“Rasguen su corazón y no sus vestiduras”
Así dice el texto hebreo de la primera lectura que acabamos de escuchar, tomada del profeta Joel: “Rasguen su corazón y no sus vestiduras”. El profeta, evidentemente, se mueve en el contexto de una cultura religiosa del pueblo judío, en el cual ayunaban rasgándose los vestidos –como expresión de dolor, como expresión pública de vivir un momento duro, de sufrimiento o de tragedia– y hacerlo manifiesto a los demás miembros del mismo pueblo. El profeta se está dirigiendo, en esta ocasión, a un pueblo que sufre el hambre: le han llegado plagas que han destruido las cosechas y no tiene que comer. No es, por tanto, una llamada a la conversión por haber cometido pecados, sino es una llamada de alerta a la población que inocentemente, sin culpabilidad, sufre un gran drama.
“Rasguen su corazón y no sus vestiduras”. Rasgar el corazón se refiere a algo interior. Siempre hemos identificado el corazón como lo más apreciado de nuestro interior, y expresa todos estos sentimientos de bondad, de generosidad, y sobre todo del amor. “No sus vestiduras”, que significa, simplemente, manifestar a los demás que estoy pasando un momento difícil, una expresión que puede quedarse sólo en eso: en el exterior; o una solidaridad falsa, que solamente me escandalizo de algún daño que se ha recibido en los miembros de la sociedad, pero en realidad, mi corazón no le interesa tanto compadecerse de quienes han sufrido.
“Rasguen su corazón y no sus vestiduras” y acérquese así a Dios. Es evidente que el profeta quiere que el pueblo de Dios, ante el daño que sufre, –no responsablemente de ese daño, no lo ha provocado el pueblo– que se cerque a Dios rasgando su corazón. Significa, entonces, que lo que Dios desea es que nuestro corazón sea comprensivo, capaz de compadecerse, capaz de entender lo que vivimos. Por eso hoy, igual que entonces, convendría preguntarnos: ¿Cuál es mi responsabilidad ante toda la situación de violencia, de inseguridad que vivimos? ¿Qué culpa tengo yo para recibir un asalto, o un secuestro, o una violencia o una injusticia? Son situaciones que hoy se han extendido, expresiones de la maldad, de corazones que están empedernidos, que se han vuelto de piedra, y no tienen ninguna compasión hacia su prójimo, ningún respeto a las personas.
“Rasguen su corazón”. Es entrar a esta interioridad y descubrir, como nos dice el profeta, cómo es Dios. “Porque Dios es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, se conmueve ante la desgracia”. Nuestro corazón, entonces, tiene que purificarse, tiene que estar pendiente de que no lo dejemos convertir en un corazón de piedra. Y esta es la propuesta de la Iglesia en este tiempo Cuaresmal, tener estos cuarenta magníficos días en los cuales mi atención se concentre en revisar cómo es mi corazón, cómo me comporto ante el sufrimiento de otros, cómo me solidarizo con situaciones de dificultad, de enfermedad, de injusticia de las que voy conociendo en mi camino. Que mi corazón se rehaga, se rehabilite, tenga los mismos movimientos de compasión y de generosidad que tiene el corazón de Dios.
Dice san Pablo en la segunda lectura: “Este es el tiempo favorable… es el día de salvación para socorrerte”. Esta es la oportunidad que tenemos, de caminar en esta recreación, en este renovar nuestro interior. Y en el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesucristo, precisamente, nos advierte de esa necesidad, observando con atención aquellas tres prácticas de piedad que tenía el pueblo de Israel muy adentro de su conciencia; de que si guardaban aquellas tres prácticas de piedad, eran buenos israelitas. Jesús las recomienda, sí, pero advierte que no siempre que hacemos prácticas de piedad estamos haciéndolas en el buen camino. Que incluso puede pervertí nuestro corazón si no las sabemos encausar. Estas tres prácticas de piedad tienen una complementariedad entre sí. El Evangelio nos dice que Jesús advierte inicialmente: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombre par que los vean”.
Jesús dice: Cuando des limosna, no busque que los demás te aplaudan. Cuando hagas oración, no busques que los otros te admiren porque eres un hombre de Dios. Cuando ayunes, no pongas cara triste para que seas reconocido como alguien que sabe aceptar el dolor. ¿Cuál es el camino que indica Jesús? Tener siempre presente que lo que hacemos como práctica de piedad, es para buscar a nuestro Padre que ve en lo secreto, que conoce perfectamente nuestros sentimientos, nuestras intenciones, nuestras inquietudes, que nos conoce perfectamente también en nuestras debilidades y limitaciones, y tener la máxima confianza: que él es mi Padre. Cuando las prácticas de piedad se refieren en este camino de relación con Dios nuestro Padre que ve en lo secreto, descubriremos que la limosna no es simplemente dar algo a quien lo necesita, sino tener la generosidad necesaria de siempre auxiliar a mi prójimo de distintas maneras. La generosidad para compartir.
Cuando Jesús nos propone este camino, la oración, es para conocer qué es lo que quiere Dios mi Padre de mí. Qué está esperando de mí, cuál es su voluntad para mí. Y cuando se refiere al ayuno, no es estrictamente que dejemos de comer algo, sino que tengamos la capacidad de renuncia, de renunciar a algo que me es legítimo, por tal de ayudar a los demás. Y, entonces, tenemos aquí la complementariedad de estas tres obras de piedad fundamentales: orar para conocer qué es lo que Dios quiere de mí. Saber renunciar, ayunar, para tener la capacidad de desprendimiento. Y dar limosna, es decir, mirar las necesidades de los demás, para desde lo mío, compartir con quien tiene una situación en donde es necesario auxiliarlo y ayudarlo, porque es mi hermano.
Eso es lo que nos propone la Cuaresma. Con estos elementos, ustedes, día a día, a lo largo de estos cuarenta días, pueden ir revisando cuáles son sus prácticas de piedad; si las están encaminando como Jesús nos indica hoy aquí, y si van transformando su corazón con el modelo del corazón de Dios nuestro Padre que es rico en generosidad y misericordia, que es lento a la cólera y es espléndido en la clemencia. Que es Señor nos conceda, así, llegar a la Pascua con un corazón como el corazón de Jesús, nuestro modelo. Que lleguemos a la Pascua como buenos discípulos de Cristo para que, también nosotros, experimentemos cómo el Señor ya desde esta vida nos resucita, nos rehace, nos vuelve a crear conforme al proyecto que siempre ha tenido para cada uno de nosotros como individuos, para todos nosotros como pueblo.
Que así sea.
+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla