PEREGINACION DE NUESTRA ARQUIDIÓCESIS DE TLALNEPANTLA A LA BASÍLICA DE GUADALUPE

December 31, 1969


PEREGINACION DE NUESTRA ARQUIDIÓCESIS DE TLALNEPANTLA A LA BASÍLICA DE GUADALUPE

 

“No olviden nunca practicar la generosidad y compartir con los demás…” 

Así nos dice la primera lectura, que nos ha sido proclamada hoy como palabra de Dios, tomada de la carta a los Hebreos: “No olviden nunca practicar la generosidad y compartir con los demás”. Esto es precisamente –nos continúa diciendo el texto– lo que agrada a Dios: “ver que sus hijos son hermanos”. Y esto es precisamente lo que el mismo Jesús, en el Evangelio que nos fue proclamado, escuchamos que realiza cuando nos cuenta el Evangelio de Marcos, que después de haberlos enviado, –a sus discípulos de dos en dos–  regresan, se reúnen con Jesús y le cuentan todo lo que habían hecho y enseñado. Esto es lo que agrada a Dios, por eso Jesús lo hace, y eso es a lo que estamos llamados a realizar como Iglesia.

 La generosidad nos ayuda a aprender la vida de Dios. Nuestra vocación es compartir la vida divina, y la vida divina es generosidad, por eso fuimos creados, por eso creó Dios todo el universo, por compartir lo que él es con nosotros. Y tiene ese proyecto llevado a plenitud, al final de los tiempos, de que compartamos plenamente la vida divina. En esta vida terrena nosotros tenemos que ir aprendiendo esa vida divina, y la forma de hacerlo es practicando la generosidad y compartiendo lo que somos y tenemos con los demás. Por ello me alegra hoy, que al venir como cada año, a saludar, a encontrarnos con nuestra Madre de Guadalupe; me alegra por el proceso que vamos realizando en nuestra Arquidiócesis, abriendo los espacios y las estructuras parroquiales para este compartir: lo que somos y lo que tenemos, pasar de una Iglesia que solamente se preocupe de sí misma, a una Iglesia generosa que comparte con sus hijos y hace que sus hijos compartan entre sí. Esta es la experiencia fundamental de fe que realiza Jesús y que así enseña a sus discípulos para poderles entregar la misión de hacer presente a Dios en el mundo. 

En esos años de formación de los discípulos, Jesús tiene este cuidado: se los lleva –como dice el Evangelio de hoy– “aparte, en un lugar solitario”, para hacer esta experiencia de poner en común. Así tenemos que hacer nosotros. Ya de todas las parroquias, doscientas tres, se han llevado a un lugar solitario –como lo hizo Jesús– a sus EPAPS; ya tuvieron el retiro Kerigmático para poder intimar con Cristo. Y ahora, en esta próxima cuaresma –ya el próximo 18 de febrero– iniciará este periodo tan hermoso de purificación de la Iglesia, en el cual nosotros como Arquidiócesis de Tlalnepantla, vamos a entregar, a través de sus párrocos, a través de sus servidores los ministros, vamos a entregarles ese mismo retiro Kerigmático, para disponernos así y prepararnos, como lo hizo Jesús con sus propios discípulos, para la misión. El 17 de mayo arrancar, como Iglesia misionera, un proceso que ahora es sólo el inicio, pero que nos llevará a ese sueño de reintegrar a todas las ovejas perdidas que andan como ovejas sin pastor. 

Por eso quiero compartir, también, con ustedes, esa actitud que nos muestra el Evangelio en Jesucristo, cuando desembarca queriendo llevar a sus discípulos a ese lugar solitario de descanso y compartir la experiencia apostólica; Jesús se encuentra con que ya lo está buscando mucha gente y, esa gente, la contempla Jesús –nos dice el Evangelio– y la mira con “compasión”, porque son ovejas que andan sin pastor. Así tenemos un amplio sector de nuestros católicos. Cerca de los dos millones de católicos de la Arquidiócesis de Tlalnepantla, un millón ochocientos mil, andan como ovejas sin pastor. Sólo cerca de doscientos mil están integrándose viviendo la vida eclesial. 

Les pido yo a ustedes que, así como nos ve nuestra Madre que, así como ve Jesús a estas multitudes de su tiempo, veamos también nosotros con “compasión”; es decir, con ese movimiento interior en nuestras entrañas, en donde los sentimientos se ponen en relación con lo que vemos que sucede a los demás. Cuánto dolor, cuánto camino equivocado que llevan a actos violentos de agresión, que lleva a las adicciones y esclavitudes modernas; no solo lamentablemente la droga, también esa adicción de ambición de dinero, que lleva a muchos a secuestrar niños para quitarles sus órganos y venderlos en el mercado negro, o tantos que recogen jovencitas para el mundo de la prostitución. Mañana, el Papa nos ha pedido unirnos en una jornada mundial de oración por este tema de la trata de personas y, –que es un problema del mundo, en todas partes y también en nuestro contexto–, pedirle a nuestra Madre que tengamos esos ojos de compasión por lo que pasa con nuestros hermanos; pero esa compasión, que nos mueva como le movió a Jesús, a darse a la enseñanza, a orientar, a conducir, a alentar y motivar la razón de nuestra vida; a aprender esa vida divina que es lo único que nos da la plena y autentica felicidad. Eso es lo que agrada a Dios, por tanto, practicar la generosidad, compartir con los demás, tener esta actitud de compasión que nos mueva a la acción de ir por nuestros hermanos. 

Ese es el propósito de este proceso que hoy entregamos a nuestra Madre María de Guadalupe misionera, que vino a México para orientar un pueblo que estaba sumido en tinieblas, en desorientación, y que ha seguido a lo largo de los siglos, orientando al pueblo de México y a ahora incluso a otros pueblos latinoamericanos. Es ella que también orienta a nuestros hermanos que han tenido que migrar a los Estados Unidos y a Canadá; ellos encuentran en María de Guadalupe esa presencia amorosa, compasiva  que les hace guardar su identidad católica. También a nosotros, y por eso nosotros entregamos en sus manos hoy, porque aquí estamos de todas las parroquias, de las doscientas tres que integran nuestra arquidiócesis de Tlalnepantla, y la mayor parte de nuestros Presbíteros y Obispos, aquí estamos para decirle a María de Guadalupe: “Madre, somos tus hijos, queremos también que el millón y ochocientos mil católicos de nuestra Arquidiócesis de Tlalnepantla, se reintegre a la casa, que vuelvan al hogar, danos las fuerzas necesarias para tener en cada parroquia estos equipos misioneros que vayan a incitar, que vayan a hablar, con la fuerza de fe y del testimonio,  a quienes hoy están distantes y alejados. Esa es nuestra petición en este día, eso es lo que le entregamos a María para que le diga a su Hijo Jesús que queremos ser sus discípulos misioneros en el mundo de hoy. Yo creo que todos ustedes, los que están aquí presentes, así lo quieren, así lo supongo, así lo deseo como Pastor de esta Iglesia. 

Quiero terminar con este punto, también, importante que nos dice la carta a los Hebreos, dice: “Obedezcan con docilidad a sus pastores, pues ellos se desvelan por ustedes sabiendo que tienen que rendir cuentas a Dios”. Ustedes como nosotros, está en nuestras manos el que cada persona digamos sí a Jesús y le respondamos bien. Es una responsabilidad personal, pero quienes somos pastores, quienes hemos sido llamados, tenemos una responsabilidad mayor, porque somos quienes debemos de conducir, como nos dice el Papa Francisco, conducir al rebaño a buenos pastos, como nos dice el salmo de hoy, que se nutran, que se alimenten, que se fortalezcan para poder andar por cañadas obscuras, que sepan llegar a la Eucaristía para poder alimentarse del Pan de la Vida por que el Señor es nuestro pastor. Ese oficio, nos va a pedir también Dios cuentas de él, dice el texto: Tenemos que rendir cuentas de lo que hicimos como pastores. 

Por eso les pido que así como nos pide el Papa Francisco que oremos por él, porque está consciente de esa máxima responsabilidad que tiene como sucesor de Pedro, se los pido yo a ustedes: recen también por mí, por mis Obispos auxiliares y por mis Presbíteros y Diáconos, por la responsabilidad que tenemos. Háganlo con insistencia y sean dóciles a las indicaciones pastorales, sean generosos en la respuesta a esta llamada para realizar la misión en nuestra Arquidiócesis, que sea movido por esta compasión que tenía Jesús de las multitudes que  andaban como ovejas sin pastor. 

María de Guadalupe, Madre nuestra, te pedimos como Iglesia particular de Tlalnepantla, que nos acompañes como misionera que tú eres, como madre que siente el dolor de ver a sus hijos errados por caminos que llevan a la muerte, ayúdanos a reintegrarlos y a llevarlos por los caminos que llevan a la vida. Que