«Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá»
Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
Les saludo este V Domingo de Cuaresma a todos ustedes que están aquí en nuestra Catedral presencialmente y también a todos los que desde distintos lugares se unen a nuestra Eucaristía en el país y también en el extranjero. Todos estos domingos de Cuaresma hemos propuesto un camino de conversión para acompañar a Jesús en su pasión, muerte y resurrección y ya estamos en la etapa final, la próxima semana iniciaremos la semana santa, la Semana Mayor, con el Domingo de Ramos y estamos invitados a acompañar a Jesús, a llegar a Él, morir al pecado para vivir como hijos e hijas de Dios.
Estos últimos domingos han sido muy significativos, sobre todo el Evangelio, que han sido textos un poquito más amplios y donde hemos visto elementos bautismales. Hace dos domingos vimos todo un proceso con la samaritana, con el signo del agua, un tema bautismal, pero lo importante siempre es el final, que también nosotros nos adhiramos y digamos: «Cristo, tú eres el Hijo de Dios», como pasó con la samaritana y muchos que estaban ahí y creyeron que Jesús era el Mesías. El pasado domingo fue el elemento de la luz, otro elemento bautismal, y fue el ciego de nacimiento quien estuvo durante todo el pasaje y que pudo ver, para que al final creyeran otros que Jesús era el Hijo de Dios. ¿Nosotros creemos que Jesús es el Hijo de Dios? Y no solamente se trata de creer con la mente, sino con el corazón, con las actitudes.
Así como hemos visto el agua y la luz, hoy el tema central es la vida, la resurrección. Las tres lecturas que escuchamos nos hablan de cómo Dios puede sacar de los sepulcros a los muertos, puede dar vida a los huesos, desde la primera lectura. El pasaje del Evangelio que escuchamos este domingo es muy conocido, porque tal vez lo hemos escuchado en exequias, en Misas de cuerpo presente, pero no debemos dejarnos de impresionar, de maravillar con lo que sucedió.
Jesús tenía una familia muy amiga, muy cercana, a la que seguramente visitaba en Betania cuando Él estaba cansado, la familia de Lázaro, María y Marta. María, también nos dice el Evangelio, fue la que lavó los pies de Jesús y los bañó con perfume, tuvo esa conversión. Era una familia muy cercana a la cual Jesús le tenía mucha confianza. De tal manera que hoy encontramos que Lázaro está enfermo y le llega la noticia a Jesús de que está enfermo, que está grave. Pareciera que Jesús de adrede se espera varios días en otro lugar donde estaba evangelizando.
Recordemos que siempre que Jesús realiza un milagro es para dar gloria al Padre y para que la fe de la gente aumente. Cuando llega Jesús le avisan que Lázaro ya había muerto. Tenían muchas amistades, de tal manera que muchos habían ido a dar el pésame, el duelo por la muerte de Lázaro. Si fue algo grandioso el milagro de la curación del ciego de nacimiento, hoy podemos imaginarnos la resurrección, la vida. Podemos ver nosotros la faceta muy interesante, muy conmovedora, de cómo Jesús llora, como ser humano, como amigo de esta familia, llora la muerte de su amigo Lázaro. En el diálogo que tiene con las mujeres, con María y con Marta, se va aclarando cómo Jesús puede resucitar. Y entonces se realiza algo muy grandioso, que dentro de unos días lo vamos a vivir con el mismo Jesús: el Padre resucitó a Jesús al tercer día, al que había muerto en la cruz.
Por eso inicié yo este diálogo, esta conversación familiar, esta homilía, diciendo que Jesús es la resurrección y la vida. El que cree en Jesús, aunque muera, vivirá. Todos nuestros familiares y amigos, los que nos preceden en el camino a la casa del Padre, nosotros creemos en la vida eterna, porque Cristo resucitó. Cuando alguien muere se termina la vida en la tierra, pero empieza una vida nueva, «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá».
También hoy la enseñanza para todos nosotros es de seguir trabajando por la vida. Cuántas veces hemos escuchado en este tiempo cómo se promueve la cultura de la muerte, cómo ahora se mata con tanta facilidad, cuánta violencia, cuántas agresiones, cuánta falta a los derechos humanos, a la dignidad de la persona, a la vida, al proyecto de Dios, y el católico, el cristiano, tenemos que ser constructores de vida, trabajar por la vida, por eso hoy esa es la invitación, yo no me canso de decir que la vida es muy corta, la vida es pasajera y estamos invitados a vivirla con alegría, con plenitud, con sentido, con ese deseo de cumplir el proyecto de Dios, porque siempre el modelo es Cristo, no somos nosotros, hay que voltear a ver a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida. Pues, queridos hermanos y hermanas, sigamos creyendo en la resurrección.
Comentaba un día que a mí me preocupa una encuesta que vi donde le preguntaban a católicos si creían en la resurrección y muchos no creían, y uno se pregunta qué pasa, si la resurrección es la verdad más importante de nuestra fe, «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe». Que el Señor nos ayude a vivir con alegría, con esperanza, y también a ir dándole vida a los demás. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla