IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

December 31, 1969


IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

“¡Cállate y sal de él!”

Con estas palabras, con esta orden, Jesús expulsa el espíritu inmundo que ha encontrado en este hombre que estaba en la sinagoga. Jesús está comenzando su misión. El pasaje que hoy nos ha sido proclamado en el Evangelio, es de las primeras escenas del Evangelio de san Marcos. Apenas nos ha narrado cómo Jesús fue al desierto, se encontró con Dios, tuvo ese discernimiento y fue tentado por el espíritu del mal, y él clarificó lo que Dios le pedía –Dios su Padre–, de  allí pasó a ser señalado por Juan y ser bautizado en el Jordán como el Cordero de Dios, como el esperado –este es el que tenía que venir–; y luego Jesús, va camino del lago de Genesaret por la orilla, predica que, efectivamente, en su persona ha llegado el reino de Dios, les pide que crean, les pide que se conviertan a esta Buena Nueva: Dios camina en medio de su pueblo. Luego continúa por la orilla del lago y llama a sus primeros discípulos; a los cuatro primeros que encuentra, con sus respectivos padres, realizando la labor de pescadores: Andrés y Pedro; Santiago y Juan. Inmediatamente después pasa a Cafarnaúm, también a la orilla del lago y entra a la sinagoga. Él está comenzando a predicar que se ha cumplido el tiempo, que la promesa se ha hecho realidad, que Dios está con nosotros, que aquel profeta anunciado por Dios en tiempos de Moisés –de que suscitaría un profeta semejante a Moisés–, ahora ha llegado, así como nos lo describe la primera lectura de hoy, tomada del libro del Deuteronomio. 

Jesús entra a la sinagoga. Es interesante observar que su primera acción, su primera decisión es ir al lugar donde habitualmente se proclama la palabra de Dios. La sinagoga era ese lugar reconocido por la comunidad como el lugar más sagrado en medio de un pueblo; la sinagoga era el lugar del encuentro de la comunidad Judía; la sinagoga abre las puertas, es sábado, el día del culto, el día de la escucha de la palabra, y ¿qué es lo que normalmente nosotros encontramos cuando entramos a un templo, qué es lo que buscamos cuando venimos a un recinto sagrado a un recinto dedicado a la oración y al culto divino?  Pensamos que todos los que venimos aquí, buscamos a Dios, venimos en silencio, guardamos respeto por el lugar, y tenemos la convicción de que aquí, más que en cualquier otra parte, nos podemos encontrar con Dios; y al encontrarnos con Dios, encontrarnos con personas que también lo andan buscando. Creo que este es el sentimiento que está en cada uno de nosotros hoy, y por lo que ustedes han venido este domingo aquí. Pues imaginen, Jesús también lo buscó, entró a la sinagoga y, ¿qué fue lo que encontró? El espíritu del mal. En vez de encontrar el espíritu del bien, encuentra que el espíritu del mal se ha posesionado de este hombre, y por eso Jesús cuando es interpelado por ese espíritu del mal le ordena: “¡Cállate y sal de él!” 

Vemos, pues, en Jesús un verdadero profeta que habla en nombre de Dios y tiene la fuerza de Dios mismo; por lo que el espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Jesús sana ese recinto de la sinagoga, cambia el ambiente interno de las personas, las deja de nuevo en la libertad, para poder hablar con Dios y encontrarse con él. Jesús por eso causa esta admiración: “Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. 

Este hombre tiene autoridad. ¿De dónde le viene la autoridad? ¿De dónde le viene esa fuerza para sobreponerse ante los espíritus del mal? Jesús, dijimos, venía del desierto –cuarenta días de oración– venía del bautismo en donde recibió el Espíritu Santo, venía con la misión de Dios Padre, en Comunión con Dios Padre; había discernido lo que Dios quería de él y por ello tiene la fuerza de Dios. La Comunión con Dios. Este es el fundamento de todo profeta, de todo hombre que habla en nombre de Dios y actúa en nombre de Dios. Este era el profeta esperado, pero es mucho más que el profeta esperado, porque es el Hijo de Dios encarnado. Por eso podemos entender, primero, la importancia de estar aquí, de venir domingo a domingo para encontrarnos con Dios nuestro Padre a través de Jesucristo, para tener, también cada uno de nosotros, esa fuerza de Dios para vencer el mal. Por doquiera se encuentra el mal en sus distintas expresiones: en la violencia, en la agresión, en la falta de respeto. 

Nosotros venimos aquí para fortalecer nuestro propio espíritu en el espíritu del bien, eso es por lo que venimos este domingo a encontrarnos con Cristo; pero además hoy en la segunda lectura, el apóstol san Pablo nos clarifica el por qué es conveniente que algunos que guardamos el estado célibe, –que no nos casamos– tenemos esta responsabilidad y misión: de dedicarnos a tiempo pleno a las cosas del Señor, dedicarnos más a entender su palabra, dedicarnos más a conocer el camino espiritual de la persona; dedicarnos a coordinar, a conducir, a orientar a la comunidad cristiana. La soltería, dice san Pablo, es un estado de vida que vale la pena si lo centramos en el servicio de las cosas del Señor. Ser soltero por ser soltero, es un desperdicio, porque la familia es una gran vocación; pero ser soltero para ser consagrado, ser soltero para servir al Señor plenamente, es una gran responsabilidad y servicio a la comunidad cristiana. He ahí por qué la Iglesia mantiene, como una riqueza extraordinaria, la vida celibataria de sus sacerdotes, de sus obispos; la vida celibataria de sus religiosas y de sus religiosos, dicados en las cosas del Señor, al servicio de la misma comunidad. Y ustedes pueden apreciarlo porque están cercanos a la Iglesia y saben cómo al acercarse a un sacerdote, –como dice san Pablo– no los encuentran con el corazón dividido al tener que atender a una esposa, a unos hijos, y al mismo tiempo realizar este servicio ministerial; los encuentran con su corazón “todo en el Señor”, por eso  son hombres al servicio del Señor. Y de ahí es que venga el afecto sincero, el cariño del pueblo, por nuestros sacerdotes, porque estamos consagrados al servicio del Señor, y ustedes saben, y van descubriendo, cuando este sacerdote es un hombre así: recto, sincero, entregado al servicio del Señor; y lo aman, lo aprecian y reciben de él muchos beneficios. Eso es el celibato sacerdotal, eso es el celibato de quienes se consagran al servicio de la Iglesia en la vida consagrada.

Este año, quiere el Papa que reflexionemos sobre estos temas de la consagración, toda la Iglesia Universal. Pidamos, pues, hoy por nuestras comunidades cristianas, que no haya solamente solteros por ser solteros, que haya solteros porque eligen servir al Señor. Que haya vocaciones sacerdotales, religiosas y consagrados. Pidámosle a Dios por nuestras familias, porque es un gran beneficio cuando hay un sacerdote en ellas. La familia que da un hijo a Dios, a la Iglesia, recibe mucho más de lo que da en esa persona. Que el Señor los bendiga a ustedes, aquí presentes, y que nunca dejen de pedirle que tengan una vocación consagrada o una vocación sacerdotal en medio de ustedes. Que así sea. 

+Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla