro, Santiago y Juan y tal vez si no hubiera habido este pasaje ellos se hubieran desanimado y dejado de seguir a Jesús.
¿Y qué sucede en este pasaje? Jesús sube a un monte, el monte Tabor. ¿Y qué sucede en esta escena? Jesús está platicando con dos personajes, uno que representa la ley, Moisés, y el otro a los profetas, que es Elías. ¿Y de qué estaban platicando? Seguramente estaban platicando del camino que haría Jesús, la pasión y muerte, pero también de la gloria de la Resurrección de Jesús. Por eso el rostro de Jesús resplandece y su ropa blanca es más blanca que la nieve.
De tal manera que los tres discípulos estaban emocionados y por eso Pedro le dice: «Señor, hagamos tres chozas, tres casitas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero después viene un momento culmen en este pasaje, la voz de Dios que dice: «Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo.» En eso cayeron ellos rostro en tierra al escuchar esa voz. Después Jesús les dice que deben continuar el camino. Ellos tuvieron una probadita de lo que es la gloria, de lo que es la Resurrección, y por eso nosotros no debemos perder de vista este camino, el camino que pasa por la cruz, pero que va hacia la Resurrección.
Hoy quisiera terminar esta idea con dos conclusiones muy concretas:
Una sería que también nosotros escuchemos la voz del Padre. El Evangelio siempre es actual. ¿Qué nos dice hoy el Padre? «Jesucristo es mi Hijo muy amado, escúchenlo», y nos lo está diciendo a cada uno de nosotros. Hay que escuchar la voz del Señor, hay que escuchar su proyecto, hay que escuchar lo que quiere para nuestras vidas.
La segunda idea es que también nuestra vida debe ser una transfiguración. La transfiguración es orientar nuestra vida desde Cristo, pero también las enfermedades, los dolores, verlos desde la fe, teniendo a Cristo en la cruz. Cuánta gente no nos da testimonio, gente que está enfermita, gente que está en su casa sufriendo, cómo esos dolores los ofrece por la salvación del mundo. También nosotros podemos transfigurarnos, orientar nuestra vida desde Cristo muerto y resucitado.
Por otro lado, hoy que celebramos la familia es un día para darle gracias a Dios por el don de la familia, y al hablar de familia estoy hablando de papas, de hijos, de abuelitos, de tíos, de primos; la familia es un gran regalo que tenemos, es la célula de la sociedad y por eso hoy le decimos gracias al Señor por este don. Pero también sabemos que el tejido social está roto y la familia es como la base; si nuestra sociedad a veces tiene muchos problemas es porque a la familia le falta fuerza, le falta unidad. ¿Quién de nosotros no quiere a la familia? Todos queremos a nuestra familia. Cuando yo voy con mi familia siento una alegría muy grande, porque uno se siente querido, aceptado, repara uno las fuerzas.
Hoy es para agradecer a Dios por la familia, pero, por otro lado, también debemos preguntarnos ¿qué estamos haciendo cada uno de nosotros por la familia? Tenemos que impulsar los valores humanos y cristianos en la familia, el respeto, la tolerancia, la generosidad. Por eso yo quiero invitarlos para que todos busquemos espacios para la familia, para que en la familia se dé la oración, la convivencia, para que en la familia se impulsen los carismas y los dones que Dios nos ha dado. Tenemos que pedir hoy por la familia, por la vida, esa vida que es el proyecto de Dios y que los católicos tenemos que impulsar la vida desde su concepción hasta la muerte, porque es un don de Dios.
Así es que hoy todos salgamos diciendo qué voy a hacer por la familia, por mi familia, ¿qué voy a hacer? Tal vez falta el diálogo, tal vez falta el perdón, tal vez falta la solidaridad, ayudar al que menos tiene, compartir los dones que el Señor nos da. Por eso me da mucho gusto que esté aquí el CLAT, todo este consejo laical de nuestra Arquidiócesis, donde todos los movimientos y grupos quieren impulsar la familia. En la familia, decía San Juan Bosco, hay que formar honestos ciudadanos y buenos cristianos, las dos cosas, buenos ciudadanos y honestos cristianos.
Que el Señor hoy bendiga nuestras familias. Hay muchas familias que están sufriendo, que no tienen trabajo, que son víctimas de la violencia, familias que viven solas, madres solteras, gente que necesita nuestro reconocimiento, nuestra misericordia, nuestra ternura y nuestro cariño como lo haría Jesucristo nuestro Señor. Que Dios bendiga a todas nuestras familias para que vayamos construyendo el proyecto de Dios. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla